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Esteban reflexiona en el libro sobre el papel del Guggenheim como motor de la radical transformación urbana y económica de Bilbao desde su apertura en 1997. [LUIS ANGEL GÓMEZ]
«No se aficiona a la gente al arte por ponerle un museo en la ciudad»
IÑAKI ESTEBAN | FILÓSOFO Y PERIODISTA

«No se aficiona a la gente al arte por ponerle un museo en la ciudad»

El autor analiza en su ensayo el perfil del museo actual a partir del Guggenheim, proyectos exitosos percibidos como ejemplos de gestión y de logros extraculturales

ARTURO GARCÍA

Lunes, 22 de octubre 2007, 11:02

La idea del museo como espacio de recogimiento dedicado a la muestra y contemplación de obras de arte ha dado paso hoy a un nuevo modelo de museo: algo que se construye para regenerar espacios, promover turismo o lograr réditos políticos. El filósofo y periodista Iñaki Esteban analiza en el ensayo El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento' (Anagrama) ese modelo de museo mediático y espectacular a través de la evolución del Guggenheim, paradigma de revulsivo artístico en forma de buque insignia llamado a protagonizar la transformación de toda una ciudad y cuyo modelo se expande a los cuatro vientos.

- ¿Cómo son en su opinión los museos del siglo XXI?

- Conviven hoy dos modelos de museo: los que mantienen una pretensión de mostrar colecciones al público, como el MACBA de Barcelona, y otro tipo, que creo que es el que está imperando ahora, que consiste en levantar una infraestructura para regenerar una ciudad y atraer turismo, con lo que se construye esa infraestructura en busca de objetivos extraculturales.

- ¿Cuáles?

- Objetivos urbanísticos, económicos, de relaciones públicas. Que la gente acuda a esa ciudad a congresos, que los políticos se relacionen con empresas a través de patrocinios, que surja una especie de red que favorezca a la ciudad y cree poder.

- Define ese modelo basado en el Guggenheim como el 'museo ornamento'

- Pero ornamento no como algo superfluo sino como algo que ahora parece absolutamente necesario en ciudades con propósito de emerger. Hospitales, carreteras y escuelas no son ornamento, son necesarios. Los nuevos museos entran dentro de otro tipo de infraestructuras que tienen más que ver con el lujo de las clases medias. Por simplificar, antes el arte y el golf eran para los ricos y ahora ya no.

- Ese turismo, de hoteles de lujo y estrellas michelín ¿lleva a sacar conclusiones equívocas? Ahí está la escasa pernoctación en las capitales de Euskadi, por ejemplo.

- El caso de San Sebastián sería distinto porque la tradición turística de la ciudad es larga. Siempre ha tenido tradicionalmente una clientela de alto standing digamos estable. Pero Bilbao hace 15 años era imposible pensar que se pudiera convertir en un destino turístico. Con el éxito del Guggenheim, sobre todo los dos primeros años, se crean unas expectativas que se ha visto que eran desmesuradas.

- ¿Por ejemplo?

- Las grandes firmas pagaban cantidades astronómicas en la Gran Vía, por no hablar de los hoteles: se construyen siempre hoteles de cuatro estrellas de lujo alrededor del Guggenheim pero apenas de tres o dos estrellas para el turismo familiar. La realidad ha demostrado que hoy el turismo familiar también cuenta.

- ¿Por qué apenas crecen los porcentajes de visitantes vascos al Guggenheim?

- Una de las cosas que ocurre con este tipo de museos es que se convierten de golpe en símbolo de modernidad y, una vez que tienes el icono no necesitas entrar en él para ver qué sucede allí: te basta con estar orgulloso de tenerlo. Ocurre hasta con el Prado: es un símbolo del gran arte pero los que hacen cola para visitarlo son los de fuera. No se aficiona a la gente al arte por ponerle un museo en su ciudad. Por eso creo que tampoco el resto de Euskadi acaba de ver el Guggenheim como un museo vasco sino como un museo bilbaíno. Tampoco el Artium se percibe como un centro vasco sino alavés y, probablemente, Tabacalera no lo veamos como un espacio vasco sino guipuzcoano. Este país es así.

- ¿No priman entonces los intereses artísticos sino los extraculturales a los que alude?

- Es que esa visión es aplicable a casi todos los nuevos centros construidos de forma reciente, aquí y en el resto del Estado. Se ha convertido en una especie de moda. Si antes era primordial atraer la inversión extranjera ahora lo importante es tener un museo, desde Las Palmas hasta León pasando por Valladolid, Vitoria y llegando a Castellón.

- ¿Y qué riesgo conlleva?

- El riesgo es que Gran Arte para todos no hay y el que sale, es muy caro. La posibilidad de hacer colecciones importantes es nula, escasa. Entonces el peligro es que todos estos centros de arte no sirvan ni para una cosa ni para la otra, que no despeguen como revulsivos para la economía de la ciudad, su urbanismo o su turismo, pero que tampoco tengan un uso claro en torno al arte.

- ¿Qué espera de Tabacalera?

- Tabacalera es en sí una oferta diametralmente opuesta al modelo Guggenheim, entiendo. Primero porque se opta por reconstruir una infraestructura que ya existía que tiene un poso histórico, que no es arquitectura de última hora, levantada de la nada borrando todo lo anterior. Es una oferta complementaria y la colección que estaba pensada ahí era de un donostiarra. Es como se hacían antes los museos, que puede funcionar como oferta complementaria a la de la ciudad, no tener que tirar de ella.

- ¿Qué papel juegan en estos proyectos los intereses políticos?

- A los políticos les interesa capitalizar ellos el posible éxito o la construcción misma de la infraestructura. ¿Quien se atribuye el éxito de Tabacalera? Yo creo que ahí hubo una cierta cicatería del Gobierno Vasco, como parece que ocurre ahora con San Telmo.

- Sostiene en el libro que hubo problemas con Oteiza y Chillida, que la familia del donostiarra percibió falta de interés por parte del Guggenheim y vio un 'conato de humillante indiferencia'

- El Guggenheim necesita ser visto como un museo vasco para convencer a la ciudadanía de que su construcción refleja los valores propios del País Vasco y nadie como Chillida representaba el puente entre lo vasco y lo internacional que el Guggenheim aspiraba a capitalizar y simbolizar. En los primeros borradores del museo se iba a destinar un espacio para mostrar la obra de Chillida, un interés que durante las obras fue declinando. Ante la amenaza de una crisis con la familia, a dos semanas de la inauguración, el museo anunció la compra de cuatro esculturas de su última etapa por un importe de 190 millones de pesetas. En 2005, el museo, tras los encontronazos con Oteiza, adquirió el mismo número -cuatro- del escultor de Orio por 792.000 euros.

- ¿Cree que ese modelo de museo toca techo demasiado rápido?

- El Guggenheim se ha quedado pequeño y depende mucho del éxito de sus muestras temporales. Si tienes un museo cuyo éxito radica en el turismo, en la gente que rota, que viene de paso, tienes que renovar la oferta. Y la función de esa renovación es garantizar presencia en los medios cada dos meses. Si tienes una colección para caerte de espaldas serás alabado y glorificado por los expertos pero la gente no irá.

- ¿Eso obliga también a este tipo de museos a primar la espectacularidad, el colosalismo?

- También creo que la evolución del arte contemporáneo desde la II Guerra Mundial ha ido hacia la espectacularidad. Hay una lucha entre imágenes tan grande en la sociedad contemporánea que lo que ha intentado el artista ha sido ganar a base de producir su propio espectáculo, conseguible mediante la dimensión. Un artista puede ser igual de bueno con obra pequeña pero, ¿tendría la misma fama hoy? Seguramente, no.

- ¿Ese modelo de museo ornamento queda atrapado por su propia concepción o arrastra a ponerlo en práctica en otras infraestructuras?

- Si quieres ser una ciudad de solvencia internacional, hoy te tienes que llenar de marcas de nombres de prestigio, como con la ropa. La arquitectura tiene un factor mediático en esta sociedad fundamental. Como hemos llenado el Mundo y los periódicos de santos, no es solo recomendable hoy, sino obligatorio, mostrar la imagen de algo que destaque como seña de identidad reconocible para pujar en este mercado global de las ciudades.

- ¿Sólo buscan destacar por su modelo de gestión no como museo, como sostiene?

- Su éxito es gestionar, no producir, no son museos productores de exposiciones, sino receptores de exposiciones, con todo lo que eso significa.

- Visto el panorama del resto de museos vascos, Chillida Leku, Artium, ¿es extrapolable el modelo Guggenheim?

- Yo creo que no, si queremos ser optimistas y hubiera intención de ello, se puede hacer un mapa vasco que tenga sentido, porque no se puede olvidar que tienes instituciones como Arteleku, reductos experimentales y productoras de creadores; también tienes Artium con exposiciones abiertas, menos conocidas, con gente de la comunidad artística vasca y tienes Chillida Leku, que es un lugar excepcional.

-¿No merece más visitantes que los que recibe, en torno a 84.000 en un año, casi como el Aquarium sólo en verano?

-Volvemos a lo de antes. Chillida Leku es una oferta complementaria a la de la ciudad de San Sebastián. Lo que es la oferta es San Sebastián: La Concha, los pintxos, y luego viene la oferta complementaria, que incluye visitar museos. En Bilbao es al revés: la oferta es el museo y la ciudad lo complementario. Lo que hay que aceptar de una vez por todas es que Bilbao es muy dependiente del Guggenheim y de su éxito. Por eso el Guggenheim está prisionero de su propio éxito: no puede hacer florituras ni darse a la experimentación, dar un margen a la sorpresa. Hoy por hoy, no puede correr ningún riesgo porque la ciudad depende de él. Por eso ves pasar de todo por sus salas además de arte contemporáneo, motos, vestidos de Armani, la China milenaria o la cultura azteca.

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