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Discípulos de Arrupe
Religión | centenario del padre arrupe

Discípulos de Arrupe

Catorce jóvenes de entre 20 y 32 años se forman en San Sebastián, el único noviciado de jesuitas del Estado. Tres de ellos cuentan cómo optaron por una vida religiosa

CRISTINA TURRAU

Domingo, 18 de noviembre 2007, 11:34

SAN SEBASTIÁN. DV. Javier Cía Blasco acababa de salir de la ducha. No tenía un buen día. Había discutido con sus padres por llegar de madrugada un día de labor. Aquella noche, su novia le había anunciado que quería dejarlo por un tiempo. Pasó horas convenciéndola y ahora, por la mañana, era plenamente consciente de lo que había pasado. A él, que estaba tan enamorado de su chica. Y no le gustaba. Entonces ocurrió. «Había visto la película La misión. Y recordaba una frase de San Pablo -'el amor no pide nada'-. Estaba escuchando la música de la película. Nunca antes había pensado en una opción religiosa. Es muy difícil de explicar pero sentí la presencia de Dios en mi cuarto. Y empecé a llorar, algo que no hacía desde niño. No lloré de tristeza, sino de emoción. Estaba pasando ahí algo que yo no controlaba. Supe que de eso no podía dudar. Porque aquello pasó».

Es la experiencia de uno de los 14 jóvenes que realizan el noviciado para entrar en la Compañía de Jesús. Es el segundo año que se hace en San Sebastián. Antes se realizaba en Zaragoza. Los jóvenes proceden de distintas comunidades autónomas -dos de ellos son de Gernika-. Son los discípulos de Arrupe y están de celebración. Esta semana se ha conmemorado en Bilbao el centenario del nacimiento de Pedro Arrupe, superior general de los Jesuitas entre 1965 y 1983. Estos 14 jóvenes se preparan para dar el paso que dio en su día el padre bilbaíno de intensa vida, que fue portada de la revista Time en 1973.

Cuando los jóvenes toman la decisión de entrar en la orden, se les deja un año de «discernimiento», en el que siguen realizando su vida normal y maduran su opción hasta descubrir que es firme. Si dan el 'sí' entran en la etapa del noviciado, que dura dos años. Se incluye un mes de ejercicios espirituales, trabajo en hospitales, y cerca de un mes de peregrinaje sin dinero. Después vendrán hasta diez años de estudios de Filosofía y Teología y, en algunos casos, una carrera civil.

En un seminario

Javier Cía Blasco tiene 32 años y es de Zaragoza. Estudió Historia. «Siempre he sentido vocación para esta disciplina. Durante la carrera colaboraba en una parroquia y solía estar en contacto con algunos sacerdotes. Y al acabarla entré en un seminario que hay en Zaragoza. Pero no acababa de encajar. Lo dejé y empecé a trabajar como profesor. Cerca de mi casa hay un centro de jesuitas. Entré y en uno de los retiros que hacíamos sentí que debía seguir aquel camino Yo no estaba tranquilo. Había sentido 'aquello' pero no sabía cuál era mi lugar. El retiro me sirvió para aclararme y me trajo hasta aquí».

Javier Cía destaca lo distintas que pueden ser las experiencias en las que uno se da cuenta de cuál es su vocación. «Yo he escuchado el relato de todos mis compañeros y suelo pensar que si a mí me llaman de la manera que hicieron con ellos, no me hubiera enterado. Estaba demasiado metido en lo mío como para darme cuenta de aquello. Está claro que Dios, para cada uno, tiene sus caminos. Somos especiales y únicos. Y de ahí las diferencias».

¿Se trata de tener buen oído? «Si no, ya se encargará él de hacerse oír», asegura Cía.

Luis Martínez Barriga es de Madrid y tiene 24 años. «Para hablar de mi vocación tengo que remontarme a los 16 años. De pequeño iba a catequesis con un grupo que llevaban los jesuitas. Me apuntaron mis padres. Tenía allí mi grupo de amigos, mis reuniones y mis misas. Pero por dentro no veía el sentido de todo aquello. No me decía nada. A los 16 años, en unos ejercicios espirituales que organizaba el grupo, la cosa cambió. En ratos de oración y reflexión, empecé a tener una experiencia interior diferente. Elegí estudiar Psicología como una forma de ayudar a la gente».

Pero la vida que llevaba no bastaba para canalizar «esa nueva interpelación», comenta. «Me llamaba mucho la atención la vida de personas que se habían consagrado a Dios como jesuitas. Después de mucho huir, porque es un paso que cuesta, no pude aguantarme más y con 22 años empecé a pensarlo seriamente».

Aunque no ocurre así en todos los casos, los padres de Luis aceptaron bien su opción. ¿Vivió su opción por la vida religiosa de forma intensa? «No es una constante. Pero he tenido momentos de experiencia muy fuerte. Que fueron los que me descolocaron. Porque abrieron una dimensión en mí que ni sabía que existía, ni conocía, ni podía imaginar que tuviera algo que ver con mi vida. Ahora, en mi itinerario de fe hay altibajos y es normal».

Entienden a San Juan de la Cruz cuando se quejaba de la desaparición de «la amada». «El mismo Jesús pasó por momentos de angustia y de dolor, así que el sufrimiento y la oscuridad también forman parte de la fe». La opción ¿es hoy más difícil que antes? «En el pasado había caminos muy claros que te llevaban a esto. Ahora están prácticamente desechados. Por eso, a mí me costó tanto decidirme. Porque mis amigos no podían alimentar lo que yo necesitaba. Era algo muy personal que había que hablar con gente concreta».

Es ahora cuando Luis Martínez se siente «libre y contento». «Es una felicidad profunda y serena», asegura. «Es felicidad porque veo que este es mi camino. Si saliera de él, tendría que decir 'yo quiero esto'».

El 'fogonazo'

El 'fogonazo', cuenta Daniel Cuesta Gómez, de 20 años y nacido en Segovia, «ayuda a pararte, sentarte en silencio, y darte cuenta de que en tu vida puedes tomar muchas opciones y no sólo las que parece que hay que hacer. Puedes valorar otro camino que vas sintiendo poco a poco. Y preguntarte: '¿cuál es el mío?'. En mi caso era la vida religiosa».

Daniel Cuesta dejó en 2º sus estudios de Historia del Arte. «Desde hacía tiempo, en alguna experiencia en el colegio había sentido a Dios cerca. Pero yo había intentado acallar aquello. Había empezado mi tiempo de estudiante y llevaba la vida universitaria como uno más. En Valladolid, donde estudiaba, tuve contactos con la pastoral universitaria. Ví que aquel podía ser mi camino. Que la otra vida no me llenaba. Empecé el año de discernimiento vocacional y al final decidí entrar en la Compañía de Jesús, porque vi que era lo que de verdad quería hacer».

Escuchar «esa voz» no es algo sencillo. «Si reparas en ello es por el 'subidón', un momentazo en el que parece que sientes a Dios. A partir de ahí te animas a ir buscando y te das cuenta de que aquello ha sido una llamada de atención».

Consideran que esa voz no puede acallarse. ¿Todo el mundo tiene su lado espiritual? «Hay una sed de absoluto», afirma Juan Antonio Guerrero. «Si tienes sed y no existe el agua, las piezas no se encajan bien. Tenemos que aceptar que somos animales con sed. Cuando llueve es fácil beber. Hay momentos que sacas cubos de agua del pozo y otras te encuentras con que éste está seco, como decía Santa Teresa. Pero, incluso entonces, las flores crecen».

cturrau@diariovasco.com

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