

Secciones
Servicios
Destacamos
JOSEBA ARREGI
Domingo, 24 de enero 2010, 03:21
El filósofo Leibniz escribió probablemente una de las últimas obras con el título de 'Teodicea', dedicada a justificar a Dios ante las imperfecciones del mundo, afirmando que el Dios perfecto había creado el más perfecto mundo posible. Después de su muerte aconteció el terremoto de Lisboa, seguido de un maremoto y de un incendio, produciendo entre 60.000 y 100.000 muertos. Este terremoto reavivó el debate sobre la teodicea, la pregunta de cómo es posible que Dios, en su bondad suprema, permita tantas y tan graves desgracias como las que asuelan a la Humanidad una y otra vez, tanto sufrimiento sin explicación.
Con ocasión del reciente terremoto que ha asolado Haití se ha podido leer en algunos comentarios de prensa la frase del silencio de Dios: dónde está Dios, si es que existe, ante esta nueva tragedia. Se renueva la frase que ha acompañado a los humanos desde el principio de su andadura, y que en los últimos tiempos ha surgido con frecuencia, aunque haya desaparecido del horizonte de las preguntas filosóficas, salvo algunas excepciones.
Es conocido el grito de aquel judío que habiendo sobrevivido al gueto de Varsovia y habiendo conocido el destino de millones de judíos en los campos de concentración gritó: «Cómo no va a existir Dios. ¡A quién le voy a echar yo, si no existe, la culpa de lo que le ha acontecido a su pueblo!». El poeta Bertold Brecht escribió una poesía en la que acusaba directamente a Dios, y reclamaba precisamente su existencia para poder acusarlo de ser quien permitía el hambre, el sufrimiento, la muerte de los jóvenes y la injusticia -'Himno a Dios'-: «Muchos dicen que no existes, y que es mejor así/Pero ¿cómo puede no existir quien engaña de tal manera?/ Si tantos han podido vivir de ti y no han podido morir de otra manera/ Dime: ¿qué significa contra eso que tú no existas?».
El filósofo Hans Jonas se planteó también la cuestión de si era posible seguir creyendo después de Auschwitz. Su respuesta se dirigió a la posibilidad de pensar a Dios de forma distinta a la tradicional: pensar a Dios como alguien débil, despojarlo del ropaje de la perfección y de la omnipotencia, pensar a Dios como el que deja sitio a la humanidad del hombre y no lo ahoga con su carga de absoluto.
Relacionada con este esfuerzo está la teología que trata de no olvidar que lo específico del cristianismo radica en la afirmación de que con Jesús es Dios mismo quien muere en la cruz, lo que lleva a San Pablo a afirmar que la buena nueva es realmente un escándalo, porque contradice toda la racionalidad que no puede pensar a Dios más que a partir de los atributos de la perfección, la eternidad y la omnipotencia, atributos que quedan en entredicho en la cruz de Cristo. La pregunta de la teodicea queda, en este sentido, integrada en la misma definición cristiana de Dios en la medida en que el sufrimiento humano forma parte integral del Dios cristiano.
Si Dios desaparece del horizonte oficial de las sociedades modernas, la pregunta de la teodicea se convierte en una pregunta dirigida al mismo hombre, se convierte en homodicea: ¿Cómo se explican el sufrimiento y los males que la naturaleza produce en el hombre en una situación en la que el hombre ha asumido el mando para, a través de la razón natural, imponer su imperio sobre la naturaleza y sobre la historia, para hacer un mundo mejor y una sociedad mejor?
Se puede plantear la pregunta de una forma muy concreta. Hemos asistido al espectáculo del fracaso de la cumbre de Copenhague organizada para dar una respuesta conjunta de todos los Estados al reto del cambio climático. Ese reto parte de la constatación de que el cambio climático es un dato, de que también es constatable, como dato, la participación de la actividad humana en dicho cambio, y el convencimiento de que es necesaria una decisión política para cambiar la forma de actuar de los hombres sobre la naturaleza, basándose para ello en lo que es posible gracias a la ciencia y a la tecnología.
En todo ello se pone de manifiesto que el hombre es consciente de que los males provienen del uso y aplicación del sistema tecnocientífico-industrial, y que la solución provendrá de la aplicación del sistema tecnocientífico-industrial: el mal y su solución tienen que provenir de la misma fuente, de una fuente de la que se supone que es capaz de sanarse a sí misma en sus efectos.
Como quiera que sea, en la situación en la que se ha querido colocar el hombre moderno, en las condiciones de actuar 'etsi Deus non daretur', como si Dios no existiera, el hombre asume la responsabilidad total de sus acciones, de sus productos, y, mediatamente, de lo que puede hacer o dejar de hacer la naturaleza. Es decir, el hombre se encuentra solo. El hombre se encuentra solo porque no puede pedir ninguna responsabilidad que no tenga su destinatario en el interior de la propia humanidad. Nadie le habla al hombre. No escucha ninguna voz que no sea la suya propia. Nadie le arrebata la ambigüedad de su propio ser y de su propio actuar, una ambigüedad que no se deja eliminar por la buena intención.
En una de sus poesías, Nietzsche describe al hombre que se ha librado de Dios, que intenta vivir la realidad de la frase 'Dios ha muerto', como un planeta que surca un firmamento gélido e inhóspito. Porque Nietzsche era plenamente consciente de lo que encerraba la frase de que Dios ha muerto: que los hombres se niegan a aceptar las consecuencias de la realidad que proclama esa frase. Y corren a buscar la protección de nuevos dioses en los que puedan creer, a los que puedan entregarse en plena confianza, como si nada hubiera sucedido, como si la muerte de Dios no tuviera consecuencias. Pero las tiene, y la principal es que ya no puede pedir cuentas a nadie que no sea él mismo. La ciencia y la tecnología, la forma de hacer economía, son producto del hombre y de la ambigüedad de la que no se puede despojar si no quiere despojarse de su propia humanidad. Queda la pregunta de cuál es la frase que puede sustituir al 'Padre, por qué me has abandonado' que describe la muerte espiritual de Jesús en la cruz en condiciones en las que no hay Dios, no hay padre al que dirigirse. ¿Es posible una frase pronunciada por el hombre que diga: 'Por qué me abandono a mí mismo'?
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Multas por las gallinas 'sin papeles'
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.