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BARQUERITO
Viernes, 1 de agosto 2008, 11:16
Seis toros de Palha (Joao Folque de Mendoça), de general cuajo y desigual condición. Poderosa corrida, cruda y duramente castigada en el caballo. Bravo el primero; bondadoso el quinto; manejables segundo y cuarto. Se rajó el tercero. De genio artero un agresivo sexto.
Diego Urdiales, de rosa y oro, silencio y silencio tras un aviso. Sánchez Vara, de gris perla y oro, vuelta y oreja. Javier Valverde, de azul mahón y oro, silencio en los dos.
Casi lleno. Veraniego.
Abrió feria un imponente toro de Palha. Soberbia popa, cortas manos, anchos pechos y gruesas mazorcas, seria cara. Parecía inmenso. Lo era. Codicioso, de engrasado motor, remató de salida, vino humillado al emplearse, perdió las manos por rebosarse. Sólo un problema y no menor: por la mano izquierda se acostó como si se colara. Dos puyazos tomó ese toro Sortudo, probablemente de la línea Pinto Barreiros de la ganadería.
Charcos de sangre dejó el toro, pasaron como pudieron los banderilleros. Al ataque enseguida el toro y sin pensárselo, pero, al final de viaje, pegaba un derrote. Era toro de bajarle la mano y taparlo. Como tenía casta, reponía si no iba sometido. Cuando fue del todo sometido y por abajo, repitió con clase. Eso fue en una tanda de última hora. En el platillo mismo. El ruedo de Azpeitia es de corto diámetro y decir los medios no es relevante referencia. Diego Urdiales anduvo más decidido que confiado con el toro. Tal vez lo sorprendiera su codicia y su reserva de gasolina. No es que se viniera arriba el toro, porque nunca estuvo venido abajo. Pero pesó y costó.
Demasiados enganchones en una faena de muchas voces y de muletazos cobrados de uno a uno. Al descubrirse, Diego parecía sentirse visto por el toro, que, por la mano izquierda, se vino al paso y con regular intención. El toro escupió una habilidosa estocada delantera. Pero suficiente. Se fueron los diez minutos de combate. Ovación para el toro. Apenas unas tibias palmitas para el torero de Arnedo.
Luego salieron tres toros de la línea Contreras-Ibán. De más cómoda armadura. Un primero sacudido, de pocos riñones, colorado y chorreado, ligero y vivo. Escarbó mucho. Sin poner sino corrido por dentro cobró un largo puyazo. La corrida cobró en el caballo sin piedad y abundantemente. Sólo ese segundo se libró del segundo puyazo. Echó la cara arriba en la muleta, se rebrincó. Sánchez Vara, hecho en plaza con una larga cambiada de rodillas en el tercio y gentil en un rápido quite por navarras, banderilleó sin acierto y trabajó luego sin apenas fe. Remate de faena fueron un molinete, una giraldilla y dos manoletinas en raro broche. Y una estocada baja.
El tercero sangró lo indecible en dos puyazos, apretó en banderillas y pegó en la muleta muchos gaitazos. Tuno una chispa de vivo genio latente y a la hora de la verdad se rajó aparatosamente. Javier Valverde le pegó al toro muchas voces, lo manejó sin darle tiempo ni para respirar y lo mató sin fortuna: un pinchazo sin pasar y una estocada atravesada que asomó más de dos cuartas. Antes de enlazarse el toro, sonó el ceremonioso zortzico de Azpeitia.
En pie todo el mundo, descubiertos toreros, mulilleros, areneros y el resto del personal. Elegante ceremonia.
Tras el zortzico, un cuarto de la familia de los dos previos, pero de aire incierto, distraído, muy suelto, andarín. Atizado en dos varas, esperó en banderillas. Urdiales sorprendió con un brindis al público, pero el toro sorprendió no poco también. La inicial falta de fijeza se resolvió de pronto en todo lo contrario. Descolgado, metió la cara. Domado el genio, fue toro manejable.
Hubo muletazos buenos de Urdiales, pero no dos ligados ni unidos en el mismo manojo. Se fue desvaneciendo el primer intento. A paso de banderillas, una estocada delantera. También la escupió este toro. Un descabello cuando ya había sonado un aviso.
Para sorpresas, la que siguió después. Un quinto toro gacho y cebón, de basta lámina, como de carromato, que, sin la menor fijeza anduvo de partida buscando meterse por cualquier hueco. Blandeado en el caballo y sangrado como todos, sacó en banderillas pies ágiles y vino a ser en la muleta de una rara bondad. No la entrega del bravo sino la docilidad del que no tanto.
Pero, fijo ahora, fue y vino como amaestrado, sin tocar los engaños, sumiso a la muleta de Sánchez Vara, que acertó con el sitio, la velocidad y la dosis de castigo. Por la mano izquierda no fue tan coses y cantar la cosa. Casi. Encantada la gente con el ritmo de la función. Una estocada desprendida a paso de banderillas. Una oreja bien jaleada.
Y un duro final, porque el sexto, durísimamente castigado en el caballo, y toro de gaita artera y sinuosa, pegó trallazos, punteó, repuso y se revolvió. No saldrá otro más difícil en toda la feria.
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