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KEPA OLIDEN
Sábado, 11 de abril 2015, 00:07
El más grande pelotari que ha dado Mondragón, en el sentido más literal, perdía su postrer partido contra el alzheimer y una dolencia hepática hoy hace 50 años. A punto de cumplir los 74 años, Juan Bautista Azkarate Egaña 'Mondragonés' fallecía en el sanatorio de Santa Águeda un Domingo de Ramos, 11 de abril de 1965.
Su muerte vistió de luto a su localidad natal y a todo el mundo pelotazale, como recuerda José Mari Vélez de Mendizabal en su blog Hots Begi Danbolinak. La prensa glosó la figura de este glorioso campeón que retuvo la txapela manomanista desde 1917 hasta 1926, año en que fue destronado por Atano III.
«Pelotari respetado y querido de todos, porque todos sus gestos y su vida solo emanaban respeto. Fue un señor», escribía Juan de Eguizale en su crónica de 'El Diario Vasco' el 13 de abril de 1965. «Caballero de la cancha», le dedicaba 'La Hoja del Lunes'. «Y campeón indiscutible en sus tiempos de pelotari, porque su pegada fulminante supera todas las marcas que hasta entonces se recordaban».
Un coloso de casi dos metros de estatura, 95 kilos de peso y pegada infernal irrumpía en 1911 en los frontones de Euskal Herria. Juan Bautista Azkarate, un panadero arrasatearra de 20 años, se hallaba cumpliendo el servicio militar en Donostia cuando debutó como pelotari profesional en el Frontón Municipal de la capital guipuzcoana.
Fue el inicio de una extraordinaria carrera manista que se prolongaría nada menos que 28 años, hasta la retirada en 1939 del casi cincuentón Mondragonés.
Nadie antes que él había detentado durante tanto tiempo el cetro manomanista que, a falta de competiciones oficiales, era oficiosamente otorgado por la afición, los empresarios y la prensa.
Llegó a la cima tras derrotar a los legendarios Zapaterito y Cantabria. Quienes le conocieron y le tuvieron por maestro, como el recientemente fallecido bicampeón Joxe Arriaran -txapeldun manomanista en 1955 y 1956-, recordaban la «caballerosidad y la elegancia de aquel coloso que pegaba igual con la izquierda que con la derecha».
Un prodigio de fortaleza física que, según los historiadores de la pelota, le permitía «una nueva concepción del juego bastante revolucionaria, basada en el dominio del contrario al que mantenía siempre en los cuadros traseros, desde donde difícilmente podía intentar rematar el tanto, mientras que él, una vez machacado su rival, lo hacía a placer».
Arriaran II, que junto con su hermano Paco, Bolinaga y Zurdo, portaría el féretro de su maestro en 1965, atestiguaba que sus rebotes «llegaban casi hasta la lanza del cuadro nueve», en Zaldibar.
Las extraordinarias facultades físicas de 'Mondragonés', con una enorme envergadura de brazos rematados por manos «como palas», como rememoraba su hija Ángeles en 2011, propiciaron que su dominio en los frontones de pared izquierda fuera absoluto. Y aún mayor en los frontones de pared única y prácticamente sin limitación de longitud de las canchas características de Euskal Herria continental (País Vascofrancés).
Dejó a un cura tuerto
Fue en uno de estos frontones donde el poderoso pelotari cerrajero, en uno de sus portentosos pelotazos, alcanzó al público que seguía el partido desde el rebote, con tan mala fortuna que la pelota impactó en el ojo de un sacerdote que quedó tuerto a consecuencia del accidente.
Esta anécdota ilustra el poderío físico de un hombre que, más allá de incidentes como éste, «jamás hizo mal a nadie», según aseguraba su hija Ángeles, que hasta su muerte conservó la huella de la mano que Alberto Cortadi, gran aficionado y admirador de 'Mondragonés', tomó a éste en su lecho de muerte.
Con unos dedos anulares que medían más de 10 centímetros las enormes manazas con que la naturaleza le dotó le «procuraban un movimiento apalancado», decía el legendario cronista Juan de Irigoyen, que le ayudaron a pulverizar todas las marcas anteriores. No en vano Irigoyen calificó su pegada de 'cataclismo de la naturaleza'.
Pero como todo en la vida, las extraordinarias condiciones físicas de 'Mondragonés' también fueron declinando con la edad.
Tenía ya 35 años cuando aceptó el reto del aspirante Mariano Juaristi, de 22 años y más conocido como Atano III.
El pequeño pero vivaz David azkoitiarra acabaría destronando al coloso Goliath de Mondragón, en una gesta de tintes épicos que, a falta de televisión, abarrotaría los frontones.
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