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JOSÉ LUIS PEÑALVA
Domingo, 7 de junio 2009, 05:31
F ue un viaje íntimo, con una proyección limitada, pero igualmente intenso. Tal vez, el slogan popular que mejor resume la nueva visita de Obama a Europa sea aquél con el que el alcalde de Caen, Philippe Duron, saludó su llegada: «Yes we Caen». Lo demás ha sido todo un cálculo, hasta la indiferencia. Se podía esperar de Merkel la frialdad germánica, pero sorprendió en un personaje tan expansivo como Sarkozy, de quien la prensa ha dicho que ha logrado un doble éxito: insultar a la reina al no invitarla a los actos de conmemoración del Día D, y exasperar a Obama. Expresiones ambas de descortesía que se suman al desafecto natural nacido al calor del G-21, en donde el presidente francés tachó a su homólogo norteamericano de ignorante en materia de cambio climático. Lo que llevó al mandatario americano a no aceptar la invitación a una cena con el matrimonio Sarkozy, en la que el presidente galo pretendía brillar como el Rey Sol. El humorista francés Nicolás Canteloup había alegado que sólo le quedaban dos días a para convertirse en un tío «alto, guapo y elegante».
Tampoco ha querido Obama sacar lustre a su candidatura conservadora a las elecciones europeas. Consciente de su estado de gracia (las encuestas lo sitúan muy por delante de los dirigentes del Viejo Continente), ha llenado el viaje de nostalgia. Buchemwald es el mensaje y Jorge Semprún, como superviviente de aquel campo de concentración, expresión conmovida de ese agradecimiento. Aún seguimos creyendo en Obama más que los americanos. Normandía y Buchemwald han sido un gesto condescendiente hacia Israel. A los judíos les ha dicho justo lo que deseaban oír: estamos de acuerdo en lo fundamental. Pero el recuerdo vivo del Holocausto no impide la exigencia de responsabilidad y sacrificios. Por eso, dejando a un lado la brujería, volvió a dejar claro que los palestinos son necesarios para la paz y que ésta compete a unos y a otros. «La paz no la podemos imponer». O, como decía Pananti, las lágrimas se secan mezclándolas.
El optimismo neoyorkino irradia hacia Europa. Nuestros colegas de la Gran Manzana creen que «el bienestar post-electoral sigue vivo: como los globos de cumpleaños, que nadie quiere quitar». En la calle 8, mercado de camisetas, la de ya no es la más vendida. Ahora se compra el equivalente a: .
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