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SANTIAGO ERASO
Viernes, 7 de noviembre 2008, 04:18
La Declaración de Independencia de Estados Unidos fue redactada por Tomas Jefferson y aprobada en 1776. Diez años después se ratificó la primera Constitución norteamericana, considerada como la primera carta constitucional de la historia moderna. Aquel documento sentaba las bases de un sistema político -conocido como democracia jeffersoniana- que se asienta sobre los principios básicos de la separación de poderes e Iglesia/Estado, libertad de conciencia, expresión y prensa, así como en un peculiar sistema electoral que permite la participación ciudadana.
Varias décadas más tarde, el escritor francés Alexis de Tocqueville, tras dos años de viaje por el país, escribió , retrato de la sociedad y de la política norteamericana y, a la vez, reflejo de la vida cotidiana de este país. El libro, publicado en dos tomos (1835 y 1840), sigue siendo fundamental para comprender la esencia de lo que conocemos como sistema democrático.
Desde entonces hasta nuestros días, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se han convertido en la potencia más grande del mundo y en referente para muchos políticos. Es indiscutible que su historia escribe grandes momentos de la democracia universal, pero también ha sido protagonista de muchas páginas oscuras de nuestra historia. A menudo se idealiza su sistema político que se presenta como una democracia extremadamente dinámica y activa. No hay más que ver la gran atención mediática que han provocado las elecciones celebradas el pasado martes.
Sin embargo, más allá del efecto Obama que ha producido un aumento considerable de asistencia a las urnas, Noam Chomsky, uno de los analistas más lucidos de la política de Estados Unidos, nos recuerda que de los más de trescientos millones de habitantes censados en el país, poco más de la mitad acude habitualmente a las urnas; 47 millones de ciudadanos no poseen ninguna cobertura sanitaria y 120 millones la tienen insuficiente; los estadounidenses tienen el número más alto de horas de trabajo del mundo industrial y los sueldos más bajos en relación a las altas rentas de una minoría privilegiada que, organizada en grandes grupos de presión, controla la mayor parte de las influencias y de los recursos destinados a la financiación de los dos únicos partidos que tienen capacidad de incidir en el Congreso; a todo esto se añade un sistema tributario que beneficia a los privilegiados y fomenta las desigualdades sociales. En fin, conocemos al detalle su política exterior, basada en una tradición belicista, expansionista -por no llamarla imperialista, que se nutre de un enorme presupuesto en gasto militar. Es decir, no es oro todo lo que reluce.
El nuevo presidente Barack Obama, con todo el indiscutible significado que incorpora su figura, tiene ante sí el reto de devolver a millones de ciudadanos la esperanza del 'sueño americano' y la posibilidad de un mundo mejor.
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