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LARA OCHOA
Lunes, 14 de diciembre 2009, 08:27
En pisos y locales pequeños. Con una docena de alumnos. Sin pupitres ni material escolar. Así eran las primeras ikastolas. Así era el lugar donde las primeras andereños guipuzcoanas empezaron su impetuosa labor para que una educación en euskera fuera posible. Era la década de los sesenta. Entonces, sólo unas pocas mujeres poseían el título de magisterio. Y de ellas, la mayoría no estaba dispuesta a arriesgar su vida por impartir clases en euskera. Por eso, en muchos pueblos de Gipuzkoa hubo que acudir a las mujeres del lugar que tenían el idioma como lengua materna.
De forma clandestina, el movimiento de ikastolas que había nacido en Donostia de la mano de Elbira Zipitria -que formó a la mayoría de andereños guipuzcoanas en su piso de la calle Fermín Calbetón- se fue extendiendo por todo el territorio. La legalidad de estas ikastolas no llegaría hasta 1968 y para conseguirlo fue necesario un gran esfuerzo de padres, madres, andereños, alumnos y la sociedad en general. Una labor que se verá reconocida este miércoles con la concesión de la medalla de oro de Gipuzkoa a estas primeras andereños.
Los comienzos fueron duros. Nekane Auzmendi, Mari Karmen Oiarbide, Arantza Allur y Arantza Idiazabal (Gaintza, 1945) lo saben bien. Ellas fueron las fundadoras de las primeras ikastolas de Pasaia, Ordizia, Legorreta y Errenteria respectivamente. Nekane (Idiazabal, 1943) se formó junto con Arantza Idiazabal en la escuela de magisterio de San Sebastián. «Todas las clases eran en castellano, lo único que cantábamos en euskera el 'Arantzazuko Ama Birjina'», recuerda. Su objetivo era ejercer en escuelas pequeñas de zonas vascoparlantes y utilizar el euskera en sus explicaciones. Pero todo cambió en el verano de 1964. El cura de Lazkano, Hiazinto Fernandorena, les citó a ella y a otras pocas andereños en Beasain para ponerles al corriente del movimiento de ikastolas que había comenzado en Donostia. «Pensaba que había que superar la etapa de la clandestinidad y nos dijo que para eso hacía falta gente», cuenta Nekane.
El precedente de Elbira
Hasta entonces, recuerda Mari Karmen (Ordizia, 1942), sólo existía enseñanza en euskera en Donostialdea, fruto del trabajo de Elbira Zipitria. Ella fue la primera andereño. Daba clases en su casa de la Parte Vieja donostiarra a una decena de niños y sólo cuando encontraba a una persona de su confianza le dejaba que aprendiera junto a ella. «Elbira tenía miedo y este método no respondía a lo que el pueblo estaba pidiendo, a que las ikastolas se extendieran por los pueblos de Gipuzkoa», cuentan. Hiazinto les comunicó que en San Sebastián se iba a abrir una residencia para formar andereños. «Y allí me fui. Fue el año más bonito de mi vida», recuerda Nekane. En la residencia asistían a cursos de formación y hacían prácticas. Nekane se inició en la enseñanza en la ikastola que Kontxita Beitia fundó en su propia casa de Pasaia. Cuando Kontxita se afincó en San Sebastián, Nekane alquiló dos habitaciones en un piso de Pasai Antxo. «Tuve que hacer una apertura en la pared para comunicar las dos aulas», explica. Allí, comenzó a dar clases a niños de todas las edades.
No todas esas primeras andereños tuvieron la formación y experiencia de Nekane. En 1968 había ikastolas prácticamente en todos los pueblos de Gipuzkoa. «Todo fue muy rápido, era imposible responder a la necesidad de ikastolas que había si era necesario tener a gente con el título de magisterio», explica Arantza Allur (Legorreta, 1946). Tanto ella como Mari Karmen comenzaron a ejercer de andereños sin haber estudiado magisterio. En Ordizia, fue una junta de padres la que en 1968 propuso a Mari Karmen comenzar a impartir clases en euskera. Tras formarse durante un año con la andereño Arantza Mendizabal en Lasarte, abrió la ikastola de Ordizia en un bajo con dos aulas. Empezó con 30 niños. Un año más tarde ya eran más de 60. Así que se trasladaron a una casa de las antiguas carmelitas gracias a la compra de acciones por parte de los padres y la gente del pueblo.
Arantza Allur creó la primera ikastola de Legorreta animada por la gente joven del pueblo que veía necesario una ensañanza en euskera. Tras formarse con Feli Etxeberria en Lazkano, en 1965 empezó a trabajar «con todas las ganas» en un local de la casa parroquial de Legorreta. En ese primer curso había sólo quince alumnos, pero al igual que ocurrió en el resto de pueblos de Gipuzkoa, año tras año este número fue en aumento.
El problema de las cartillas
Por aquel entonces, era necesario que los alumnos contaran con la cartilla de escolaridad a partir de los nueve años. Las ikastolas no podían expedir el documento «porque eran alegales» así que sus alumnos a esa edad hacían un examen de ingreso para entrar en las escuelas nacionales. Sólo unas pocas, como el caso de Nekane y su ikastola de Pasaia, contaron con el apoyo de la escuela nacional del municipio -que en muchos pueblos eran las que denunciaban las actividades de las ikastolas-. «Matriculaban a alumnos nuestros para que tuvieran la cartilla de escolaridad y nos avisaban de cuando iba a ir el inspector. Nunca podremos agredecerles lo suficiente lo que hicieron por nosotras», afirma Nekane.
Sin embargo, en julio de 1968 una circular del entonces gobernador civil de Gipuzkoa, Oltra-Moltó, estableció la obligatoriedad de la cartilla de escolaridad para toda escuela de enseñanza. Había que legalizar las ikastolas. Arantza recuerda que la Iglesia tuvo un papel fundamental en ese proceso. De hecho, «muchas de ellas se legalizaron bajo el nombre de escuelas parroquiales» -explica Mari Karmen- gracias a que había curas que poseían el título de magisterio, elemento indispensable para dar el paso hacia la legalidad.
La ikastola de Errenteria fue una de las excepciones. «No se cómo lo hicimos, pero no nos hizo falta el título de escuela parroquial», recuerda Arantza Idiazabal, su fundadora. Mientras acababa sus estudios de magisterio en San Sebastián, un grupo de personas entre los que estaba su padre empezaron a mostrar su interés por la llegada de una ikastola al municipio. En el curso 63/64, ya con el título de magisterio, comenzó a dar clases por la mañana a un grupo de doce alumnos. Por la tarde, iba a Donostia a prepararse junto con la andereño Karmele Esnal.
Año tras año, el número de alumnos iba en aumento, así que iban ocupando locales vacíos que les iban cediendo particulares de Errenteria. En la década de los 70, compraron un terreno en el monte Añabitarte donde fundaron la ikastola que lleva su nombre y que perdura hasta nuestros días.
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