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JUANMA VELASCO
Jueves, 23 de agosto 2007, 12:45
SAN SEBASTIÁN. DV. Las vacaciones de verano son sinónimo de descanso y relajación. De playa y fiestas. Pero, en ocasiones, ese viaje que se inicia en familia o en pareja, con la ilusión de arreglar un relación que se tambalea, puede acabar como el rosario de la aurora. De hecho, una de cada tres rupturas matrimoniales tienen lugar tras los periodos vacacionales. Así lo aseguran diversos estudios, psicólogos y la experiencia de muchos bufetes de abogados matrimonialistas.
En Asfamogi, la Asociación de familias Monoparentales de Gipuzkoa, ya están notando «en pleno mes de agosto un repunte en los casos de asesoramiento jurídico ante las separaciones». Los datos que maneja su presidenta, Gema Artola, para el territorio guipuzcoano coinciden con los de un estudio realizado por el Instituto de Política Familiar, en el que afirman que de los 1.719 divorcios y separaciones que se registraron el año pasado en Gipuzkoa, un tercio de ellos se iniciaron tras los periodos vacacionales de verano y navidades.
Según los datos de Agipase, Asociación Guipuzcoana de Padres y Madres Separados de Gipuzkoa, la proporción más real en el territorio estaría más cercana al 25%, es decir, una de cada cuatro rupturas matrimoniales que se producen en Gipuzkoa tendrían lugar tras los periodos vacacionales. Eso sí, coinciden en señalar que los meses de septiembre, tras el verano, y enero, tras la vacaciones navideñas, son los elegidos para iniciar los trámites de la separación.
La tendencia al alza del número de rupturas matrimoniales -en Gipuzkoa de 2005 a 2006 se registró un 4% más- se añade en el verano a la principal razón de las rupturas de parejas tras las vacaciones: convivir más tiempo del habitual hace aflorar en la pareja problemas que durante el resto del año están latentes. En opinión de Emilia Dowling, psicóloga y terapeuta familiar, durante las vacaciones las parejas o familias están «forzadas» a permanecer juntas todo el día en una situación «artificial». No en vano, durante el año, los dos componentes de la pareja «trabajan, viven una vida agitada, con apenas tiempo para conversar».
De pronto, en las vacaciones todo eso cesa. «Están físicamente juntos las 24 horas, hay más tensión y puede que salgan a la luz conflictos que estaban latentes», afirma la psicóloga colombiana que esta semana participa en los cursos de verano de la UPV.
Íñigo Ochoa de Alda, psicólogo y terapeuta familiar de la UPV, coincide con Dowling en que la clave del fracaso de las relaciones tras el verano es estar muchas horas juntos. «En vacaciones nos vamos con la pareja o con la familia un mes a un lugar en el que no conocemos a nadie. Pasamos 24 horas con alguien con quien durante el año sólo pasamos cinco. De repente, hay que negociar, comunicarse, los temas de conversación se agotan... Y es entonces cuando salen las lagunas que durante el año se tapan con otras cosas».
Como receta, el terapeuta recomienda «discutir durante el año» para que en verano no haya sorpresas. «La discusión es buena. Si durante el día a día no se negocia, ni se discute, en las vacaciones cualquier problema puede acabar mal», afirma.
Irse de vacaciones no va a suponer «solucionar un problema de pareja». En opinión de Dowling, es necesario que las parejas «rebajen esas expectativas de idealización de las vacaciones y acepten que hay dilemas y problemas cotidianos. Las vacaciones no son un paraíso donde todo va dejar de ocurrir».
El bienestar de los hijos
La terapeuta colombiana, que hoy y mañana participa en el curso Orientación y terapia familiar de los cursos de verano de la UPV, reconoce que, en otras ocasiones, en lugar de afrontar un viaje, la pareja pone todas las esperanzas de salvar la relación en tener un hijo. «Y ocurre lo contrario. Nacer con la responsabilidad de mantener el matrimonio de tus padres no es una buena manera de empezar para un niño», asegura.
Precisamente, en su trabajo en la clínica Tavistock de Londres, la terapeuta familiar se preocupa por la situación de los hijos durante y tras los procesos de separación. En su opinión, hay dos factores que ayudan al bienestar psicológico y emocional de los hijos: la ausencia de conflicto entre los progenitores - «por lo menos disminuir las peleas delante de los niños»- y la posibilidad de un contacto fácil del niño con ambos padres.
Según los datos que maneja, en Inglaterra, uno de cada cuatro niños que llega a los 16 años de edad no vive con sus dos padres biológicos, a causa de los divorcios. Una tendencia que «pronto llegará a España». En este contexto, la generalización de los servicios de orientación familiar es necesaria, según Dowling. «De las familias separadas que asisten a terapia por el problema de un hijo, existe un 85% de mejoría en los casos en los que los dos padres acompañan al menor a la terapia», asegura Ochoa de Alda.
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