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Calor humano
ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Calor humano

VICENTE CARRIÓN ARREGUI PROFESOR DE FILOSOFÍA

Viernes, 13 de noviembre 2009, 02:28

Participé el pasado sábado en una rueda de prensa para promocionar la protesta contra la violencia de persecución que Gesto por la Paz ha convocado mañana, día 14, en la Virgen Blanca de Vitoria. Llovía, hacía frío, viento y no se veían muy claras las razones para alterar las rutinas familiares. Los personajes convocados éramos pocos y más bien irrelevantes, los medios de comunicación presentes, ínfimos, auguraban una pésima cobertura mediática y la lectura del comunicado en euskera y castellano se me hizo larga y pesada.

Salimos del acto comentando por la bajini si no resultaba un tanto obsoleto semejante paripé y sin embargo, conforme han ido pasando las horas, un extraño bienestar se ha ido apoderando de mí. Estoy casi seguro -y lo confieso del modo más egoísta- de que procede de haber tomado parte en algo que, sin afectarme de un modo directo, ensancha mi condición humana casi como en aquel famoso poema de Celaya, «la poesía es un arma cargada de futuro», con el que inflamábamos esa idea del compromiso social que hizo furor por los setenta.

Así, he creído entender mejor lo que hace unos días explicaba de Aristóteles a mis alumnos de Bachillerato, que el ser humano se , cultiva lo mejor de sí cuando participa en la vida de su comunidad. Más allá de sus anacronismos totalitarios y clasistas, la idea central de la política aristotélica me sigue pareciendo no sólo válida sino de actualidad urgente: nuestras cualidades específicas como humanos, las que derivan del , o sea, la palabra, el lenguaje, la lógica o la comunicación necesitan de la vida comunitaria para desarrollarse. Cierto que la sociabilidad humana tiene también razones materiales, defensivas, familiares, territoriales y comerciales, sí, pero ninguna de ellas es tan fundamental como la voluntad de vivir bien, de ser felices, de cuidarnos los unos a los otros o de compartir leyes y autoridades. «La decisión de vivir en común es amistad», resume en el capítulo 9 del libro tercero de su . En otras palabras, lo que construye una comunidad es la argamasa ética y afectiva que haya entre sus ciudadanos. El calor humano, por así decirlo.

Y si me he acordado de Aristóteles es por lo inhabitual que hoy resulta compartir ilusión por cuestiones de dudoso interés material, por muchas satisfacciones morales que deparen. Pienso en la indiferencia con la que aceptamos que centenares, miles de conciudadanos lleven años viviendo con guardaespaldas, ignorantes del básico placer de hacer lo que les dé la gana, y creo que ello revela qué escasa argamasa cívica gastamos en Euskadi, al menos en algunos temas. Somos modélicos en asociacionismo solidario, en deporte de base y a la hora de implicarnos en múltiples causas sociales, pero muy cegatones a la hora de apoyar a todos esos conciudadanos que viven en «libertad provisional». Muchos intentan creer que «ellos se lo han buscado», «no haberse metido en líos», «eso les pasa por ser de derechas, por fachas» pero yo creo que disimulan; quizás simplemente evitan imaginar cómo serían sus vidas si la comunidad de vecinos, en lugar de apoyarles tras el último artefacto en el portal, les invitara a cambiar de residencia.

O cómo será eso de vivir el día a día decidiendo si salgo o si entro, si quedo o no quedo en función de los perjuicios que ello provoque a los escoltas. Una vida en la que minuto a minuto recuerdas que hay seres dispuestos a matarte por ser y pensar como eres y, lo que es casi peor, en la que hay muchos, demasiados, que parecen sentirse más próximos a quien amenaza que al amenazado.

Yo no discuto que pueda haber quien ha hecho del terrorismo y de sus amenazas un negocio o una carrera profesional, pero no me cabe la menor duda de que la inmensa mayoría de los ciudadanos amenazados que padecen la persecución de vivir con escoltas lo aguantan por pura y mera dignidad, porque considerarían una claudicación cívica ceder a las amenazas y abandonar su militancia, sus cargos o sus compromisos políticos. Desde tal punto de vista los considero ciudadanos admirables, ejemplares, dispuestos a hacer algo a lo que yo no me atrevo: achicar el espacio de sus vidas privadas en nombre de unas convicciones cívicas imprescindibles para todos, no sólo para ellos.

Puestos a poner nombres y apellidos sabemos que todos los cargos políticos del PP, del PSE y de UPyD, desde el concejal de la aldea más diminuta, se han visto obligados a aceptar dicha protección.

En cualquier otro lugar menos galáctico ello habría sido motivo de campañas de apoyo y sensibilización, de iniciativas de acompañamiento para que al menos por unas horas fueran decenas de ciudadanos los que escoltaran a cada perseguido haciéndole sentir el calor humano de sus vecinos, de sus paisanos, de los suyos.

Pero aquí no. Euskadi «is different» y hasta nuestro partido mayoritario se permite referirse a todos esos militantes del PP y del PSE, mayoritariamente heroicos, como «leones que se están quitando la piel de corderos» para derribar el autogobierno vasco. Y no lo dice Egibar, esta vez lo dice Urkullu, el jefe, y suena demasiado parecido a ese famoso papel conocido como Lizarra-Garazi en donde se mentaba a los enemigos del pueblo vasco, ¿recuerdan? ¡Qué lejos de Aristóteles, qué lejos del calor humano imprescindible para construir comunidad! ¿Hasta cuándo seguiremos impasibles?

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