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GONTZAL LARGO
Domingo, 16 de agosto 2009, 05:15
Cómo ni indigestarse. Sin prisa y con buena letra. Lo ideal es visitar, lo primero, el museo Nacional de Arte Romano, diseñado por Moneo en 1986. No por nada, sino porque es una gozada: amplio, luminoso, cómodo, en absoluto agobiante y con una deliciosa selección de mosaicos, esculturas y joyas -de las de presumir- romanas. Ni cansa, ni agota, sino que muestra, informa, ilumina y predispone al visitante para lanzarse de cabeza al Teatro, el Anfiteatro -aquí luchaban gladiadores contra fieras ante... 14.000 espectadores- y la casa aledaña. Es allí donde se encuentra el realista mosaico de La Vendimia, un artístico chivato del culto al vino que practicaban los romanos. Aunque parezca increíble, la Augusta Emérita que vemos estuvo cubierta de tierra durante siglos: del Teatro sólo sobresalía la parte alta del graderío, formando un conjunto de siete pequeñas colinas. La imaginación popular las bautizó como Las Siete Sillas y vistió el topónimo con una bonita leyenda: fue sobre esos siete asientos donde se postraron siete reyes moros para, conquistada la urbe, decidir qué hacer con ella.
Patrullando la ciudad. Obviamente, Augusta Emérita no acaba ahí, sino que empieza. Allá donde se excave en la Mérida actual (www.merida.es), seguramente aflorará un resto romano. Como no es cuestión de horadar la ciudad entera, hay que conformarse con visitar aquellos yacimientos que están a la vista, perfectamente integrados en la maraña urbana. El más espectacular es el Templo de Diana; a dos manzanas de éste, el foro municipal y, escorado al suroeste, el arco de Trajano que parece haber sido engullido por las viviendas vecinas. Un tesoro que suele pasar desapercibido para muchas visitas, dada su situación extramuros, es la de la Basílica de Santa Eulalia. Se trata de un templo románico con cimientos visigóticos que, como el Roscón de Reyes, tiene regalo en su interior: restos de viviendas romanas sobre las que, siglos después, se construyó un cementerio cristiano y, luego, la actual iglesia. ¿Quién dijo reciclaje? Tras la caminata, el descanso del guerrero que bien se puede hacer en La Taberna de Sole (924 303 172 o www.lataberna.com), un lugar que poco tiene que ver con el emperador Augusto, Marco Aurelio o la diosa Diana: aquí despachan cocina extremeña y punto. Ojo al cocido o a los diferentes platos de bacalao. El escenario más amortizado. En verano, Augusta Emérita cobra vida. No por los miles de turistas que la visitan sino porque uno de los edificios de la ciudad recupera su utilidad práctica en julio y agosto. Al igual que ocurre con la arena de Verona, el Teatro Romano de Mérida sigue en funcionamiento dos mil años después de su creación, gracias al Festival de Mérida (www.festivaldemerida.es) que este año cumple su 55 edición y en el que tienen cabida el teatro, la danza y la música. Toda la información relativa a programa, representaciones y adquisición de entradas está disponible en su web.
Siempre al Norte. Olvidémonos -es un decir- de Mérida y los romanos. Bueno, de estos últimos no, pues merece la pena conducir media docena de kilómetros al norte para llegar al embalse de Proserpina. Este pantano es sólo uno de los tres lagos artificiales -Alcantarilla y Cornalvo son los restantes- que idearon para abastecer de agua a la población de Mérida. Se trata de una de las obras de su especie mejor conservadas del antiguo Imperio Romano, amén de contar con un acueducto como enlace. Su belleza reside en su decadencia. Ahora sí, tomamos la N-630 y ponemos rumbo Norte pero sin pasarnos: esta carretera sigue los pasos de la antigua Vía de la Plata -www.rutadelaplata.com- que acaba desembocando en Gijón. A apenas 15 kilómetros de Mérida -y tras desviarnos por la EX-214 hacia La Nava de Santiago, el acceso estará señalizado- se encuentra el dolmen de Lácara, gigantesco y bello monumento megalítico que asombra a todo hijo de vecino por sus desmedidas dimensiones. Aquí, el hombre antiguo no se anduvo con chiquitas: mucho quería a sus muertos para mover semejantes piedras.
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