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Gorka Larrumbide
Lunes, 15 de agosto 2011, 12:49
Una basílica de Santa María del Coro abarrotada, como no se veía desde hace años, acogía ayer uno de los actos de mayor arraigo y tradición de las fiestas donostiarras, la Salve, a la finalmente no asistió el alcalde de la ciudad, Juan Karlos Izagirre.
Aunque la procesión de autoridades no se celebra desde 1995, durante todos estos años se ha mantenido la presencia a título personal de autoridades guipuzcoanas, como el alcalde donostiarra o representantes de la Diputación. «Es un acto en el que no vamos a participar como gobierno municipal; oficialmente no se va a ir», adelantaba hace unos días el alcalde donostiarra. Sin embargo, algunos miembros de su equipo, como Josu Ruiz, concejal de Turismo y portavoz del gobierno municipal de Donostia, quisieron estar presentes y sumarse a la tradición. Tampoco faltaron a la cita ediles socialistas como Ernesto Gasco, Denis Itxaso o Susana García Chueca, que junto a Iñigo Arzkauz del PP y Eneko Goia y Miren Azkarate del PNV, compartieron el banco de las autoridades. Fue el propio Goia quien, en su Twitter, bromeó con el debate suscitado estos días sobre la conveniencia de que el nuevo alcalde, acudiera a esta cita. «Hoy en la Salve, hasta la bandera! Solo faltaba el alcalde ;)», escribía en tono jocoso en la conocida red social.
El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, presidió la celebración, en la que Orfeón Donostiarra interpretó el Ave María de José María Usandizaga; la Salve, creada expresamente para ser interpretada en San Sebastián en esta fecha por el compositor del Vaticano Licinio Réfice; y el Agur Jesusen Ama, un saludo a la Virgen compuesto por el organista de Tolosa Felipe Gorriti. Fueron estos sin duda los momentos más emotivos de la ceremonia. El último cántico generó mucha emoción entre los devotos de la Virgen del Coro, que mirando su imagen, no pudieron evitar la lágrima. «Vengo todos los años. La Salve sólo puede escucharse hoy. El Orfeón consigue año tras año convertir esta cita en emblemática. Se nos ponen los pelos de punta», aseguraba aún emocionado Ricardo, vecino de la Parte Vieja.
En esta ocasión, el Rosario, que hasta hora solía rezarse con anterioridad a la Salve, se incluyó dentro de la ceremonia litúrgica que ofició Munilla, en la que estuvo apoyado por el párroco de la basílica Felix Garitano.
No cabía un alfiler en Santa María. Mari y Abelina, devotas confesas de la Virgen del Coro, aguardaban sentadas en una de las primeras filas. «Llevamos aquí desde las seis de la tarde. Es una cita obligada», comentaban. El silencio, roto solo por el sentir de los numerosos abanicos que proliferaban en la basílica, dejó paso a una ceremonia breve, concisa, de algo más de media hora de duración y que, ante el calor sofocante, muchos agradecieron. «Me estaba dando un mal. Nunca ha habido tanta gente. Los accesos estaban imposibles», reconocía una señora con claros síntomas de chicharrina. Y es que en esta ocasión, a la amplísima representación donostiarra había que sumarle la visita de unos 400 jóvenes devotos que proliferan estos días por la ciudad en camino a la Jornada Mundial de la Juventud, que culminará en Madrid con la visita de Benedicto XVI. A su término, la marea humana que se agolpó en la entrada fue rápidamente disuelta por los cabezudos, y como siempre, a 'vejigazo' limpio.
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