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MIGUEL GONZÁLEZ
Domingo, 27 de abril 2008, 02:53
san sebastián. DV. La ralentización del sector inmobiliario ha pillado a muchos guipuzcoanos atrapados con un piso recién comprado y otro que no pueden vender. María, una donostiarra de 30 años, vive uno de esos casos que, de la noche a la mañana, le ha conducido a una situación desesperada.
Muy jovencita, con 20 años, decidió comprarse su propia casa, una modesta vivienda en Herrera de 50 metros cuadrados por la que pagó nueve millones de pesetas en 1998. «Era un sexto piso sin ascensor, pero quería vivir mi propia vida y tener una casa, porque lo del alquiler no me convencía».
Eran tiempos en los que una vivienda se revalorizaba rápidamente, por lo que a los dos años la vendió por dieciséis millones para acercarse a Amara, su barrio. Como los precios estaban por las nubes, terminó adquiriendo un piso antiguo de 70 metros cuadrados en Loiola por los que pagó 21 millones, contando lo que le costó la reforma. «Fue un buen cambio, porque saqué cinco millones limpios con la venta, tenía una casa más grande y estaba más cerca del centro».
Pasaron los años y María se planteó reformar la cocina y el baño, para lo que solicitó una ayuda al Gobierno Vasco. Trabajaba de administrativa y su sueldo apenas llegaba a 900 euros. Pero entre que el permiso de obra del Ayuntamiento costaba 1.200 euros y que la ayuda autonómica -3.000 euros- le obligaba a no vender el piso en cinco años o a devolver la ayuda más los intereses si lo hacía, terminó desistiendo. «Al final me di cuenta de que un piso viejo, siempre sería viejo por mucho que le lavase la cara. Así que me decidí a comprar uno nuevo en Riberas de Loiola».
El vecino sí vendió el suyo
De esta manera en enero de 2006 adquirió un piso sobre plano de 70 metros cuadrados por 60 millones de pesetas. Realizó sus cuentas y vio que le salían, ya que el vecino de al lado había vendido recientemente el suyo por 50 millones. Le quedaban doce del prestamo por pagar, a razón de 400 euros al mes.
Además, las condiciones de pago de la nueva vivienda no eran malas. Un millón de entrada, un 10% (seis millones) que debía abonar al mes siguiente (febrero de 2006), otros seis millones al año (febrero 2007) y el 80% restante al firmar las escrituras, lo que sucedió hace poco. Para hacer frente a los doce primeros millones, pidió dos créditos-puente de seis millones cada uno, por los que pagaba 400 euros mensuales sólo de intereses. La ayuda de su familia, que le prestó diez millones, le permitió liquidarlos y ahorrarse un dineral en intereses.
Pero su calvario comenzó cuando quiso vender su antigua vivienda. El año pasado se puso manos a la obra pero el mercado había entrado en recesión. Los cincuenta millones por los que pensaba colocarlo, empezaban a ser una quimera. «No quiero malvenderlo, porque cada millón que rebajo supone tres años que he estado pagando al banco. Pero la cuestión no es en cuánto estaría dispuesto a venderlo, porque es que ni siquiera he recibido una propuesta en un año. Ha venido gente a verlo, pero nada».
El tiempo pasaba y llegó el momento de hacer frente a la hipoteca del piso nuevo, 1.400 euros de carga mensual a los que añadir los 400 de la hipoteca del viejo, En total, 1.800 euros al mes. Más los diez millones que debe devolver a su familia. Su sueldo apenas llega a los mil euros, por lo que ha tenido que buscarse otros trabajos. «Trabajaba por la mañana de ocho a tres y por la tarde meto horas sueltas en una oficina. Además, los viernes y sábados trabajo en un bar hasta la madrugada, lo que me permite llegar hasta los 1.500 euros. ¿Cómo me arreglo para hacer frente a esa diferencia? Pues tirando de los cinco millones que saqué de la venta de la casa de Herrera y de lo que he podido ir ahorrando, como una hormiguita, en los últimos años».
Tal situación de ansiedad le ha llegado a afectar incluso a su salud. «Es que esto no es vida. Trabajo desde las ocho de la mañana del lunes hasta las siete de la mañana del domingo. Este día lo paso tirada en casa sin pisar la calle, porque no me puedo mover. Tampoco tengo teléfono ni internet. Para usarlo voy a la casa de cultura. Muchas veces siento tal ansiedad que tengo que tomar algún tranquilizante».
Pero María no pierde la esperanza. No se arrepiente de nada y mira al futuro con optimismo. «Después de visto todo el mundo es listo. Hay amigos que me dicen que tenía que haber vendido la casa hace dos años, ya pero ¿dónde hubiera vivido este tiempo? Hay gente de cuarenta años con hijos que viven con sus padres o en pisos de alquiler. Yo quiero tener mi propia casa para, cuando tenga cuarenta años, disfrutar de ella con mis hijos. En eso pienso cuando peor estoy, en que este sufrimiento se verá recompensado».
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