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IMANOL TROYANO
Domingo, 2 de abril 2017, 17:36
No es un secreto que el sector industrial es uno de los motores económicos más importantes de Gipuzkoa, en la actualidad, y en el pasado más reciente. La fábricas se levantaron durante finales del siglo XIX y principios del XX en los valles del territorio, y conformaron verdaderos asentamientos a su alrededor que contribuyeron a la expansión del mismo. El devenir económico de los guipuzcoanos ha estado ligado, directa o indirectamente, a estos lugares a lo largo de su historia más cercana, por lo que los lazos afectivos establecidos con estas edificaciones van más allá de la mera relación laboral.
Si bien todas las poblaciones guipuzcoanas siguen en pie, no todas las construcciones fabriles que permitieron su prosperidad han corrido la misma suerte. En algunos casos la bancarrota llamó a sus puertas debido a una mala gestión, en otros muchos, el inexorable paso del tiempo y la modernización del sector paralizaron su producción. Su final los convirtió en lugares fantasma, despojados de la frenética actividad que les caracterizó, abandonados al progresivo deterioro, para acabar dando paso al irremediable dilema: destruir o proteger.
Sensibilización
Beatriz Herreras Moratinos (Urretxu, 1966), especialista en patrimonio industrial de Gipuzkoa, se decanta firmemente por la segunda opción. Ésta se plantea, además, una cuestión diferente: «¿Qué puede aportarnos el patrimonio industrial para mejorar los entornos urbanos, nuestro ecosistema?».
Herreras es miembro de la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública (Avpiop) y mañana a las 19.30 horas ofrecerá en el Koldo Mitxelena una conferencia centrada en el capital guipuzcoano dentro del ciclo 'Arquitectura y territorio', que organiza el Ateneo Guipuzcoano, en colaboración con el Instituto Geográfico Vasco. Esta organización pretende contribuir al reconocimiento del pasado industrial de la comunidad y fomentar su reutilización. Para conseguirlo, llevan a cabo una exhaustiva labor de investigación, inventariado y catalogación del patrimonio. En Gipuzkoa han contabilizado 2.800 elementos que cumplen los requisitos para merecer el grado de protección, pero solo 89 son reconocidos legalmente en esta categoría, mientras que más de 1.500 esperan su momento para ser declarados con tal distinción. Por contra, más de un millar de vestigios están condenados a desaparecer.
La sensibilización de la opinión pública es otra de las preocupaciones de la Avpiop. Herreras cree al respecto que «hay un conocimiento amplio» entre la población, aunque «ha fallado a la hora de transmitirlo, no ha habido una pedagogía». «Faltan estrategias para averiguar cómo ese patrimonio puede volver otra vez a la sociedad», indica. «Cuando se produce el cierre traumático de una fábrica, puede haber dos posturas enfrentadas: la de los que no quieren saber nada, y la de los que lo consideran parte de su vida». Aunque, en general, opina que no hay una percepción en la sociedad que piense que estos elementos son inútiles o molestos, ya que existe una «conexión muy fuerte con el trabajo que se ha efectuado ahí». Se achaca, eso sí, que desde su asociación se han preocupado más en que no se derribasen las construcciones, en vez de demostrar el valor que tienen. «Se ha trabajado más en la parte tangible, ha faltado preguntar qué significa para los ciudadanos».
En cuanto a la postura de las instituciones, Herreras comprueba una evolución favorable con el paso del tiempo. «No es la misma situación en los 90 que ahora». Sin embargo, se lamenta de que no haya una postura central sobre ello, «no es fácil incluirlo en las políticas urbanísticas. Ahí está el gran reto». No obstante, guarda la esperanza de que valores predominantes del siglo XXI como el reuso y el reciclaje faciliten la tarea. «Me sorprende que en un momento en el que se habla de reutilización y de sostenibilidad, para mí es mucho más sostenible reutilizar un edificio industrial. Creo que es algo que cae por su propio peso».
«Un legado»
Es consciente, aun así, de que es «complicado intervenir en el patrimonio» e insiste en que «no se puede proteger todo, evidentemente, pero se pueden hacer las cosas de otra manera». «Lo difícil es gestionar ese cambio, hay que quitar de la cabeza esa idea de diseñar como si estuviera todo a tabla rasa». A la hora de construir en las zonas industriales, «se piensa en el suelo, no en los edificios». Otro de sus cometidos se centra en cambiar de opinión a los que piensan que el patrimonio es una barrera. Herreras lo considera más bien como «un legado». «Nos convertimos en agentes de ese legado y no debemos de dilapidarlo».
Herreras desvela que les acusan de «conservacionistas», pero ensalza que «el patrimonio es el presente». «No se puede vivir en la nostalgia y no queremos estar atados. Nos gusta el progreso y la industria 4.0 no se olvida del pasado. Eso es lo que intento transmitir». Esta experta en la materia advierte finalmente de que «hay un afán de pasar página muy rápido», pese a que «si hoy en día en el País Vasco se han conseguido los estándares de calidad de vida que tenemos es gracias a que ha sido un pueblo industrial».
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