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JON AGIRIANO
Martes, 15 de julio 2008, 10:29
Han pasado 26 años desde el día en que Jesús Iglesias e Inmaculada Armiño pensaron que en el gimnasio Yamabuki podía estar la solución a sus problemas. Sus hijos (Unai, de seis años, Leire, de cuatro e Iker, de tres) eran una fuente de energía inagotable y arrolladora que había que encauzar de algún modo para que el hogar familiar no pareciera un campamento apache en pie de guerra. Jesús e Inmaculada soñaban con un arma secreta que pacificara a sus niños del mejor modo conocido: el cansancio.
De este modo, decidieron apuntarles al gimnasio que Tatsumi Uematsu había abierto en Portugalete. Iker tuvo que esperar un año para poder inscribirse, pero Unai y Leire no tardaron en estrenar su kimono. El sueño de sus padres, sin embargo, no llegó a cumplirse. Leire Iglesias, convertida ahora en una judoka de élite que aspira al podio en los Juegos de Pekín, lo recuerda con una sonrisa. «En lugar de llegar a casa cansados llegábamos con más ganas de pelea», dice.
La vida de esta joven portugaluja ha girado desde entonces alrededor del judo. En el Yamabuki conoció a sus amigas de la infancia y allí, sobre el tatami, creció y aprendió a ganar y a perder, y entendió el valor del esfuerzo y de la determinación. A los 16 años obtuvo el cinturón negro, pero fue tres años antes, a los trece, cuando participó en su primera competición oficial, el campeonato de España sub-15. Quedó tercera tras sobreponerse al berrinche que agarró al perder el primer combate. «No quería salir a la repesca, pero al final me convencieron y lo hice bien», rememora la judoka, que ese mismo año quedó segunda en el campeonato de Euskadi y campeona en el de Vizcaya.
La última oportunidad
El gusanillo de la competición ya no le abandonó. Leire dice de ella misma que es «bruta y tenaz» y que conoce muy bien sus posibilidades, sus defectos y virtudes. Una de ellas es, sin duda, el afán de superación, gracias al cual ha conseguido, a sus 30 años, hacer realidad el sueño de competir en unos Juegos. Sucede que la judoka vizcaína ha vivido durante casi toda su carrera deportiva a la sombra de una gran competidora como es Cecilia Blanco, la número uno de España en la categoría de 70 kilos. Ser la número dos le ha impedido participar durante años en Juegos, Mundiales o Europeos, ya que estas grandes competiciones sólo admiten una representante por país y categoría.
Cualquier otra se hubiese desanimado, pero el año pasado Leire Iglesias decidió darse una última oportunidad. «Me dije que, si no conseguía clasificarme para Pekín, me retiraría, pero que iba a darlo todo para conseguirlo. Hice un 2007 buenísimo y pude ir al Mundial. Quedé séptima. Por un combate no conseguí entonces la plaza olímpica. La tuve que sacar en el Europeo, donde hice segunda. Creo que en el Mundial me pudo la inexperiencia. Era el primero de mi carrera y no supe dar lo mejor de mí misma. No creo que me vuelva a pasar», comenta la portugaluja, que está convencida de haber aprendido la lección y de que en Pekín lo dará todo.
Para conseguirlo, tiene muy cerca el mejor espejo en el que puede mirarse una judoka española: Isabel Fernández, campeona olímpica, mundial y europea, uno de los mitos de este arte marcial. La vizcaína, que tras años teniendo que buscarse la pela para poder seguir dedicada al judo, disfruta ahora de una beca ADO y del apoyo de la Fundación Euskadi Kirola, entrena desde hace ocho años en Alicante con Javier Alonso, el marido de Isabel. Trabajan muy duro, en dos sesiones diarias, de 12.30 a 14 horas y de 20.30 a 22.30 horas.
Además de ello, desde hace semanas Leire examina vídeos de las rivales que pueden tocarle en el sorteo. «Fui a Alicante después de estar dos años en la Blume. Aparte de que allí podía seguir estudiando Fisioterapia, la posibilidad de entrenar con Javier y con Isabel es una suerte. De ella sobre todo aprendes actitud de combate, cómo afrontar la competición. Te enseña a no hundirte nunca y a estar siempre ilusionada. Ella va a Pekín a por su tercera medalla olímpica», asegura.
La judoka vasca cree que la lucha por las medallas estará muy abierta. No se considera una de las grandes favoritas, pero sabe que, si compite bien, puede estar en el podio. Y esta convicción, forjada durante el pasado Mundial, le llena de confianza e incluso de un cierto optimismo precavido. «La verdad es que me veo muy bien. Desde luego, voy con la idea de ganar. Porque para perder el primer combate no hago un viaje tan largo. Eso lo tengo muy claro. ¿Qué pasará? Eso nunca se sabe en el judo. Todos hemos ganado a judokas mejores que nosotros y hemos perdido con otras que son peores. Si te descuidas un segundo, pierdes. La cuestión, por tanto, es darlo todo, lo mejor de ti misma y no perder nunca la concentración», explica.
Una forma de vida
Leire no sabe bien lo que hará después de los Juegos y tampoco quiere pensar demasiado en ello. Dice que no le gusta marcarse objetivos a largo plazo. Prefiere ir poco a poco, vivir el día a día de un deporte que le apasiona y que ha sido para ella una forma de vida.
El mundillo del judo es pequeño y todos se conocen y comparten unos códigos y una memoria. Yahaira Aguirre, a la que Isabel Fernández cierra el paso olímpico en 57 kilos, es una de sus grandes amigas. A Kenji y Kiotsi Uematsu, que se ha quedado a un solo punto de ir a Pekín, les conoce desde niños, como a muchas de sus rivales en los campeonatos de España. «Tengo 30 años y por edad todavía podría seguir e intentar ir a Londres. Isabel, por ejemplo, tiene 34 años. No lo sé. Ya veremos. Estoy estudiando Enfermería también... No lo sé. Me lo preguntas dentro de unos meses», dice a modo de despedida, antes de aceptar, encantada, la invitación del fotógrafo para subir a lo más alto del Puente Colgante y hacerse desde allí el retrato que ilustra esta página.
A Leire se le enciende la mirada ante la posibilidad de esta pequeña aventura. Es un gesto peculiar, infantil, como de perspectiva de travesura. Y uno piensa entonces sin querer en Jesús Iglesias y en Inmaculada Armiño y en aquel día de hace 26 años, cuando pensaron que en el gimnasio Yamabuki podía estar la solución a sus problemas. Y les entiende perfectamente.
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