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ANE URDANGARIN
Miércoles, 12 de marzo 2008, 03:11
SAN SEBASTIÁN.DV. Como todas las madrugadas, varias mujeres se afanaban en limpiar el centro de talasoterapia La Perla. Eran las cinco y media. A través de los cristales que rodean el jacuzzi panorámico y las salas del gimnasio ya se barruntaba el enfado del mar. Hasta que, de repente, una pared de agua se elevó ante sus ojos. Entonces, oyeron una especie de explosión. El fuerte oleaje se había llevado por delante las barreras de protección de madera instaladas la víspera. Luego cayeron los inmensos ventanales, colocados hace apenas 10 días. Entró el agua y barrió con todo. Sin clemencia. Afortunadamente, no se registraron daños personales, aunque los materiales se cuantifican con muchos ceros.
Ana Oliva es directora del centro de salud y de estética de La Perla y ayer al mediodía ejercía de guía por unas «desoladoras» instalaciones, a las que llegó a las siete y media de la mañana alertada por compañeros de trabajo. El agua, devastadora, corría a raudales. «No podíamos hacer nada. Sientes una impotencia tremenda». Y mientras esperaban a que las olas se alejaran, lloraron.
Horas más tarde, la luz aún no ha vuelto, pero tampoco hace falta para comprobar los destructores efectos del temporal. Bajamos a la zona de estética y nos tenemos que parar en la escalera. El agua alcanza varios metros y no se puede acceder a las 22 cabinas. «Toda la maquinaria estropeada, todo el servicio anulado». En el circuito de talasoterapia es preciso sortear bloques de piedra e incluso trozos de barandilla. La arena no deja distinguir el color del suelo de la zona de vestuarios y, en el gimnasio, el agua ha desplazado unas pesadas cintas para correr, que acaban golpeando el fondo de la sala con tal virulencia que rompen un suelo acristalado. Las cintas aparecen hundidas en la sala de musculación. Y en la zona de obras para la futura ampliación, mejor no mirar... «Ahí tienes la piscina». Ana bromea por no volver a llorar.
Porque estos temporales siempre resultan catastróficos, pero en determinadas fechas, aún más. Los negocios de ocio del litoral aguardaban los partes meteorológicos para las próximas semanas. Además, las carambolas del calendario regalan una Semana Santa más estirada de lo habitual. La actividad se intensifica. «Y mira cómo estamos. Tenemos citas con clientes de Madrid y de Cataluña y no les podemos ni avisar porque hemos perdido sus datos».
Defensas destrozadas
Tristán Montenegro, propietario entre otros locales del Bataplán, andaba la noche del lunes con la mosca detrás de la oreja. Así que colocó las defensas -unos toldos con agujeros para frenar los golpes del mar- en los voladizos de la terraza y un libro voluminoso debajo de su ordenador. Ese gesto salvó la información almacenada en el disco duro, pero la mayoría de las lonetas no resistieron. La discoteca amaneció arrasada. Previamente, Tristán, el encargado del local y un electricista vivieron momentos «dantescos. Conseguimos que no se fuera la luz y desde la escalera lo vimos todo. Era impresionante ver cómo entraban las olas, con qué fuerza arrastraban todo, el ruido... En un momento conseguimos abrir las ventanas porque el agua iba a entrar igual».
Suena el móvil de Montenegro. «Hola Odón». Le llama el alcalde de San Sebastián para interesarse por los desperfectos. La lista es interminable. En el sótano todavía hay dos metros de agua, los equipos de música, las cámaras frigoríficas, el mobiliario y otros muchos elementos están inservibles. «Y hay que colocar tablones en la ventana para la pleamar de esta tarde».
En La Rotonda la situación es muy similar. Su director y dueño, Alfredo Valiente, había hablado con varios gremios para que ayer colocaran protecciones en los ventanales. «No hemos llegado». El temporal volvió a convertir en una piscina su pista de baile, una imagen similar a la que se publicó en estas páginas hace casi un año. «No sé si es el cambio climático, pero en el último año hemos tenido tres de éstas. La del 19 de marzo del año pasado, otra en diciembre, más suave, y la de hoy». La última y la más fuerte. «No hay ventanal que resista semejantes embates. Mira, las saca de cuajo y aparecen en cualquier lado», cuenta apuntando varios metros al fondo. Varios operarios retiran en carretillas la arena acumulada. Trabajo no les falta. En La Rotonda y en Bataplán trabajan a destajo: quieren abrir cuanto antes. El viernes como tarde.
También se esmeran en el club Atlético San Sebastián. Hay muchos daños. Varios jóvenes con trajes de neopreno sacan hasta un centenar de piraguas de un almacén anegado. Los colocan en la playa. Al fondo se observa a decenas de curiosos comentando los destrozos. Es que por romper, las olas han seccionado hasta la mítica barandilla de La Concha.
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