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NEREA AZURMENDI
Martes, 5 de mayo 2009, 04:48
DV. No es preciso ser un un folklorista avezado para reconocer desde los primeros acordes la música de y comenzar a entonar su letra. Ni para atreverse -a menudo con más entusiasmo que pericia- a bailar una danza que se encuentra en el repertorio de muchísimos grupos de bailes vascos, que se baila en las plazas y que, en su versión musical, interpretan una y otra vez numerosos coros vascos. Y es que forma ya parte de eso que llaman el acervo cultural...
Si la antiguedad de se convirtiera en tema de apuesta, el dinero estaría probablemente con quienes defendieran su carácter de danza ancestral, popular y tradicional. «Es una de las pocas danzas cantadas que se conservan» o «algunos consideran a este baile un baile de brujas», aseguran algunas de las menciones a que pueden encontrarse en internet, resaltando los vínculos de la danza en cuestión con el pasado, mejor cuanto más remoto. Pero, si la apuesta cuajara, el dinero terminaría yéndose con quienes se arriesgaran a asegurar que cuando se creó los Beatles ya estaban a punto de disolverse y el ser humano a tan sólo unos meses de poner el pie en la Luna. Porque no ha llegado directamente de la noche de los tiempos, sino que se debe al trabajo del folklorista Juan Antonio Urbeltz. Fue él quien la recreó y reconstruyó hace cuarenta años, combinando elementos de diferentes procedencias, y la estrenó con el grupo de danzas tal día como ayer, un 4 de mayo de 1969, en el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián.
De la memoria a la escena
Las sombras de 1936 y sus secuelas también se extendieron sobre la danza tradicional vasca, cortocircuitando la conexión con el período de extraordinaria vitalidad que habían vivido durante la II República. En lógica contrapartida, la danza no fue ajena al resurgir de las diversas expresiones de la cultura vasca, que comenzó a despuntar a finales de los 50 y adquirió velocidad de crucero a medida que avanzaban los 60.
A mediados de esa década surgió Argia Dantza Taldea, que desde 1966 dirige el antropólogo y folklorista navarro Juan Antonio Urbeltz. En aquellos primeros años, fue muy necesario el trabajo de campo a fin de «recoger danzas que habían quedado cortadas desde el 36 y que sólo recordaba la gente de cierta edad, para llevarlas al escenario e ir creando repertorio».
En ese repertorio, que se había venido centrando «en las danzas sociales, preferentemente vizcaínas y suletinas, que destacaban por su espectacularidad y en cuya ejecución primaba la excelencia y la búsqueda de la dificultad», llamaba la atención la falta de bailes para mujeres. Las había en los grupos y sobre los escenarios, pero su función se limitaba por lo general a aparecer vestidas de y a interpretar un número limitado de bailes que, en ocasiones, no eran más que adaptaciones de bailes masculinos.
En 1967, mientras recogían las danzas de Otxagabia, a Juan Antonio Urbeltz y a Marian Arregi -entonces novia, poco después esposa y siempre estrecha colaboradora- les llamó mucho la atención una referencia a una danza cantada de Jaurrieta -una danza «de mozas»- que encontraron en unos folletos sobre los valles de Roncal y Salazar editados por la Editorial Auñamendi. Los sabios editores, Bernardo y José Estornés Lasa, les facilitaron nuevas pistas indicándoles que habían tomado la referencia del cancionero de Azkue, donde figuraba con el título de .
Tenían la melodía, tenían la letra, sabían que ambas correspondían a una danza, pero no conocían los pasos. Intentaron recuperarlos mediante una visita a una mujer de edad de Jaurrieta. Recordaba una danza que bailaban acompañadas de una armónica las vaqueras que cuidaban el ganado en los montes de Aezkoa cuando se reunían por la noche en las bordas, pero no les pudo dar más detalles.
Y así, uniendo pistas y echando mano de su profundo conocimiento de los bailes tradicionales vascos, «comenzamos a reconstruir la danza». La reconstrucción coreográfica se basó en los elementos aportados por Azkue y los retazos de memoría que habían conseguido rescatar, y se plasmó en una danza que se basaba en los pasos de las de reminiscencias baztanesas e incluía, en la segunda parte del estribillo, algunos (saltos) suletinos.
La danza se ejecutaba a los sones del acordeón -instrumento con el que reprodujo por primera vez la melodía Marian Arregi-, y la txirula, que aportaba el toque pastoril originario. «Fue la primera vez que se utilizó esa combinación», destaca Urbeltz al referirse a la parte musical de una creación en la que también tienen un gran protagonismo las voces de las mujeres.
Los sobrios y elegantes trajes negros de las mujeres salacencas y una de entrada basada en la melodía de Lekarotz, que compusieron una entonces sorprendente puesta en escena, hicieron el resto. El 4 de mayo de 1969, sobre las tablas del Victoria Eugenia nacía un clásico.
«Caló enseguida»
«Combinando distintos elementos conseguimos una danza bellísima que, entre otras cosas, dio más protagonismo a las chicas y nos ayudó a lograr uno de nuestros objetivos: llevar la sencillez al escenario», recuerda Juan Antonio Urbeltz. Pero el trabajo -en el que invirtieron casi dos años- no fue tan sencillo como parece, ya que «lo complicado de la recuperación de una danza es que tiene que hacer diana a la primera; es una creación que tiene que tener unos patrones propios que, a su vez, permitan encajarla en el patrón popular, que tiene sus propios códigos». Porque reconstruir una danza no sólo es cuestión de imaginación, sino que «todas las piezas tienen que encajar perfectamente para que una danza nueva basada en elementos históricos sea creíble».
lo fue desde la noche del estreno. Según Urbeltz, una « de gala» a la que asistieron algunos de los creadores y promotores culturales más activos del momento -Jorge Oteiza, Remigio Mendiburu, numerosos componentes del grupo - que, cada uno desde su disciplina pero sin olvidar la dimensión colectiva del empeño, buscaban al mismo tiempo raíces y nuevos caminos. Urbeltz no sólo recuerda el éxito de público -«la gente no se lo podía creer»-, sino también el de crítica, ya que «fue una de las primeras veces en las que un espectáculo de baile tradicional vasco mereció en los periódicos algo más que una mera nota informativa». Y tampoco olvida los nervios y el gran esfuerzo que realizó todo el grupo de danzas.
«caló en seguida en la gente, y el impacto fue de tal calibre que nos pasamos toda la juventud enseñando la danza a decenas de grupos». Tan grande fue el impacto de una danza «que conectó casi de inmediato con una especie de memoria colectiva» que, en pocos años, logró convertirse en .
nazurmendi
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