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ALBERTO MOYANO amoyano@diariovasco.com
Miércoles, 12 de diciembre 2007, 01:40
Desde Los disparos del cazador o La buena letra hasta las más recientes Los viejos amigos o La caída de Madrid, Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, 1949) ha puesto cerco a la versión oficial del siglo XX español consensuada por políticos y medios de comunicación. La postguerra, la transición o los años del pelotazo económico son sometidos a una profunda revisión a través de unas novelas pobladas de personajes ambiguos como la realidad misma. El escritor presenta mañana en Donostia su última novela, Crematorio.
- Con esta novela llega a la actualidad. ¿Cierra un ciclo en su narrativa?
- Ha sido casualidad. He respondido a los estímulos que me rodeaban en cada momento y sin darme cuenta he ido tejiendo un tapiz que abarca una generación, desde los antepasados en Los disparos del cazador y La buena letra, hasta ahora, que los acompaño al horno y ahí termina la función. La buena letra nació de ver que todo el sufrimiento de la gente que nos ha precedido no iba a servir para nada. Luego ha venido todo esto de la memoria histórica que tanto nos ha aburrido y he reaccionado buscando lo contrario. He ido a contrapelo con los temas que siempre le acompañan a uno.
- Aborda en Crematorio la corrupción urbanística, un asunto de moda pero que ya aparecía en los escándalos del franquismo.
- Está tan presente como que ya aparece en las novelas de Galdós. Incluso algo tan progresista como la Desamortización de Mendizábal dio lugar a una gran corrupción porque se vendieron todos los conventos de los centros de las ciudades, que fueron utilizados por los grandes urbanistas, como el Marqués de Salamanca. Todas las ciudades han crecido a golpe de corrupción. En esta novela he querido contar qué ocurre cuando se vive en un mundo sin dioses. Vivimos en un capitalismo destructivo y voraz, que ya no aspira a prolongarse porque lo devora todo in situ, sin perspectiva de futuro. La destrucción del paisaje sería la metáfora que representaría el momento actual.
- Le ha dado buenos resultados la novela coral escrita a varias voces.
- No me gusta que haya un narrador que domine, ni que haya tontos y listos, sino que cada uno mantenga sus razones. Eso es la literatura y no la hay peor que el panfleto. Defender sin fisuras una tesis es muy aburrido y para eso ya están los editoriales de los periódicos. Últimamente estamos viendo muchas novelas editorialistas, beatas, en las que se defiende el bien y se condena el mal. Para eso ya están los curas, los políticos y telepredicadores. Es mejor poner la radio, mover el dial y escuchar todos los púlpitos. La novela tiene que ser una indagación del hombre en cada época.
- También las instituciones participan de la especulación inmobiliaria.
- Por supuesto. Hay que romper con ese topicazo de que hay comunidades progres y comunidades carcas. En Andalucía se han cometido las mismas tropelías urbanísticas que en Valencia, Cataluña o Cantabria. No es el constructor el que corrompe al político, sino al revés. Hay una especie de pacto de servicios mutuos y en el mejor de los casos, el político recauda para el partido, y en el peor se queda parte en el bolsillo.
- En sus novelas refleja la muda de piel de algunos personajes según cambian los tiempos. ¿Cuál es la diferencia entre evolución ideológica y chaqueteo?
- Cuando cambia, no por las circunstancias, sino por interés es cambio de chaqueta. A la hora de escribir sucede igual. Uno escribe de una manera porque profundiza y el agua que saca de dentro es ésa, pero se pueden hacer trampas y sacar agua de otro pozo. La diferencia gira entre intentar conocer o intentar ocultar. Si me planteo qué se puede hacer hoy día e intento averiguarlo estaré cambiando de opinión. Si lo que me planteo es que los tiempos son así y que hay que adaptarse para flotar como un corcho estoy cambiando de chaqueta. Aquí ha habido cambios de opinión de gente melancólica y cambios de chaqueta de gente eufórica.
- ¿A qué atribuye el éxito de sus novelas en Alemania?
- No lo sé. Ellos me preguntan por qué mis novelas no generan una reflexión ni tienen repercusión pública. Creo que los grupos mediáticos pesan mucho en este país y la artillería es cada vez más pesada. Si no estás en ningún grupo y vas a tu bola el camino es más largo que si te dejas querer por partidos políticos o sus máscaras, los grupos mediáticos. Siempre me ha gustado estar fuera porque es la única forma de ver las cosas. Si te metes en un grupo, los problemas no te los planteas tú, sino el grupo. He sido siempre muy comunista de ideas y muy individualista de actitud. Me gusta incluso resolver los conflictos laborales por mí mismo, aunque pueda parecer muy reaccionario.
- ¿Se considera un francotirador literario?
- Cuento lo que he visto y lo que sigo viendo. No creo que viva en un mundo justo ni que todos estos héroes de la transición nos hayan traído una sociedad más justa. Quizás sea más permisiva en algunas cosas, pero también es más controladora en otra. Durante el franquismo había 20.000 presos y ahora hay 60.000, y otros tantos en la calle pendientes de entrar en la cárcel. Además, hay una gran hipocresía: todo el mundo intenta declarar lo menos posible a Hacienda, pero si pillan a uno todos lo señalan con el dedo. Todo el mundo bebe pero si pillan a uno borracho pasas a ser un delincuente. Hay políticos que fuman chocolate o esnifan o follan fuera del matrimonio, pero si alguien los descubre... Parece que lo únido de lo que se trata es de que no te pillen.
- También se reveló un gran retratista de ciudades en El viajero sedentario. ¿Continúa escribiendo para la revista Sobremesa?
- No, lo dejé hace algún tiempo porque ya no se pueden escribir esas cosas. Ahora se piden artículos cortos, glamour, lo in, lo out y esas cosas. Prácticamente, no viajo nada. Me gusta la ciudad, pero tengo una relación rara con ella. Me pasa como con la literatura: para escribir es mejor estar fuera porque la ciudad te crea compromisos y dificultades. Me gusta mucho la historia y saber cómo se han hecho las ciudades.
- ¿Y qué le parece San Sebastián? En La caída de Madrid aparece como un lugar en el que veranean las ñoñas madrileñas.
- Es una ciudad más compleja de lo que parece a primera vista. Es una ciudad elegante, donde mejor se come y mejor se viste, y eso los donostiarras lo llevan con mucho orgullo y los demás lo vemos de lejos. Luego, cuando la conoces, ves que es muy compleja y más dura de lo que parece a primera vista.
- ¿Trabaja ya en una nueva obra?
- Estoy noqueado. Terminé Crematorio en junio y hasta hace un par de días no he vuelto a acercarme al ordenador. Uno sólo puede escribir una novela nueva cuando empieza a mirar de otra manera. Cada libro que escribes lo haces contra el anterior.
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