

Secciones
Servicios
Destacamos
TERESA DEL VALLE, CATEDRÁTICA EMÉRITA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL DE LA UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO
Jueves, 2 de julio 2009, 04:36
A pesar que de que el segundo término se ha puesto de moda, sin embargo, ha sido parte de la dinámica social de todas las sociedades. Lo que acontece es que unas han puesto más el énfasis en la tradición y otras en la innovación. En la actualidad parece que el segundo sea el más importante. Sin embargo ambos forman parte de la dinámica social y las sociedades, los grupos, las personas que consiguen integrar los dos tienen un potencial más rico.
El cuestionamiento del peso con que se presentaba la tradición como un icono fijo se lo debemos a los historiadores británicos Eric Hobsbawm y Terence Ranger en su obra que se ha erigido en las ciencias sociales y humanidades como referencia obligada acerca de la capacidad adaptativa de las tradiciones; pero también de cómo se pueden utilizar para sustentar el inmovilismo, detener el reconocimiento y las dinámicas que ofrece el cambio. Las sociedades a través de las personas, de los grupos, se erigen en agentes del cambio. Pero también en la medida en que existe una delegación en personas, entidades, instituciones, gobiernos, puede acontecer que las personas vayan por delante de sus gobernantes en cuanto a promover el cambio así como en aceptar su realidad.
La innovación siempre ha estado presente en el desarrollo de la humanidad. El fuego, la horticultura, las técnicas de caza, la elaboración de la comida, la recolección de frutos y semillas, la pesca, las prácticas curativas, la danza, los tejidos, son innovaciones que han formado parte de las tareas que desarrollaron tanto mujeres como hombres que fueron creando nuevas formas de aprovechar mejor los recursos en épocas de abundancia como en las de escasez. La innovación de que hablamos en la actualidad tiene bases comunes con épocas anteriores pero los medios de que disponemos así como las fuentes sobre las que basar la innovación son diferentes. La nanotecnología es un campo de innovación en el presente pero también hay una historia del concepto de lo pequeño, como se puede constatar en el texto de la filósofa Mary Sol de Mora. Las prácticas culinarias pertenecen al pasado, a los orígenes de la humanización. Internet es un lenguaje del presente pero la comunicación tiene una tradición que se pierde en el albur de los tiempos. Por ello me parece importante hablar de ambos en estos momentos en que la innovación está tan valorada de manera que hasta puede convertirse en una palabra sin contenido y al tiempo en un concepto capaz a su vez de incorporar los cambios sobre lo que se entienda por innovación. A mí me interesa resaltar la retroalimentación que existe entre ambos, en vez de verlos como binomios con contenidos contrapuestos. Este acercamiento articulador enriquece a las personas, los colectivos, la dinámica de una sociedad.
En antropología, en historia se ha hablado de las pequeñas y grandes tradiciones. Cuando llega el verano se intensifica la gran tradición de las festividades en torno, entre otras, a acontecimientos, al santoral cristiano, a los cambios estacionales. Hay una eclosión de pequeñas tradiciones que se llevan a cabo en el medio rural, en el costero y en las ciudades. Sus raíces en algunos casos se hunden en el pasado remoto como pueden ser los Sanjuanes. Otras han surgido en núcleos urbanos como son Los Sanfermines y otras más recientes que se configuran como Semana Grande. Las hay que se relacionan con el mar y con advocaciones como las de San Pedro, la Virgen del Carmen. Están los alardes con transfondo de celebraciones militares.
Cada una de estas pequeñas tradiciones recoge elaboraciones e interpretaciones de distinta densidad que mezclan interpretaciones del pasado pero vistas y vividas desde el presente. Hay tradiciones que se presentan como ancestrales aunque hayan surgido en tiempos recientes pero que por su peso se las ha dado esa característica de permanencia en el tiempo; algo que puede verse teniendo como base el análisis de Hobsbawn acerca de la impronta de interpretaciones ideológicas, políticas, sociales que se hacen de las tradiciones. La evidencia es que mientas que las tradiciones se presentan como protagonistas por encima de los tiempos, la experiencia y realidad social muestra que acontecen en lugares y tiempos concretos que proporcionan datos para verlos en interacción continua con sus tiempos cronológicos y sociopolíticos.
Es por ello que el ciclo estival es un momento de vivir precisamente la articulación de dos conceptos que encierran prácticas festivas, de representación repletas de símbolos y donde la sociedad a través de la participación de mujeres y de hombres, de personas de distintas edades, de distintos orígenes pueden mostrar precisamente su capacidad adaptativa, su capacidad creativa para hacer de sus tradiciones los momentos de poner en práctica su capacidad innovadora que es capacidad de progreso. Cuanto más articuladas estén las tradiciones con la innovación, más posibilidades tienen de permanencia porque serán más efectivas a la hora de responder a las demandas de los tiempos. La innovación articulada con la tradición es a mí entender más difícil pero más enriquecedora. Aquí situaría tradiciones como las de los alardes, las de las sociedades gastronómicas cuya riqueza de tradición será mucho más poderosa en la medida que sean capaces de integrar las innovaciones sociales provenientes de cambios que están hoy en las sociedades. Lo demás es hacer de la tradición un elemento inmovilista que es contrario a lo que el estudio de las tradiciones ha puesto de manifiesto.
Si una tradición concreta se interpreta como imposible de adaptarse a los cambios, lo innovador será cuestionar y estudiar las bases inmovilistas que la sustentan y hacer posible el cambio.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.