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Lowell Demoll, en la Facultad de Arquitectura de la UPV. [LUSA]
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Esteban, Igor, Jana, Francesca y Lowell relatan su estancia en países extranjeros como alumnos Erasmus. A todos ellos les encantaría «repetir la experiencia»

PATRICIA RODRÍGUEZ

Lunes, 11 de febrero 2008, 02:16

san sebastián. DV. Jana es una alemana de 23 años que decide irse a San Sebastián para continuar sus estudios de Derecho. Cuando llega, se pone a buscar piso y finalmente encuentra un apartamento en el barrio de Gros que compartirá con otras cuatro personas venidas de países europeos diferentes: una pareja barcelonesa, un francés y dos brasileñas.

No se trata de la protagonista del film Una casa de locos, pero su historia encajaría. Al igual que Jana Knäusl, cientos de estudiantes extranjeros escogen la capital guipuzcoana para seguir con sus estudios a través del programa de intercambio Erasmus. Y, a la inversa, otros tantos guipuzcoanos cruzan el charco enrolados en una aventura «para repetir», como aseguran el donostiarra Esteban Sanz y el irunés Igor Gómez.

ESTEBAN SANZ

Estudiante de Informática

«Nos trataron como a reyes»

«¿Qué me atrajo de Lituania? Es un destino poco habitual, de los que no eliges para irte de vacaciones, y además muy barato», comenta Esteban Sanz, estudiante de último curso de Informática en la UPV. Se acogió a la beca Erasmus el curso pasado y 10 meses en el país del Báltico le valieron para aprender a «sobrevivir» lejos de casa. «Siempre he vivido con los aitas y el marcharme tan lejos resultó una experiencia muy enriquecedora. Pierdes el miedo a viajar solo a otro país, aprendes a valerte por ti mismo, abres las miras al relacionarte con gente diferente», comenta.

Su llegada, concretamente a la ciudad de Kaunas, no fue complicada, ya que desde la universidad se encargaron de realizar todos los trámites académicos y de buscarle una residencia. «Nos asignaron un coordinador, una especie de 'padre' que nos ayudaba en todo, nos trataron como a reyes». Además de vivir como tales porque, según afirma, el nivel de vida es bastante más bajo que España. «Mi residencia costaba 40 euros al mes con todos los pluses incluidos y los viajes eran baratísimos, conocí más de 15 países durante mi estancia».

Este donostiarra enseguida hizo amistades gracias a su alto nivel de inglés, algo que considera «una gran ventaja». «Me hacía sentir más seguro, porque aunque me apunté a clases de lituano sabía hablar lo justo». Con sus vecinos nórdicos, a los que califica como «gente muy humilde e inocente», también hizo buenas migas. Destaca que «para ellos, los españoles éramos muy raros. Como no están acostumbrados a ver guiris se nos quedaban mirando fijamente y mostraban mucha curiosidad por cómo vivimos. Me llamó la atención que conocieran el Tau, son muy aficionados al baloncesto».

A Esteban le encantaría volver algún día y rompe una lanza a favor de la ciudad que le acogió: «futuros erasmus, escoged un destino menos habitual y os tratarán mejor que en ningún sitio».

IGOR GÓMEZ

Estudiante de Arquitectura

«Aprendí a convivir con los demás»

Rodeado de libros y apuntes en la biblioteca, Igor desenvuelve una página de periódico escrita en alemán y enseña fotos de sus amigos Stephan, Andrew, Paulina... Al irunés Igor Gómez le cuesta tanto olvidarse de sus «colegas erasmus» que los lleva, además de en su corazón, en el bolsillo. Este estudiante de Arquitectura en la UPV se ausentó por unos meses del campus donostiarra y partió rumbo a tierras austriacas el año pasado. «Los primeros días me alojé en un hostal pero a las pocas semanas encontré un piso que compartía con un serbio, un alemán y un francés». La convivencia con gente de otras nacionalidades es una de las experiencias más enriquecedoras para él, porque «aprendes costumbres y culturas diferentes, a convivir con los demás...».

A la hora de destacar tres cualidades de Viena, este futuro arquitecto no se lo piensa. «Las buenas comunicaciones, una vida estudiantil muy activa y ofertas de viaje para los jóvenes. ¡Por 40 euros te recorrías toda Austria!»

Y como todo estudiante erasmus que se precie, las fiestas también formaban parte de su día a día. Recuerda la gala de bienvenida que les brindó el alcalde en el salón principal del ayuntamiento. «Fue de película. Parecía el palacio de Sisí Emperatriz, todos íbamos vestidos de traje y sonaban valses de fondo, fue divertido».

Este irunés destaca que «hay que saber controlar las salidas porque al final el cuerpo no da más de sí y la cartera, tampoco». En su caso, la beca ascendía a 350 euros. «Sumando lo que te gastas en comida, alojamiento, compras...es una pasta y hay que saber administrarse muy bien».

Dejando a un lado la vida nocturna, la estudiantil también dio mucho de sí. «Me apunté a un concurso de arquitectura a nivel europeo junto con otras dos amigas españolas que conocí y pronto sale el resultado. Si no gano, por lo menos brindaremos por el reencuentro».

JANA KNÄUSL

Estudiante de Derecho

«Me quedo con el mar y los montes»

«La oportunidad que te da la beca de viajar a otro país es única y no la puedes dejar pasar», manifiesta Jana Knäusl. Esta alemana oriunda de Hamburgo tenía marcados como destinos Alcalá de Henares y San Sebastián, pero éste último le atrajo más «por los montes, el mar, la cultura del pintxo... y porque el País Vasco me parece muy interesante», manifiesta.

Desde que llegó a la capital guipuzcoana, en septiembre, reconoce que no hs hecho amigos vascos «porque son muy cerrados. Todos nuestros compañeros opinan lo mismo. En la universidad, a nadie le interesa acercarse y es una pena porque encima no puedo practicar el idioma con nadie. El no entenderte con los otros puede que sea un obstáculo, por eso estoy apuntada a un curso de español y me encantaría aprender euskera».

La relación con sus profesores es «muy buena». Lo que más le sorprende del modo de estudio vasco con respecto al de su país es la cercanía con la que tratan los profesores a los estudianes. «En Alemania las clases son de 100 alumnos y los maestros no saben tu nombre. Si no vas a clase tampoco pasa nada. Aquí es todo lo contrario: clases reducidas y profesores muy cercanos, ¡hasta van vestidos sin traje!», cuenta.

Tras las clases de Derecho en la UPV, Jana regresa a su piso «internacional», en el barrio de Gros, que comparte con una pareja de Barcelona, un francés y dos brasileñas, con los que se lleva «estupendamente». «La convivencia la llevo muy bien, aunque el chico francés hace demasiadas fiestas», bromea. En Gros se aloja la mayoría de los estudiantes extranjeros, como nuestro siguiente protagonista, Lowell Demoll.

LOWELL DEMOLL

Estudiante de Arquitectura

«Echo de menos la comida casera»

Mitad belga, mitad holandés, Lowell Demoll pronuncia el castellano casi a la perfección. El hecho de que viviera sus primeros siete años en Valencia puede que tenga algo que ver. «Crecí aquí pero mis padres y yo nos marchamos a Bélgica a vivir cuando era muy pequeñito y apenas me acordaba del idioma».

Estuvo por primera vez en Donostia el verano pasado y se quedó «fascinado». «Vine con unos amigos después de visitar toda la costa y cuando pedí la solicitud de la beca Erasmus no dude de que quería volver».

Llegó a la ciudad hace cinco meses para seguir con la carrera de Arquitectura en la UPV y gracias a su compañero de piso oriotarra «voy conociendo las costumbres vascas más de cerca, las traineras sobre todo. En Bélgica no se oye hablar mucho del País Vasco, es precioso».

Los montes, el mar y la gente «tan amable» es lo que ha cautivado a Lowell, aunque no tanto la comida. «Sólo hay pintxos, echo de menos la comida casera. Tendré que pedir al de Orio que me lleve de sidrería», bromea. En el piso que comparte con otra chica francesa la convivencia va «sobre ruedas», al igual que las clases de arquitectura. Afirma que «el método de estudio es muy diferente, no más duro pero mucho más técnico», afirma.

El 1 de julio este joven de 24 años regresará a Bélgica pero confiesa que «repetiría la experiencia con placer».

FRANCESCA BIOCCA

Estudiante de Derecho

«Donostia es muy segura»

A punto estuvo la italiana Francesca Biocca de pasar sus seis meses de beca en Bilbao pero el destino quiso traerle a Donostia. «Como no había sitio me trasladaron aquí y la verdad no me arrepiento para nada, esta ciudad es increíble», expresa.

Se aloja en el colegio mayor Olarain, en el campus de la UPV, después de buscar una habitación en alquiler por toda la ciudad. Según cuenta, «visité más de quince pisos pero la mayoría pedía como mínimo un año de estancia y había otros que no me convencían así que me apunté a una residencia».

Asegura estar encantada en la ciudad y si algo destaca de ella, además del mar, la sidra y el jamón, es la seguridad que reina en las calles. «Roma no es peligrosa pero sí mucho más grande. Aquí incluso cuando hay manifestaciones la gente pasea con sus niños pequeños por al lado, tan tranquila», expresa sorprendida.

Si bien acostumbra a «inventar» palabras, la similitud del idioma le ha facilitado mucho el aterrizaje a la capital guipuzcoana, aunque no tanto el relacionarse con sus compañeros de clase. «Es curioso, los vascos sois muy cerrados, en la uni siempre van en grupitos. Solo conozco a gente extranjera, de hecho fue en clase donde conocí a Jana y ella opinaba lo mismo».

Con todo, para la joven Francesca el programa de intercambio está siendo «una de las mejores experiencias de su vida». «Te ayuda a mejorar el idioma, aprendes a desenvolverte solo lejos de casa...». Se marcha dentro de dos meses y ya está deseando volver. «En marzo se termina mi beca... me encantaría venir dentro de un par de años quizá a buscar trabajo, quién sabe».

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