Borrar
OPINIÓN

De la ética a la política

FERNANDO SAVATER

Domingo, 18 de mayo 2008, 04:31

En los lejanos tiempos de mayo del 68, ahora celebrados por unos cuantos y denostados por tantos mas, yo tenía en la Facultad un compañero pro-chino (entonces había gente así) que solía reprocharme mi ya declarada frivolidad política. «Mira -me decía con severidad- voy a hacerte una autocrítica». Creo que nunca llegó a entender por qué un anuncio tan amenazador aumentaba mi jolgorio en lugar de dejarme temblando. Algo parecido me temo que está sucediendo con las «mociones éticas», que con tanta insistencia como pobres resultados están planteando PSE y PNV en los ayuntamientos gobernados por ediles de ANV. Los incriminados no se mueren de vergüenza sino de risa o en el mejor de los casos se quedan tan frescos, contando con la abstención o el apoyo de otras fuerzas políticas.

Y es que tratar de convencer a alguien de su indignidad ética por medio de una votación es tan ridículo como ofrecerse a realizar la «autocrítica» del prójimo. Dejemos a un lado la escasa efectividad práctica de la medida incluso en el supuesto de que salgan adelante las mociones, que nunca pasarán de ser una tímida antesala cuando no un vergonzante sucedáneo de la moción de censura pura y dura (la concejala popular de Arrasate que se abstuvo en la votación mostró quizá poca sutileza táctica pero no deja de tener apreciables razones a favor de su actitud, que sólo es «incomprensible» para los cuentistas pro-gubernamentales). La verdadera cuestión es la diferencia entre ética y política: la primera tiene como asunto la conciencia de cada cual, la segunda se ocupa de la institución de valores y normas intersubjetivas. Podemos debatir con otro sus justificaciones morales, pero en último término la decisión, así como el mérito o la culpa, le corresponden sólo a él; en cambio la política es lo que hacemos y decidimos entre todos. Por eso no puede votarse para decidir lo que es éticamente bueno o malo (probablemente Hitler y ciertamente Bin Laden no han padecido el tormento moral de saberse «malvados») pero en cambio votos y leyes sirven para establecer lo que una comunidad considera admisible y lo que rechaza, prohíbe y castiga como inaceptable. Quede claro: lo rechaza, prohíbe y castiga piense lo que piense moralmente cada uno de los ciudadanos, en el uso de su libertad de conciencia. Se trata de establecer los principios básicos de lo que debemos hacer para convivir, no de lo que cada cual debe pensar y juzgar. ¡Ah, qué bien vendría una asignatura de Educación para la Ciudadanía que explicara algo de ésto a las próximas generaciones, ya que sus padres se hacen con tales cuestiones la picha un lío!

Si alguien asesina, intimida a sus convecinos, extorsiona o si es cómplice, encubridor o justificador teórico de tales fechorías, tiene sin duda un problema moral. A lo mejor no lo ve sin embargo como tal problema y se siente orgulloso de lo que hace o cree que cumple con su deber, por doloroso que sea. Así somos los seres humanos. Por supuesto, creo que existen razones éticas que se le pueden proponer para que reflexione y cambie de conducta (algunos hemos dedicado a pensar sobre esos temas escabrosos y polémicos buena parte de nuestra vida profesional) pero no hay ninguna garantía de que se deje persuadir por semejantes argumentaciones. En eso consiste la grandeza y el abismo de la libertad. En cualquier caso, los que conviven con tales personas no comparten ese problema moral, sino que tienen con ellos problemas de otra índole: de seguridad, legales, sociales, etc Y si tales personas se presentan como un grupo político y se apoderan de puestos de gobierno, el problema que tiene el resto de la comunidad es también político, no ético.

Es precisamente lo que ocurre en el País Vasco y por extensión en el resto de España. Por ello resulta inútil tratar la delincuencia terrorista y sus servicios auxiliares como una cuestión de conciencia y multiplicar los bienintencionados seminarios en los que todo el mundo debe hacer ejercicios espirituales para intentar aclarar cuales son las perturbadoras causas que alientan la violencia en el corazón de los hombres. Hace mucho que Sánchez Ferlosio explicó el núcleo del asunto: para que alguien cometa las mayores barbaridades basta con que esté plenamente convencido de que tiene razón y no se preocupe por nada más. También podemos recordar lo que dijo Chesterton: loco es el que lo ha perdido todo, absolutamente todo, menos la razón. Por tanto, de lo que se trata es de aplicar las medidas policiales, judiciales y desde luego políticas para que los terroristas y quienes les secundan no campen por sus respetos ni mucho menos obtengan parte o todo lo que buscan con esos métodos reprobables. Cuando hablamos de que al final de esta tragedia que vivimos debe haber indudablemente vencedores y vencidos, nos referimos precisamente a ésto y no a otra cosa.

Los terroristas invocan argumentos nacionalistas para justificar sus crímenes. Y muchos nacionalistas nada violentos se escandalizan sinceramente de esta utilización de su ideología. También ha habido personas religiosas que se escandalizaron del mismo modo de la Inquisición y de las persecuciones de herejes, o comunistas bienintencionados que abominaron del estalinismo, etc Y pidieron volver a las auténticas esencias cristianas, comunistas o nacionalistas para liquidar esos males sanguinarios. Pero lo cierto es que las persecuciones religiosas no desaparecieron cuando la gente se hizo más extensa y verdaderamente religiosa, sino cuando el peso de la religión disminuyó en la sociedd y se hizo devoción privada; y el estalinismo no desapareció gracias a un aumento general del comunismo, sino a su drástica disminución y puesta en entredicho.

Del mismo modo, la amenaza terrorista del nacionalismo radical y su intolerable intimidación social no desaparecerán cuando Euskadi se «normalice» en la hegemonía indiscutible del nacionalismo y haya ya nacionalismo para todos y aceptado por todos, sino cuando el nacionalismo se convierta en proyecto político de unos cuantos y no desde luego en obligación pacífica o violenta de los demás. Vamos, digo yo.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco De la ética a la política