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UNAI MARAÑA
Lunes, 31 de diciembre 2007, 08:16
SAN SEBASTIÁN. DV. El 1 de febrero de 1982, la primera promoción de ertzainas llegó a la academia de Arkaute, y los mandaron de vuelta a casa «porque no había nada preparado». Los reclutas, entre ellos Juan Antonio Telletxea y Jon García Trula, volvieron el día 7. «Nos recibió el difunto teniente coronel Carlos Díaz Arcocha, que era como un padre para nosotros», rememora Trula. El paro imperante en el 82 empujó a muchos a enrolarse. Los altos sueldos, que doblaban los comunes, constituyeron el mayor incentivo. Trula siempre había querido ser agente de tráfico, «pero en Euskadi no existía vocación policial. Más bien antipolicial».
«Los tres primeros meses fueron un caos. La mitad no cabía en las habitaciones y dormía en los pasillos y la sala de estar. Lo único seguro era la gimnasia a primera hora de la mañana, y después no había agua caliente para ducharse. En mi vida he pasado tanto frío». Las pruebas de conducción, a bordo de un «coche puntero: un Seat 124 familiar. Fíjate lo que ha llovido desde entonces». Para realizarlas, sólo disponían de una pista de tierra, «de barro cuando llovía». Lo mejor, «el compañerismo», una constante en la historia del cuerpo -«somos como una familia». Ya en Arkaute «había muy buen ambiente». Sin embargo, ambos agentes recuerdan estremecidos que Iñaki de Juana Chaos y José Ramón Doral, posteriormente asesinado por ETA, compartían habitación en aquella promoción pionera.
En octubre de 1982 se desplegaron los destinados a la custodia de instituciones, la única competencia por aquel entonces junto a la de Tráfico. Los ciudadanos los recibieron con «cariño». Telletxea, en la Diputación de Gipuzkoa, se sentía limitado, «como un alguacil. Me notificaron un robo en una tienda cercana y tuve que avisar a la Policía Nacional».
El Infierno
Los de Tráfico salieron de la academia en enero de 1983. Destinaron a Trula a una lonja en El Infierno, en San Sebastián, desde donde los trasladaron dos meses después a Intxaurrondo por riesgo de derrumbe.
«En El Infierno, teníamos dos Talbot Horizon, un Renault 18 y un 21; una mesa que tuvimos que arreglar, tres sillas rotas con las que hicimos dos, ratas y mierda por todos lados. Nos tuvimos que hacer una emisora, usando de antena una varilla de paraguas. Salimos con ella, y cada vez que intentaba hablar con la central todo el mundo se nos quedaba mirando, hasta que descubrimos que había ido de San Sebastián a Tolosa hablando por el altavoz. Y encima nos perdimos y no sabíamos volver».
«La Guardia Civil eran los amos de la carretera. Les costaba delegar, acudían a los mismos accidentes y hacían su propio atestado. Hasta que detuvimos a un agente borracho porque intentó agredirnos, y lo llevamos a nuestra comisaría de Intxaurrondo. Vino su teniente, joven y muy educado. El otro se puso tieso al verlo. El superior le preguntó qué había pasado, y el arrestado nos faltó el respeto. Lo dejó seco de una hostia. '¿Estos señores se merecen todo el respeto del mundo, son agentes de la autoridad!', le abroncó. A partir de entonces, se notó que les habían dado la consigna de que Tráfico era nuestro», celebra Trula.
«Los de la primera promoción abrieron camino», elogia Imanol Rodríguez. «Me dio pena no entrar, se me escapó por unos días el plazo de la solicitud. Pero cuando se abrió el siguiente, me planté el primer día en Correos. Siempre me había gustado el tema policial». Entró con 28 años en la segunda promoción, el 7 de marzo de 1983. En periodo de academia, los desplegaron para paliar la catástrofe de las inundaciones de agosto de aquel año. Estuvo en Arrigorriaga «tirando de pala y carretilla». Salieron el 18 de octubre y lo destinaron a Tráfico. Recuerda «la escolta de camiones de pescado que venían de Francia. Una vez empalmamos 36 horas seguidas. Nos quedamos a dormir en los coches. Aquéllas son cosas gloriosas. Hay anécdotas de estos 25 años como para varios libros».
José Ramón Bravo formó parte de la quinta promoción. Salieron en 1987, y en verano de 1988 lo destinaron a la comisaría de Zarautz. «Era una Policía integral, hacíamos incluso de mecánicos, y mucho de asistentes sociales. Más cercanos al ciudadano, imposible. Pero el fenómeno violento que hay aquí obligó a perder ese contacto tan directo con el ciudadano». Telletxea sabe mucho de ese «fenómeno». En 1990, lo destinaron a la comisaría de Errenteria. «Aquello fue terrible. Teníamos doble tarea: regular la N-I y protegernos. Nos tiraban rodamientos desde las casas. Atacaban las patrullas a diario».
El ataque más grave se produjo el 24 de marzo de 1995, cuando los violentos perpetraron una emboscada contra una furgoneta de la Ertzaintza. Rompieron las ventanas y arrojaron cócteles molotov dentro. El conductor, Jon Ruiz Sagarna, sufrió quemaduras en el 55% de su cuerpo y quedó desfigurado. Los otros cuatro ocupantes del vehículo también resultaron heridos, así como dos chicas del pueblo que resultaron arrolladas por la furgoneta cuando perdió el control. Desde aquel ataque, todos los ertzainas usan mono ignífugo. Sagarna «sólo sale de noche con la careta de protección. Fue un shock para todos», apunta Telletxea.
Bravo, por aquel entonces secretario territorial en Gipuzkoa del sindicato independiente y mayoritario Erne, denuncia que el departamento de Interior había adquirido meses antes el compromiso de dotar a todas las patrullas de material, uniformes, vehículos y formación adecuados.
Telletxea añade en cambio que «Juan María Atutxa, el consejero que mejor recuerdo ha dejado en la Ertzaintza, dio la cara». A instancias de su mujer, Telletxea se trasladó a la comisaría de Zarautz el 2 de septiembre de aquel 1995. «El día 9, me tocaron los peores disturbios que ha habido aquí. Éramos pocos y me quedé sin pelotas. Vinieron de apoyo los de Errenteria. El pueblo, al día siguiente, parecía Vietnam. Ese día me cambian Zarautz por Errenteria y me vuelvo. Fue cuando empecé a notar la falta de efectivos».
El peor recuerdo
El 4 de marzo de 1996, ETA asesinó al ertzaina Montxo Doral en Irun. Imanol Rodríguez oyó el estallido de aquella bomba lapa. Para Trula, representa «el peor recuerdo» que tiene de estos 25 años. «Era mi amigo y la mejor persona que he conocido. Estuve en la conducción del cadáver». Al día siguiente, 3.000 agentes se manifestaron por la villa fronteriza, Bravo estuvo entre quienes portaban la pancarta. «Aquella manifestación ha sido la mayor con diferencia, y supuso un espaldarazo social enorme. Muchos nos sorprendieron rompiendo su equidistancia para apoyarnos». La marcha se cruzó con otra de Gestoras pro Amnistía. Trula, que no pudo asistir, señala que los ertzainas estuvieron «a punto de estallar».
A Rodríguez le tocó formar parte de la dotación que les abrió paso. Posteriormente vivió otro momento «muy emocionante» tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, en julio de 1997. «Custodiábamos la sede de Batasuna en Donostia y decidimos quitarnos los pasamontañas. La gente vino corriendo a abrazarnos. Nos decían: 'Ertzaintza, herria zurekin'. Por regla general, sentimos el aprecio de los ciudadanos, con las excepciones que sabemos».
A día de hoy, Juan Antonio Telletxea y Jon García Trula cuentan 49 y 50 años, respectivamente, y trabajan en Zarautz. José Ramón Bravo, con 45, está destinado en Irun desde 2002. Imanol Rodríguez tiene 52 y es jefe de operaciones de Seguridad Ciudadana en Hernani. «Pasan los años Cuando miras atrás, han volado», evoca Rodríguez. Señalan como principales retos actuales «la inmigración», las drogas -«sobre todo el speed»-, la falta de efectivos y la edad de los agentes. Según un estudio estadístico, la media es de 43 años, y dentro de quince la mitad tendrán entre 55 y 65.
La jubilación
Trula no quiere pensar en la jubilación porque se siente joven, pero no se ve en la brecha dentro de diez años. Tuvo que dejar Tráfico por una hernia discal, consecuencia de las caídas con la moto siguiendo vueltas ciclistas. También se lesionó una pierna, que requirió inyecciones de ozono para mitigar el dolor. «La calle cada vez es más exigente, los turnos queman mucho y en segunda actividad no hay sitio para todos». Telletxea lo secunda: «Es imprescindible renovar. Vamos a parecer una banda de jubilados».
Un responsable de Erne en Gipuzkoa denuncia que patrullan agentes con más de 60 años -«no están para llevar furgonetas antidisturbios en momentos de tensión, como sucede». El pasado 22 de noviembre, el Congreso rechazó una enmienda del PNV impulsada por el sindicato para que las policías autonómicas entraran en la próxima reforma de la Seguridad Social, como vía para que su edad de jubilación se equipare a los 60 de las FSE, en vez de los 65 actuales. Bravo advierte de que se trata de evitar «una absoluta debacle». Asistió a la sesión parlamentaria y se hizo una pregunta: «Señor diputado, ¿cómo se sentiría de seguro custodiado por dos de 50, dos abuelos?». Bravo sufre dos hernias discales y no quiere poner en peligro a sus compañeros.
Rodríguez expone: «Este trabajo es exigente. Para hacerlo al 100% se requieren una serie de condiciones físicas y mentales que a cierta edad no se tienen. Esa dedicación pasa factura. El rechazo en el Congreso ha sido un varapalo, para la seguridad ciudadana y como afectado. La OMS ha demostrado que el trabajo por turnos reduce la esperanza de vida. Este trabajo marca, exige y resta vida. En Madrid no tienen la misma situación de riesgo. Nos han negado disfrutar de lo que nos pueda quedar de vida».
No saben cuándo se jubilarán, pero dejan clara su dedicación hasta entonces. Trula está «orgulloso de ser ertzaina. No lo cambiaría por nada». Rodríguez añade: «Tras 25 años sigo con la misma ilusión, porque soy ertzaina, cuidador del pueblo».
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