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Las noches más tristes de Javier Arzuaga

Las noches más tristes de Javier Arzuaga

Hoy se estrena un documental sobre el papel que le tocó jugar en los inicios de la revolución cubana. Angel González Katarain ofrece el testimonio del -excapellán oñatiarra en La Habana, que dejó el sacerdocio en 1974 y vive en Atlanta (EE.UU)

MARIAN GONZALEZ

Jueves, 25 de septiembre 2014, 01:37

Javier Arzuaga vivió en el año 1959, en Cuba, los cinco meses más difíciles de su vida. Como párroco de Casablanca, una barrio marino al otro lado de la bahía de la Habana, acompañó y asistió a 55 condenados en el paredón de fusilamiento, por expreso deseo del Ché Guevara, uno de los iconos del siglo XX.

El entonces capellán de la prisión de La Cabaña plasmó hace dos años en un libro los primeros días de la revolución cubana, una desgarradora crónica que el realizador ordiziarra Angel Gonzalez Katarain, lleva ahora a la gran pantalla con el documental 'A la media noche. Momentos con Javier Arzuaga'.

El estreno tendrá lugar hoy, a las 20.00 horas en Kultur Etxea, con la presencia del protagonista y entrada gratuita. El cine-club ha decidido adelantar el inicio de la nueva temporada, aprovechando que Javier pasa unos días en Oñati con la familia.

Con 85 años de edad y residente en la actualidad en Atlanta (EE.UU) Arzuaga dejó el sacerdocio en 1974 y asentó en Puerto Rico, dónde se casó con Stella Andino y tuvo tres hijos. Pero nunca rompió sus lazos con Oñati, donde siguen viviendo aún sus hermanos Asun y Jesús Mari, y sus progenitores y hermanos (dos de ellos fallecidos trágicamente), eran muy conocidos.

Sus recuerdos sobre lo que ocurrió en el penal La Cabaña en 1959 estuvieron, según cuenta, «cuarenta y pico años encerrados en un baúl con sello que decía 'silencio'. En parte por dejar al descubierto los problemas íntimos de dudas e inseguridades que yo cargaba por aquellos días, y en parte porque entendía que mis recuerdos no rozaban las vidas de unos hombres que iban al paredón a fusilar o a ser fusilados».

A Javier, que ya por entonces intentaba resolver sus problemas de fe o de vocación, su estancia en Cuba le marcó. Los dos primeros años de su estancia, Batista estaba en el poder, y Fidel con su gente en Sierra Maestra. El 1 de enero de 1959 nacía una nueva Cuba y Arzuaga se unió, según sus propias palabras, «al júbilo general, sin necesidad de que nadie me empujara».

El también creía en la revolución pero, a su juicio «la personalidad descontrolada de Fidel, a quien también conoció personalmente, hizo que las aguas salieran de madre».

Su relación con el Ché fue más estrecha. En el libro explica que la primera vez que se vieron, el 6 de enero de 1959 «nos despedimos con un hasta otro día, muy seguros los dos de que seguiríamos viéndonos.

Un mito de carne y hueso

Al caminar de regreso a Casa Blanca y La Habana me iba diciendo que tendría que levantar una a una todas las losetas de la conversación, a ver debajo de cuál de ellas encontraba las intenciones ocultas del Ché. Y me iba preguntando por qué y cómo podía nacer una amistad entre nosotros, por pura generación espontánea».

Recuerda como en aquel primer encuentro departieron sobre la procedencia de su apellido, de los guevaras vascos. Según el Ché «cargados de siglos y noblezas, y de fechoría de señores feudales seguramente». Arzuaga le habló de los Ladrón de Guevara «que avasallaron durante siglos mi pueblo de Oñati», contándole alguna anécdota. «No pretenderá que yo repare las barbaridades cometidas por mis antepasados, si de hecho lo son ¿verdad?» le respondió.

Quien al morir se convertirían en el mito revolucionario del siglo XX, era según Arzuaga, un buen conversador. Hablaban de la revolución, la religión, la iglesia, el marxismo... Lo define como un hombre « muy seguro de sí mismo, identificado totalmente con el ideal marxista-amaoísta, caiga quien caiga hasta la muerte. Enamorado de un ideal y fiel a los postulados de ese ideal, en el proceso llegó a ser duro, muy duro, cruel, muy cruel. Cauterizó en su alma el surco de los sentimientos, que a más compasión que se le pidiera respondía con más crueldad», afirma.

La idea de escribir el libro que ha inspirado a González Katarain, surgió de un grupo de amigos cubanos. Le insistían una y otra vez de que esos recuerdos no le pertenecían. «No tienes derecho a llevártelos contigo cuando mueras, pertenecen a Cuba, son parte de su historia», le decían. Y haciéndoles caso escribió «en calidad de testigo que depone ante un tribunal».

Viejas cicatrices

«Naturalmente -asegura-, la memoria guardó lo que se grabó en ella, pero el tiempo trabaja también a su manera y arropó en sábanas protectoras los recuerdos, las palabras, los colores, los gestos, la temperatura exterior e interior, los detalles. A la

vuelta de los años, al tratar de recordar, se da uno cuenta de que los hechos que van saliendo a la luz desfilan enteros y firmes, están sanos y saludables, pero muchos detalles, no todos, se han perdido».

No obstante, se siente satisfecho de haber escrito el libro. «Parecía que al escribir algunas historias me estaba arrancando la piel de las cicatrices viejas». En cuanto al documental, fue Katarain, quien se puso en contacto con Javier y le expuso la idea tras leer el libro. Su productora, Semillas del tiempo, ha hecho ya varios trabajos sobre Cuba, y cantautor oñatiarra Ruper Ordorika le puso sobre su pista. Se trata de un audiovisual de 50 minutos, que hoy se proyecta en Kultur Etxea con entrada gratuita por iniciativa del cine-club. Sus organizadores, fascinados por la historia de Javier, decidieron que había que estrenarla en Oñati.

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