¿Ventana o pasillo?

Un viaje hasta Tokio da para mucho, pero que mucho tiempo muerto. Y si se viaja sólo todavía más. O no, depende. Lo que si es importante en ese caso es quién te toque al lado. Si usted ha embarcado pronto, verá con angustia la entrada de los otros viajeros, seguro de que Murphy también viaja en ese vuelo y hará todo lo posible para que el más pesado (en todos los sentidos) sea su obligado partenaire. Seguro que eso es lo que piensa Olga, la chica ¿virgen? a sus 24 años, a la que el destino le coloca al lado una mezcla de obseso sexual y cliente perfecto del psicoanalista.

La función consiste en la charla que este hombre le da a la pobre chica, en la que le cuenta con pelos y señales su aventura de mirón, espiando a una colegiala nipona a lo largo de muchos meses de ventana indiscreta. Ella no quiere, pero en realidad sí, escuchar lo que le parecen guarrerías y, poco a poco, se tornan en experiencias excitantes para la imaginación de una bella mujer, además de virgen.

Tiene la obra el interés que mantiene el personaje masculino, con un hábil monólogo capaz de trasladarnos a su particular mundo entre cómico y asfixiante. La sideral soledad que le habita lo hace un ser frágil. La forma que ha escogido de vivirla le otorga una personalidad rica y trágica, volcada aquí en su forma más humorística. Gorka Aginagalde mantiene bien el tipo en ese filo entre lo dramático y lo cómico. Una pena que el personaje femenino no esté a la altura en el texto y tenga durante toda la obra una labor más de réplica que otra cosa. Sin embargo, la actriz hace con ella todo lo que puede. Se agradece.

Mención especial merece la escenografía por su originalidad inicial, aunque pronto se convierte en algo parecido a una atracción de Port Aventura y pierde efectividad. es un montaje agradable, que se mueve bien entre la ligereza y las cargas de profundidad. Un vuelo relajado y con sonrisa final.