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JAVIER MEAURIO
Miércoles, 18 de noviembre 2009, 02:48
El catedrático de Hidrogeología de la Universidad de Zaragoza y fundador de la Nueva Cultura del Agua, el navarro de Los Arcos Javier Martínez Gil, se sumerge todavía en el río Ega, entre Zuñiga y Santa Cruz de Campezo, buceando y recordando cangrejos y barbos. Hoy recibe el premio Zipistrin que entregan el Aquarium, la papelera donostiarra Tamayo y Zurriola Photo Center, un certamen que cumple diez ediciones y que premia trabajos -escritura con pluma, literatura, pintura, fotografía- y a otros relacionados con el mar, el río y el agua como fuente de vida.
- ¿Qué es eso de la cultura del agua?
- Se trata de humanizar la hidrogeología. Los ríos, más que desempeñar unas funciones naturales y de prestarnos agua, son también sentimientos. Un río es una parte consustancial del alma de los territorios, un punto de referencia en la memoria sentimental de las personas.
- ¿Tratamos mal al agua?
- Como unos vándalos. Los ríos son cloacas y los mares están contaminados. Sinceramente, creo que Atila se queda pequeño, era un pardillo frente al vandalismo institucional.
- Le veo enfadado.
- Es que hoy en día hay obras hidráulicas que no se justifican. Planificamos sin responder a las lógicas científicas. Los planes de reparto del agua responden a una forma de actuar esquizofrénica. Causan más daño a la personas que beneficios.
- ¿No todo se justifica?
- Para nada. Prácticamente hemos perdido todo nuestro patrimonio acuífero. El 85% se destina a regadíos, un agua que no vuelve a los ríos y si lo hace es contaminada. Se trata, además, de una amputación espiritual. Ya sé que algunas catedrales, monumentos o incluso la música clásica han perdido fuerza o se tienen menos considerados, pero eso no evita la constatación de que nos hemos embrutecido.
- ¿Hemos influido en negativo?
- Claro. Los ríos tenían su lugar y su razón de estar donde estaban. Hemos desviado sus cauces aunque comprendo que son un recurso para el regadío, la minería o para construir las presas, pero también son necesarios para la ingesta de agua, la higiene o la salud alimentaria. Son, además, un patrimonio de la belleza. Nadie es indiferente ante un río. Su curso provoca paz, relajación, felicidad, magia...
- ¿Algo que ha comprobado?
- He navegado por ríos de EE UU y Canadá y, por supuesto, por fluviales españoles. He acompañado a cineastas, artistas y hasta ex presos en piragua por los 30 kilómetros que discurren por el Ebro desde la presa de Flix hasta su desembocadura en el Mediterráneo, y te aseguro que su vida ha cambiado en algo, les ha hecho más sensibles y receptivos.
- Como residente en Zaragoza asistió en primera fila a la exposición del agua. ¿Qué valoración hace?
- No quiero aparecer como alguien negativo, pero no fue un ejemplo de buena gestión. Para empezar, lo que era una muestra internacional se envolvió con la etiqueta de sostenible. ¿Le suena a algo? Por otra parte, los dos proyectos más importantes que se perseguían -el canal de aguas bravas y el plan de navegabilidad por el Ebro- han resultado un fracaso.
- El pasado mes de octubre estuve en Valencia y pese a la obra espectacular realizada por Santiago Calatrava me ha dejado frío ver el cauce del Turia vacío.
- Es otra de las barbaridades que se hicieron en los años cincuenta por motivos políticos y económicos. Se han hecho cosas parecidas con el Guadalquivir en Sevilla y con el desvío del Ebro en Zaragoza, que era el alma de la ciudad, parte de su existencia y su patrimonio. ¿Cuántas veces se habrán juntado los zaragozanos junto al cauce del río para ver sus crecidas y sus posibles avisos de inundación? Ya sabemos que a pesar de estos hechos la vida continúa, pero a qué precio.
- Bueno, por lo menos a usted le dan el premio Zipistrin.
-Sí, y es un orgullo compartir un galardón que han obtenido personas como Eduardo Chillida o Miguel de la Cuadra Salcedo.
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