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F. I.
Sábado, 17 de noviembre 2007, 02:08
La madera de castaño, para uso de leña en el hogar, está considerada como de mala calidad, entre otras cosas porque echa mucho humo y crepita. Pero, curiosamente, servía para hacer carbón vegetal. «Los carboneros que construían las pilas denominadas txondorrak siembre han dicho que esta madera da un carbón vegetal malo, pero ¿ojo! había otra manera, según la cual resultaba un carbón vegetal bueno. En Urroz de Santesteban encontré un informante que me habló de lo que se llamaba galarra. Se hacía un hoyo cuadrado de 1,30 metros de lado y 1 metro de profundidad. Luego, en el interior se hacía una fogata muy viva y a a continuación se depositaban los troncos de castaño. Se quemaba aquello y, una vez que estaba todo en brasas, se tapaba y se dejaba cociendo durante dos días. De ahí salía un carbón muy bueno para fragua, diferente del que se extraía de la txondorra. Pero todo esto está en peligro de desaparecer de la memoria popular», dice Pérez.
Este modo de hacer carbón vegetal estaría bastante extendido, pues la palabra galarra ha dado lugar a muchos topónimos, como Galarraga y Galarreta. Pérez Altamira ha recogido una normativa del pueblo de Elduain, de 1782, que menciona la prohibición de hacer galarrak.
El escritor de Ainhoa Jean Duvoisin escribió en 1891 un libro sobre el carbón de castaño, y habla de galar-zuloak. Allí los agujeros para la combustión de los troncos eran circulares y muy grandes: 5 metros de diámetro y 2 de profundidad.
Cuando a comienzos del siglo XX se extendió la enfermedad llamada tiña, muchos castañares se debilitaron e incluso secaron. Fue un desastre para aquellas personas que tenían en la castaña no sólo era un artículo de consumo en casa, sino un negocio. En Baztan y la zona de Orozko había caseríos y propietarios rurales que se dedicaban a exportar grandes cantidades de sacos de este fruto. Tras la enfermedad, en muchas parcelas se plantó pino, y cuando se construyeron pistas forestales, las excavadoras destruyeron bastantes ericeras. «Todavía hoy, estas construcciones se consideran de escaso valor histórico. Nadie las defiende», denuncia el etnobotánico.
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