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GONTZAL LARGO
Lunes, 3 de septiembre 2007, 10:43
Algunos lo llaman arte urbano. Otros, simplemente, gamberrada. Se trata de una forma de graffiti mucho menos agresiva que la perpetrada con el spray e infinitamente más pintoresca: diminutos azulejos de piscina adosados alicatados en sitios públicos, a la vista de todos y recreando imágenes de videojuegos. ¿Su finalidad? Dejar una impronta en la ciudad, decorarla, jugar con ella y con los transeúntes. En la Bella Easo hay unos cuantos de estos mosaicos modernos, tienen aspecto de extraterrestres del espacio exterior y quién sabe si dentro de unos días seguirán en su sitio: aunque adosados con argamasa, estos prodigios de apenas un palmo de tamaño y hasta 72 azulejos pueden ser tan efímeros como un fuego artificial.
La invasión arrancó en 1998, cuando un artista anónimo que respondía al nombre de Invader comenzó a decorar las paredes de París con unas figuras coloristas y pixelizadas. Estaban hechas con pequeños azulejos de gresite, como los que se utilizan habitualmente en el revestimiento de piscinas, y representaban a atacantes del espacio, space invaders, unas criaturas que, a finales de los años setenta, revolucionaron el mundo de la electrónica. Su padre fue Toshihiro Nishikado, un visionario que, a raíz del inminente estreno del filme La Guerra de las Galaxias en Japón, ideó un videojuego que consistía en eliminar a unos marcianos hostiles. Sus esbozos bebieron directamente de los seres tentaculares que describía el escritor H.G. Wells en su libro La Guerra de los Mundos. El éxito de esta máquina recreativa, fabricada por la compañía japonesa Taito, fue abrumador: durante su reinado se llegaron a fabricar más de 600.000 unidades, distribuidas en boleras y salones de todo el mundo. Treinta años después de aquello, los videojuegos han sufrido una evolución descomunal, lo que no ha impedido que los primitivos y toscos diseños hayan devenido en un reconocible icono, asociado a la década de los años ochenta.
Fenómenos imitativos
Tras las primeras intervenciones del citado artista francés, llegaron los fenómenos imitativos en medio planeta. Lo que comenzó siendo una obra individual, pasó a ser una acción colectiva con 'exposiciones urbanas' en las principales ciudades del globo, desde Estambul a Manchester, pasando por Bangkok, Los Ángeles -donde se han llegado a editar mapas para seguir la pista de los prodigios extraterrestres por toda la metrópoli- o Berlín. Internet contribuyó no sólo a su difusión, sino también a su exposición permanente en páginas web que recogen la mayoría de los mosaicos instalados en edificios, muros y puentes de ciudades de todo el globo. Parte de los alicatados se pueden rastrear en la página web oficial -perpetrada por el Invader parisino- www.space-invaders.com, aunque existen multitud de páginas de otros artistas que cuelgan, por su cuenta, imágenes de sus lozas galácticas.
Es obvio que San Sebastián es una de ellas. Hace unos años, hicimos mención de varias cerámicas que se podían ver -y de hecho, se siguen viendo- en diferentes partes de la ciudad: uno de ellas, se encuentra en el túnel del Antiguo, a la entrada del acceso peatonal, dirección San Sebastián. La otra, bastante más maltrecha y decapitada, se encuentra en el puente del Kursaal, en la base de una de las inmensas farolas. Ambas fueron realizados con azulejos naranjas y blancos. Tras la publicación del correspondiente artículo, se puso en contacto con nosotros uno de los artífices, parapetado tras el seudónimo de Gravstar. Él fue quien nos informó de que, aparte de los citados invasores, había instalado, en compañía de un amigo que respondía al nombre de Crysys, tres obras más. Lo hicieron en verano de 2004. De éstas, sólo sobreviven las ya citadas, amén de una que se encuentra en la playa de la Zurriola, junto a la caseta de Pukas y otra cuya ubicación nos sorprendió sobremanera: en uno de los postes de la barandilla de la Concha, aunque éste sólo puede ser visto desde la playa, muy cerca de la bajada Este de la Rotonda. Asimismo, también adosaron otro mosaico al arco de Portaletas, pero éste desapareció a los pocos meses.
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