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ANA VOZMEDIANO
Jueves, 12 de noviembre 2009, 03:48
No, la princesa Carolina de Mónaco, no se ha puesto botox. Tiene el pelo suave, castaño, recogido en un moño que recuerda a su madre, Grace Kelly, y unos hermosos ojos azules, profundos y tintados con una cierta melancolía. Un vestido con estampados en marrón y negro, ligeramente ceñido, un amplio abrigo de color camel, medias claras y zapato negro de ante y con tacón compusieron el vestuario con el que su Alteza Real llegó ayer al Aquarium.
Delgada, muy delgada, de largas piernas que levantaron admiración en más de un invitado, subió las escaleras junto a los Reyes. Un pequeño anillo de oro destacaba en unos dedos también muy largos, y de oro también eran los dos pendientes de aro corto y una gargantilla estrecha con una piedra clara en el centro. Eso sí, el complemento que levantó más comentarios entre quienes la vieron, el bolso Hermes, que se aseguró ayer, había heredado de su madre.
La princesa levantó expectación entre hombres y mujeres, ellas más proclives a acercarse a su delgada Alteza, ellos más tímidos a la hora del saludo. Quizá porque más de uno confesaba en más o menos secreto, que el encanto y la belleza de la mayor de los Grimaldi siempre había sido motivo de admiración para el sector masculino.
Discreta, cerca de los Reyes y de las vistas al mar, sonriente, tendiendo la mano a quien le presentaban, la elegante Carolina mira a los ojos de quien le saluda, no parece preocupada porque la sonrisa le provoque arrugas y tiene ese glamour con el que se le asocia, como si estuviera rodeada de un espacio que nadie se atrevería a atravesar. Esboza un enchantée que repetían quienes se acercaban con una voz también suave, más de princesa del más puro estilo de sangre azul europea que de reina de revista del corazón de costumbres más o menos libertinas.
No es la jovencita que se casó con Philipe Junot hace ya muchísimos años, pero es capaz de levantar las miradas de quien está cerca, primero por curiosidad y luego con admiración. Es una mujer de poco más de cincuenta años, no lo oculta, pero tampoco le hace falta. Sigue mandando el efecto Carolina.
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