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ALBERTO MOYANO
Miércoles, 7 de mayo 2008, 03:12
Apenas veinticuatro horas después de recibir la Insignia de Plata de la UPV, el artista Nestor Basterretxea celebraba ayer su 84 cumpleaños «muy animado y lleno de fuerza». Desde su domicilio en Hondarribia, el artista bermeotarra repasa su larga trayectoria, habla de sus proyectos y asegura que, lejos de retirarse, su intención es morir trabajando.
- ¿Cómo se encuentra?
- Muy bien. Esperando que lleguen los 84 años, pero muy bien.
- ¿Qué tal fue el encuentro con los estudiantes en la Facultad de Bellas Artes de la UPV?
- Fantástico porque estuvieron autoridades universitarias, profesores y alumnos, en un clima de cordialidad. Siempre había pensado en la universidad como en un lugar casi sagrado en el que se colma la intelectualidad de la gente y me encontré con la gran satisfacción de que el Premio me lo daba precisamente una universidad.
- Pronto volverá a la Universidad.
- Sí, como agradecimiento, he quedado en hacer una exposición muy selectiva de mi obra después del verano. Con las obras delante, hablaré a los alumnos de una forma más concreta porque, anécdotas al margen, en algún momento hay que hablarles seriamente de los planteamientos artísticos.
- Andrés Nagel anunció que se retiraba. ¿Y usted?
- Yo no. Siempre he tenido a Nagel por un tipo bastante raro, muy inteligente, pero muy especial. Nunca tuvimos un trato continuo, aunque le respeto mucho. Ha tenido disgustos con una firma comercial, pero no creo que eso le haya llevado a retirarse. Me ha extrañado mucho en alguien tan trabajador.
- En todo caso, usted sigue.
- Cuando tenía quince años ya dije que la muerte me iba a sorprender trabajando. Como temo mucho a la muerte prefiero que me sorprenda distraído, trabajando y no con grandes dolores y largas enfermedades.
- ¿Qué sabor de boca le dejó la exposición que compartió con Carmelo Ortiz de Elgea en la sala Kubo?
- Muy bueno. La sala es magnífica. Me obligaron a compartir la exposición y hubo protestas de mis hijos, pero los responsables de la sala ya me explicaron que hay muchos artistas en el país y que si iban exponiéndolos uno a uno nunca acabarían. Sólo puse la condición de que me dejaran elegir al artista: Carmelo Ortiz de Elgea, uno de los mejores, si no el mejor, pintor que hay en el País Vasco.
- ¿Ha cambiado el oficio de escultor en todos estos años?
- Para empezar, he cambiado yo. Era pintor, pero no me pasé a la escultura por influencia de Oteiza, como algunos sostienen, sino porque una investigación sobre la conducta de la línea en el plano me llevó a descubrir la tercera dimensión.
- ¿Y la sociedad?
- Mucho y yo también. Me encuentro con una libertad a la hora de concebir las obras mucho mayor que la que tuve antes, cuando estaba aferrado a cuatro o cinco cosas. No sé si es una enfermedad de la vejez, pero es verdad. Ahora estoy trabajando con unos colores y unos planteamientos estéticos que nunca he utilizado y estoy contento porque he visto que otros artistas -no voy a dar nombres, pero hay muchos y muy buenos- en los últimos años de su vida redujeron su campo de visión y terminaron haciendo cosas casi infantiles. Sufren una crisis y no se dan cuenta. En mi caso, de momento no hay peligro porque estoy muy animado y lleno de fuerza.
- Participó en Equipo 75 y en Gaur. ¿Ya no se crean grupos hoy en día?
- Debe haber algunos, pero muy apagados. Es una pena. Estoy convencido de que los artistas no tenemos esa capacidad de cohesión. He vivido años enteros a tres kilómetros de Remigio Mendiburu y, sin embargo, apenas nos veíamos. No se trata de secretismo, sino de un individualismo feroz. No es falta de adhesión. Es más, cuando Mendiburu me dijo que se iba a morir y me pidió que le comisariara la antológica en el Museo de San Telmo, estábamos enfadados, pero con todo el amor del mundo le hice el trabajo. Sin embargo, confieso que también participo en esa entrega excesiva a lo personal.
- ¿Le interesan los artistas jóvenes?
- Sí, lo que pasa es que ahora estamos muy informados. Incluso demasiado. Hay que cerrar un poco las ventanas de vez en cuando porque si no te encuentras haciendo cosas reflejas de otros. A veces incluso me he negado a ver una buena película por temor a que me influenciara. El valor de la originalidad es muy importante.
- ¿Se siente el último representante de una época?
- Sí. Ahora los jóvenes nos miran como a unos señores muy serios y formales, incluso demasiado.
- ¿Y no es cierto que lo son?
- En absoluto. A estos jóvenes que se van tres años a Nueva York y vuelven totalmente americanizados tampoco les encuentro que tengan nada especial. Son muy importantes las raíces y su expresión universal. La raíz no es un regalo, es un hecho. Una de mis obsesiones ha sido abrazar lo más antiguo del pueblo, que es la mitología, desde una estética actual. No hay que ilustrar nuestro pasado, sino que hay que testimoniarlo.
- ¿Las cosas han sido como las esperaba o se siente decepcionado?
- Yo no esperaba nada. Jamás he llamado a una puerta para pedir una beca. Todo ha sido una sorpresa formidable.
- ¿Se arrepiente de algo?
- Sí. Un arquitecto de origen bilbaíno y que reside en Madrid me dijo que me había equivocado al fijarme excesivamente en la obra de los muralistas mexicanos. Tenía razón. Acepto esas críticas inteligentes y razonadas. Incluso las agradezco. Es importante saber quién es uno y conocer la verdad.
- ¿Se siente eso que se llama un 'artista comprometido'?
- Sí, comprometido con la política sí. Yo ayudo a todo lo que son ikastolas. Soy nacionalista y a veces he sentido claramente que eso me ha cerrado puertas. Te duele que no te dejen libertad para tener esas ideas. Y por supuesto, soy un amante de la paz. Ahí está esa escultura, que nadie fotografía, ni reconoce, quizás porque no sirve para nada. En la historia del arte, las guerras han sido mucho más sugerentes que la paz
- Se le han cerrado puertas, pero también se le habrán abierto otras.
- Pero con más timidez. Es más fácil cerrar una puerta de un golpe que abrir otra. No pasa nada.
- ¿Qué pasó con el museo con su obra que se proyectó en Bermeo?
- No salió adelante porque tenía un coste enorme. Lo que he hecho es regalar a Bermeo la serie Cosmogónica vasca en bronce. Ahora estoy negociando con el Museo de Bellas Artes de Bilbao para regalarle los originales en madera. Tengo que exigir, no dinero, sino unos mínimos: un espacio y una continuidad.
amoyano@diariovasco.com
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