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M. L.
Viernes, 3 de abril 2009, 05:38
DV. Había sido planeada como una jornada orientada a sensibilizar, mediar y formar a los jóvenes guipuzcoanos e inmigrantes en valores que eviten la desigualdad y la exclusión social. Con estos objetivos, la ONG Kaeb-Nai (Kultur Arteko Ekintza Berria Nueva Acción Intercultural) se lanzaba el pasado fin de semana a poner en marcha una serie de talleres socio-afectivos presentados bajo el lema .
«Nuestra intención es promover las relaciones entre jóvenes autóctonos e inmigrantes, ofreciendo una imagen positiva de éstos», señalaba Jorge Sáez, coordinador de proyectos de la citada entidad, quien destacaba, asimismo, la necesidad de «romper estereotipos y favorecer su integración».
Para ello, desde Kaeb-Nai se había diseñado una amplia y variada programación de actividades destinadas a niños y jóvenes de 3 a 30 años de edad. Todas ellas tenían como escenario las dependencias del Centro de Recursos para el Asociacionismo Juvenil (CRAJ!), excepto la que primera hora de la mañana del sábado se desarrolló en Igeldo.
Más de una veintena de jóvenes, en su mayoría menores de edad e inmigrantes, se daban cita en las faldas de este monte, concretamente en la zona conocida como Polipaso, que fue pasto de las llamas a principios de 2008. «Vamos a ayudar en su reforestación. El año pasado también vinimos y plantamos 150 árboles. Hoy repetiremos», comentaban ansiosos por comenzar la tarea.
Entre ellos se encontraba Abderrafiq, un chico llegado hace poco más de doce meses desde Marruecos a San Sebastián en busca de una nueva vida. «La vez pasada también vine y planté siete árboles. Era un poco complicado, pero me lo pasé tan bien que estaba deseando repetir», confesaba.
Junto a él se encontraba su compatriota y amigo Mohamed, con quien comparte, además, clases en un Centro de Iniciación Profesional. «Por las mañanas aprendemos soldadura y por las tardes, tenemos prácticas», comentaban, mientras aguardaban el momento de empuñar las herramientas de trabajo y lanzarse sobre el terreno.
Otro tanto hacía el joven argelino Adnane. En un castellano muy poco fluido aún, trataba de demostrar sus ganas de ponerse manos a la obra ayudado por sus compañeros del piso de acogida en el que en la actualidad vive. «Será divertido», decía.
Miembros de la asociación Haritzalde se desplazaban con ellos hasta la extensión quemada con el fin de comprobar cómo evolucionaban los 150 ejemplares plantados en marzo del pasado año e instruirles para plantar correctamente otros 100.
«A algunos ya les han salido hojas y la hierba ha vuelto a crecer», comentaba con satisfacción Antonio Santos, integrante de Haritzalde, al tiempo que comenzaba a ofrecer las primeras explicaciones al grupo de recién llegados.
Pertrechados convenientemente con picos, palas y hasta alguna que otra bolsa de plástico recubriendo los zapatos para no mancharse de barro, los jóvenes se repartían por la ladera e iniciaban la reforestación excavando hoyos lo suficientemente profundos para dejar hueco a las raíces.
La plantación de árboles se convirtió en la excusa perfecta para que jóvenes de distintos orígenes compartieran parte de su tiempo y descubrieran que las diferencias que pueden separarles no son un obstáculo a la hora de iniciar una nueva amistad.
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