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FELIX IBARGUTXI
Lunes, 8 de diciembre 2008, 12:02
DV. La viuda de Mikel Laboa, Marisol Bastida, y sus hijos Izaro y Agurtzane, esparcieron ayer las cenizas del cantante en el collado de Agiña, a los pies del monumento de homenaje al Padre Donostia. Unas trescientas personas -familiares, amigos y simpatizantes del artista- formaron un círculo alrededor, una especie de cromlech humano. Y cuando, tras las canciones y los recitados, la megafonía calló, los allí presentes entonaron la canción , esa pieza que ya es casi un himno.
En un principio, la familia había decidido despedir a Mikel en la intimidad, tras el ajetreo del tanatorio, el pasado martes, en el que se congregaron numerosas personalidades de múltiples ámbitos. Pero, atendiendo al interés mostrado por las amistades, decidió comunicar el lugar y el día en el que se aventarían las cenizas. Y pidió a los medios de comunicación que se abstuvieran de grabar y de filmar el acto.
Finalmente, ayer en Agiña, al borde de la carretera que une Oiartzun y Lesaka, se congregaron varios centenares de personas. Se habían instalado un equipo de megafonia y un pequeño estrado, con un teclado.
Los asistentes se dispusieron en círculo, y las 12.30 horas comenzó el acto de despedida. El primero en subir al estrado fue JosAnton Artze, el poeta de Usurbil que fue uno de los fundadores del movimiento musical y artístico Ez Dok Amairu. En euskera, dijo que hace unos 40 años acudió con unos amigos a ese paraje de Agiña, «a sentir ese espíritu sagrado de nuestros antepasados», y que «ese día había una niebla muy cerrada, y fue entonces cuando escribí este poema». Y a continuación recitó el poema que luego Laboa convirtió en canción, que comienza con las palabras «Maite ditut, maite, gure bazterrak».
Artze, cuando habló del «espíritu sagrado de nuestros antepasados» tenía en mente esos cromlech tan abundantes en esos alrededores, de la Edad de Hierro, en el último milenio antes de Cristo. Entonces los muertos se incineraban, y es muy posible que las cenizas se esparcieran o se enterraran en esos monumentos.
Artze es un poeta que busca a Dios y ayer acabó su intervención con estas palabras: «Guztion aitaren altzoan, goian bego. Gure barruan dago, maite dutenen biho-tzean bizitzea, hori baita zerua». (Está arriba, en el regazo del padre. Está en nosotros, y pervive en los corazones de quienes le aman. Eso es el cielo).
El viejo corazón
Y luego se oyó por megafonía, por primera vez, la voz de Laboa. Resultó más impresionante, si cabe, porque esa primera pieza fue , con letra de Bernardo Atxaga que habla de un viejo corazón y acaba así:
,
.
(Qué verdes están los helechos y los árboles del bosque, qué callando y tranquilos al atardecer. En este atardecer, Bosque, acoge a mi corazón, está hecho de arcilla, como tú).
El texto de esta canción es de difícil comprensión, porque además se incluyen algunas frases en alemán, pero al oyente siempre le queda la impresión de que se habla de la muerte.
Luego subieron al escenario Iñaki Salvador y Josetxo Silguero, el primero tocó los teclados y en algún caso el acordeón, y el otro el saxo soprano. En Agiña se escucharon los sones de canciones como , y, para acabar, . Y también los sones de la txalaparta, a cargo del dúo Oreka TX.
En esa última canción, , Laboa había adaptado un texto de Joxe Mendiage, que comienza con la frase «, y acaba de esta manera: ». Es decir, Laboa fue despedido con las palabras de aquel bertsolari Joxe Mendiage. nacido en la Baja Navarra y muerto en 1937 en Uruguay, donde residía desde hace años, y que dijo que había vivido cantando y quería que le enterraran también así, con una canción en los labios.
A continuación, la viuda y los hijos esparcieron las cenizas en torno al monumento al Padre Donostia, un fraile que destacó por su trabajo de recopilación de las antiguas melodías populares.
Al acabar las músicas y los textos, las tres hermanas de Mikel Laboa -Eli, Karmele y Begoña- que hasta entonces habían seguido el acto sentadas en unas sencillas sillas de madera, se levantaron y depositaron otros ramos de flores junto al monumento. Y la viuda y los hijos se dispusieron a abrazar a todos los congregados, desde los músicos hasta los amigos.
Entonces, una mujer de entre el público entonó las primeras notas de , y buena parte de los presentes la secundaron. También se oyó un irrin-tzi.
Al marchar, vimos que en la parte trasera del monumento de Jorge Oteiza están esculpidas estas palabras: «» (Hermoso pájaro cantarín, ¿desde dónde estás cantando?) El viejo cantor que tantos compararon con un pájaro descansa ahora en su bosque.
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