Borrar
ALFONSO BERRIDI
Las tareas de Urkullu en un Alderdi Eguna diferente
ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Las tareas de Urkullu en un Alderdi Eguna diferente

LUDGER MEES CATEDRÁTICO DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA UPV-EHU

Domingo, 27 de septiembre 2009, 05:34

La coreografía del Alderdi Eguna, festividad político-lúdica celebrada por primera vez en septiembre de 1977, tradicionalmente ha contado con un elemento imprescindible que era el reparto de papeles entre el líder institucional (lehendakari) y el dirigente del partido. Generalmente, pese a la indumentaria rústica e informal que solían lucir ambos políticos, sus discursos eran bien distintos. Al lehendakari le tocaba ejercer de pragmático y realista, vendiendo la gestión de su gobierno como la mejor política de las posibles en el momento dado. El dirigente del EBB, en cambio, daba rienda suelta a su lengua para proyectar las ansias más milenaristas de la parroquia, repartir críticas a diestro y siniestro, enfrentarse a España y sus lacayos vascos y concluir que los vascos nunca han sido y nunca serán vencidos. Este reparto de papeles, evidentemente, también fue consecuencia de la personalidad de quien generalmente solía interpretar el papel del dirigente del EBB, Xabier Arzalluz, quien ejerció este cargo, con un breve intervalo, durante casi 25 años, tras abandonar en 1979 su escaño en el Parlamento. Arzalluz pertenecía a la estirpe de los mitineros natos y su dominio de la oratoria le convirtió en uno de los más brillantes oradores de todo el Estado. Con este reparto de papeles se lograba un doble objetivo: por una parte, la comparecencia codo a codo en el mismo estrado del lehendakari y del dirigente del partido, de la gestión y de la visión, del pragmatismo y del futurismo escenificaba la unión de las dos almas del partido y su compromiso con el mismo proyecto político; por otra parte, el verbo encendido del burukide suministraba la necesaria carga emocional a los miles de seguidores presentes en el acto, que volvían a casa sintiéndose, más todavía que antes si cabe, miembros de una gran familia, la familia nacionalista.

Este guión cambió a partir de 2001. Impresionado todavía por los 600.000 votos que Ibarretxe y su coalición habían cosechado tras dar la vuelta a todas las encuestas y sacar el mejor resultado electoral para el nacionalismo democrático de toda su historia, Arzalluz anunció su retirada para dentro de dos o tres años. El presidente del partido quitaba hierro al problema de sucesión, ya que, según él, el PNV contaba con un «líder inmejorable» que no era otro que Ibarretxe, quien había «aguantado el temporal con dignidad y coherencia». Éste era un hecho insólito en la historia del PNV, en la que la separación de la esfera institucional de la del partido, así como la exclusiva del EBB a la hora de definir las bases políticas, nunca habían sido cuestionadas. Es más, años antes, al propio Arzalluz no le había temblado el pulso cuando impuso su política de alianzas en Navarra al lehendakari Garaikoetxea, provocando a la postre la escisión del partido. Las palabras de Arzalluz pronto se convirtieron en realidad y desde que en septiembre de 2002 el lehendakari Ibarretxe presentó en sede parlamentaria su 'Propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi', el político alavés iba asumiendo poco a poco no sólo el papel del máximo gestor de la política nacionalista, sino también el del nuevo ideólogo y dirigente de facto del PNV. El hecho de que al mismo tiempo el lehendakari llegara a ser el político más criticado, denostado y a veces incluso insultado por muchos medios de comunicación y políticos no nacionalistas, contribuyó a forjar con el tiempo ese carisma de líder indomable, recto, sincero y trabajador que tenía entre los afiliados, pero también entre muchos ciudadanos que le votaban en las elecciones.

La dirección del partido, por su parte, se entregó de lleno al lehendakari y su política, pese a que muy pronto quedaran evidentes los grandes problemas -políticos, estratégicos, éticos, constitucionales y de pura convivencia- de los que adolecía la propuesta del Nuevo Estatuto. La Propuesta del Estatuto al principio, y la consulta después, adquirieron el rango de un símbolo totémico, cuya bondad se daba por supuesta. Esta identificación total y absoluta con la política del lehendakari, su defensa incluso cuando ya era evidente que no tenía ninguna posibilidad de salir adelante, provocó otro hecho insólito en la historia del PNV: su dirección renunció durante mucho tiempo a elaborar un 'plan B'. Y el que quiso hacerlo, se apartó voluntariamente: el trauma de la escisión de EA seguía pesando como una losa en la memoria del partido.

Por todo ello no ha de extrañar que el lema del actual Alderdi Eguna sea el de 'Guztiok bat' ('Todos juntos'). De hecho, el reto de Iñigo Urkullu es de calado. En primer lugar, por primera vez sin un lehendakari nacionalista a su lado, debe afianzar su liderazgo y recuperar definitivamente el timón del barco jeltzale. Durante los últimos meses parece que ha conseguido calmar las tensiones internas y dar nuevamente la impresión de que el partido habla con una sola voz, la suya. Debe seguir haciéndolo, pero sin descuidar el precario equilibrio entre los dos sectores del PNV. La segunda prueba a superar es aún más complicada, pero no puede esperar mucho: la elección del o de la candidata a lehendakari. Aquí es altamente improbable que el sector más soberanista permanezca en sus cuarteles de invierno adonde se ha retirado tras la pérdida de Ajuria Enea. Volverá y presentará batalla que, en ausencia de una autoridad reconocida por ambos sectores capaz de mediar en la disputa, podría colocar al partido de nuevo ante el abismo de la escisión.

Si todo ello fuera poco, en el tiempo que comienza con este Alderdi Eguna hay una tercera tarea de gran envergadura: hay que buscar un sustituto para la gran panacea totémica de los últimos años, llámese Propuesta del Nuevo Estatuto o consulta. Se necesita, por lo tanto, un programa nuevo que sea a la vez viable, genere la ilusión y la emoción de los afiliados y que permita al PNV recuperar el centro político que es donde en Euskadi y en otras democracias se ganan las mayorías. Esta búsqueda no podrá fructificar sin un debate, serio y sin tabúes, sobre conceptos trasnochados como independencia o soberanía -que en pureza han dejado de existir en el siglo XXI-. También debería abordar la vertiente estratégica de la política, tan descuidada durante los últimos años. Además de definir los objetivos políticos, hay que plantear cómo conseguirlos y con quién. Las preguntas son evidentes: ¿Cuál será el camino del PNV: el frente nacional reivindicado en su día ya por Telesforo Monzón, o el pacto entre desiguales con la otra gran tradición política de Euskadi, el socialismo? ¿Se han acabado definitivamente los tiempos en los que el PNV, por un par de votos, entregaba la llave de la política a una izquierda abertzale incapaz de disociarse de ETA?

Como se ve, los desafíos que se le presentan al presidente del EBB en este Alderdi Eguna son realmente de fuste. ¿Será capaz de superarlos sin desaparecer en combate? A menudo se le achaca una falta de carisma, de lo cual automáticamente se deduce una cierta debilidad. Sin embargo, en este caso creo que lo contrario es cierto. En este siglo XXI caracterizado por la iconización y la berlusconización de la política, el hecho de renunciar a este juego y seguir durmiendo bien incluso el día en el que no ha conseguido producir un solo titular, puede convertirse en la mejor arma de un político. Salvando las enormes distancias, a 2.000 kilómetros de Bilbao tenemos un ejemplo de lo que digo. Cuando Iñigo Urkullu suba al estrado en Foronda, irá a votar la aburrida, sosa y mal vestida Angela Merkel. Cuando Urkullu y los demás jeltzales vuelvan a casa, Merkel probablemente habrá conquistado su segundo mandato para seguir siendo la canciller de Alemania y la mujer más poderosa del mundo.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco Las tareas de Urkullu en un Alderdi Eguna diferente