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JAVIER PEÑALBA
Domingo, 15 de noviembre 2009, 10:15
DV. José Diego Yllanes Vizcay. Veintiocho años, 1,82 de estatura, 80 kilos de peso, licenciado en Medicina, realizaba la especialidad de Psiquiatría. Estaba en cuarto año. Le restaba poco menos de uno para terminar. Un chico bien parecido que gustaba a las mujeres, tenía éxito entre ellas y, según su primera novia, se «dejaba querer», además de por ella, por otras. «No les hacía ascos», afirmó su ex pareja. En su entorno más próximo estaba considerado como un buen amigo, un chico excelente, trabajador...
Lo tenía todo: una buena familia, un piso que acababa de comprar, un coche, otra novia... Hace sólo diecisiete meses la vida le sonreía y de qué manera. Hoy, apenas le esboza una triste mueca.
José Diego Yllanes, natural de Pamplona, vive horas amargas. Hasta el viernes serían probablemente las más agrias de su existencia. Pero anteayer, el jurado le insufló una buena dosis de oxígeno y probablemente de optimismo al considerar que el delito que cometió cuando dio muerte a Nagore Laffage no era asesinato, sino homicidio y con las cuatro atenuantes que había planteado su abogado: confesión, arrebato, intoxicación y reparación del daño, y únicamente la agravante de superioridad física esgrimida por las acusaciones.
Tal vez hoy, en la prisión de Pamplona, se muestre algo más animado, pero su declive es inevitable. Su caída se produjo la mañana de San Fermín del año pasado cuando se fue con la joven irunesa a su casa. Allí, la golpeó de manera brutal y la estranguló.
¿Cómo un «chico diez», como le definieron amigos, allegados y psiquiatras que le han tratado, un joven médico con tanta proyección en la vida pudo llegar a cometer semejante bestialidad? Las opiniones son divergentes. Al margen de las consideraciones del jurado, expertos consultados creen que fue un acto de pura manifestación de violencia contra una persona que hizo tambalear el que había construido. Para otros, un arrebato, una pérdida momentánea de la razón derivada del consumo de alcohol.
Los acontecimientos se desencadenaron en el piso del acusado, en la calle Sancho Ramírez. Era la casa que Yllanes había adquirido, aunque todavía vivía en el domicilio de sus padres. «Cuando él y Nagore iniciaron aquella relación sexual con tanta violencia, la víctima se quedó sorprendida ante aquella expresión de agresividad que no esperaba y le dijo: 'basta'. Nagore puede que creyera que iba sufrir una agresión sexual y cuando le amenazó con denunciarle, Yllanes temió que el conocimiento público de aquellos hechos fuese a echar por tierra su mundo, todo el mundo que había construido. No podía permitirlo. Ése fue el detonante de lo que posteriormente llegaría, de la paliza que sufrió la joven y de su estrangulamiento. La bola se fue haciendo tan grande que ya no pudo pararla», afirma un observador del proceso judicial.
Una aproximación
Nueve días de juicio es tiempo suficiente para realizar cuando menos una aproximación a la personalidad del acusado.
José Diego es el mayor de dos hermanos. Su padre, de 65 años y natural de Perú, es cirujano cardiovascular y trabaja en el Hospital de Navarra. «Siempre tenía expectativas muy altas sobre mí, sobre todo en el tema de los estudios, de la tesis, ser bueno en lo mío», ha llegado a afirmar el acusado de su progenitor, según se refleja en el informe que dos psiquiatras realizaron del acusado.
La madre, María Rosario Vizcay, de 55 años, ATS de profesión, trabaja en el ambulatorio Solchaga. «Aparentemente es más tranquila, está contenta con la vida, es acogedora y tranquilizadora», dice el acusado de ella. A su hermana, un año menor que él, la describe «responsable, nerviosa, poco ambiciosa. Yo soy justo al revés».
El entorno de Yllanes le considera engreído, y narcisista. ¿Pero cómo se ve el acusado a sí mismo? «Si estás a buenas conmigo, muy bien, pero si no es así, fuera», afirma. Asegura que no le van las «falsedades», que es muy «sensible», que nunca busca venganza, «porque con eso pierde tiempo y energía», dijo a los peritos que presentaron un informe favorable de él. Nadie lo podría creer tras su proceder en el caso de Nagore.
«No doy suficiente confianza para que no me hagan daño y cuando la doy y me fallan, sí guardo resentimiento», asegura.
Es consciente de que la vida le había ido de cara. «Casi todo lo que he hecho me ha salido bien y hasta tus propios amigos te putean porque no les mola que todo te vaya tan bien», explicó a los expertos que le atendieron.
Siempre le ha gustado la seguridad física, mental y afectiva. «Tolero mal la incertidumbre. Soy muy 'amarrón' -de amarrar- a todos los niveles. No me gusta perder el control», afirma.
Su madre cree que es un «perfeccionista», que siempre se ha esforzado muchísimo. El padre dice de él que «es como yo, siempre al límite, demasiado exigente».
Los padres han asegurado que jamás pensaron que su hijo pudiese cometer un crimen así. Sorprende la frase de uno de los progenitores cuando en una entrevista con los psiquiatras que elaboraron el informe manifestó: «Me resulta imposible aceptar que asfixió a esa chica sin más». Fuentes consultadas precisan que este «sin más» denota cierto grado de prepotencia.
Su hermana, que no ha declarado en la vista, manifestó a los psiquiatras contratados por la familia que la actuación del acusado era «incomprensible con su forma de funcionar. No cuadra con nada de su vida previa. Él planifica todo en su vida y lo que hizo después de la muerte no tiene sentido».
Entre compañeros de la clínica gozaba de gran estima. Le definen como un «chico diez», aunque «algo inmaduro emocionalmente».
Egoísta y frío
Nadie de su círculo más próximo dice de él que es una persona fría, calculadora y egoísta. Sin embargo, expertos consultados consideran que su comportamiento tras matar a Nagore desvela que «sólo pensó en él y los suyos. En ningún momento reparó en la víctima. Sólo buscó la manera de deshacerse de ella para que sus padres no vieran el cuerpo, para no darles un disgusto. No tuvo un sólo gesto hacia la víctima. La despreció más si cabe cuando decidió amputarle su dedo».
Y respecto a su manera de desenvolverse, mostró poseer una mente calculadora, gélida. «Tras hacer lo que hizo evidenció tener un comportamiento y una actitud claramente encaminados a llevar a cabo una conducta y un resultado que es el que voluntariamente quiso. Todo lo hizo de la manera que él entendió que era la más óptima. Nada le apartó de ese camino. Llegó incluso a chantajear a su amigo. Le amenazó con suicidarse si le delataba. Todo con la finalidad de alcanzar su propósito», afirma un experto. «Él, siempre él».
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