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NEREA AZURMENDI
Sábado, 2 de febrero 2008, 10:23
lazkao. DV. Tal vez sea todavía pronto para evaluar el resultado de la experiencia que hace unas semanas trajo al euskaltegi Maizpide de Lazkao a un grupo de veintitrés argentinos y uruguayos con la intención de mejorar el euskera que han aprendido en sus lugares del origen y, a su regreso, dar respuesta a la demanda de profesores existente en los centros vascos de aquelos países. No obstante, la experiencia en sí, por lo menos desde el punto de vista de sus protagonistas, ya ha merecido un aprobado. Y con muy buena nota.
Gabriel Arce, Natalia Hormazabal y Paula Lertxundi son argentinos, , al igual que la gran mayoría de los integrantes del primer grupo que ha cruzado el Atlántico para vivir durante unos meses inmersos en un idioma que todos ellos han aprendido a miles de kilómetros de aquí y, muchas veces, en solitario. Aunque la experiencia de cada uno de ellos con el euskera es personal e intransferible, pueden ser representativos de las veintitrés historias de apego a la lengua que han confluido en Lazkao dentro de un programa pionero promovido por el Gobierno Vasco con la colaboración de las comunidades vascas de la diáspora.
Raíces y canciones
Los tres comparten raíces vascas, pero han vivido esa parte de su historia familiar de distinta manera. En consecuencia, han sido distintas las razones que les han llevado al euskera y, en última instancia, les han traído a Lazkao.
Cuatro generaciones separan a Natalia Hormazabal de un tatarabuelo que emigró a Argentina desde Segura. Por el camino, el euskera se perdió. Su abuelo intentó recuperarlo, «pero empezó de grande y no pudo hacerlo». Vinculada desde pequeña a la Euskal Etxea de San Nicolás -una ciudad de la provincia de Buenos Aires- decidió hace unos años «seguir lo que él no pudo terminar. Una vez empecé, me gustó mucho el idioma». Natalia, que se quedará en Lazkao hasta finales de junio para «tratar de acercarme lo más posible al EGA», imparte clases de euskera en los centros vascos de su ciudad y de Rosario.
También tiene que remontarse hasta el tatarabuelo paterno el bonaerense David Arce, que al igual que Natalia da clases de euskera y tiene el EGA como objetivo. Su caso, sin embargo, es muy diferente: «En mi casa nunca vivimos el mundo vasco, lo teníamos perdido. Siempre hemos vivido más el lado italiano de mi madre». Un día encontró una canción en euskera en un disco de Soziedad Alkoholica. «Y me pregunté: ¿esto qué es? Busqué dónde aprenderlo, empecé a estudiar, y como que me enamoré y le metí un montón de energía».
La relación de Paula Lertundi con el euskera no es tan remota. Su padre, oriotarra, llegó a Argentina después de la Guerra Civil: «Mientras él vivía, el mundo vasco llenaba mi casa, lo vasco era lo mítico, y a mí me tenía un poco cansada. Pero cuando él murió, salí yo misma a buscarlo, es un caso que se repite entre los alumnos que tengo en Argentina, aunque también hay mucha gente joven, del estilo de Gabriel, que se acercan al euskera por motivos como la música. Lo que sí se nota como cosa genérica es que las clases de euskera en Argentina son muy emotivas, porque está está en juego algo más que la lengua. Hay alumnos que lloran al escuchar canciones que les cantaba su abuela, porque que les traen la nostalgia de algo que no conocieron. Para nosotros, estudiar euskera no es lo mismo que estudiar inglés...»
Aprovechar la oportunidad
Clases por la mañana y por la tarde, actividades complementarias e inmersión total en familias euskaldunes. Por primera vez en su vida, viven las 24 horas del día en euskera. Con acento argentino, pero sin mayores problemas. Reconocen que en algunos casos les cuesta entender -por razones obvias, su dominio gramatical de la lengua es superior a su capacidad de expresión oral- a algun euskaldun zaharra, pero curiosamente tienen más problemas con el «castellano de acá». El castellano, en cualquier caso, ocupa poco espacio en sus vidas, ya que hasta entre ellos se esfuerzan por hablar en euskera, aunque «cuando estamos larri-larri recurrimos al castellano».
Esfuerzo. Esa es la palabra clave. «Trabajamos duro», afirman los tres. «Para nosotros no es algo liviano, es un gran compromiso», asegura Natalia. Y Gabriel confirma: «La oportunidad que tenemos es muy fuerte. No esforzarnos al máximo no sólo sería desagradecido hacia los que nos la han brindado y una falta de respeto hacia todos los que están aquí, sino que además sería tonto». Aunque la adaptación ha sido perfecta, hay cosas que les cuesta entender. «Que haya gente que esté estudiando euskera a desgana y sólo por necesidad». «Que algunos sólo usen el euskera para hablar con los niños». Como contrapartida, «muchos tampoco entienden que nosotros lo estudiemos sin necesidad y lo vivamos con muchas ganas y alegría».
El principal choque, sin embargo, no lo han tenido con el idioma, sino con la comida: «Mucha, mucha comida». «Y la mayor parte frita, algo a lo que no estamos acostumbrados», indica Paula, subrayando las virtudes dietéticas de la cocina al vapor o a la parrilla. Con una salvedad: la parrilla de la sidrería, donde «la carne estaba viva». Reajustes culinarios al margen, los tres elogian «la generosidad y la hospitalidad» de sus familias lazkaotarras. Para expresivo, el resumen de Gabriel, que se encuentra «reagusto, como nunca imaginé, impresionante. Hay muy buena onda, y te das cuenta de que no es forzada, sino que sale así».
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