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MITXEL EZQUIAGA
SAN SEBASTIÁN.
Domingo, 7 de enero 2018, 08:59
Javier, donostiarra afincado en Pamplona, se emociona al ver la foto de la cuesta del Chofre, frente a Chocolates Louit, por donde acompañaba a su abuelo a los toros cuando era solo un chaval. Un grupo de señoras de Amara se indigna al recordar cómo era el viejo Kursaal y evocar sus vivencias en aquellos salones. Los adolescentes Miren e Iñigo alucinan cuando ven que las casas de Venta Berri, donde viven hoy, eran hasta hace unos años terrenos de fábricas de cerveza o de jabones.
La exposición 'La ciudad que perdimos', destinada a recordar el patrimonio urbano de Donostia desde 1950 hasta hoy, bien podría llamarse «la ciudad que emociona» o «la ciudad que indigna». La muestra, incluida en la Bienal de Arquitectura Mugak, se ha convertido desde su inauguración en un fenómeno de público. Cientos de asistentes visitan los abigarrados salones del convento de Santa Teresa, en la falda de Urgull, donde se recoge información gráfica y escrita de cerca de 200 edificios desaparecidos de la geografía donostiarra.
Qué La exposición, con fotos y planos de casi 200 edificios desaparecidos de San Sebastián, está en el convento de Santa Teresa (entrada junto a la sociedad Gaztelubide).
Horario. Viernes (16 30 - 20:30), sábado (10:30-14:30, 16:30-20:30) y domingo (10:30-14:30). Hasta el 28 de enero, en principio.
Visitas guiadas Los miércoles y jueves de enero (días 10, 11, 17, 18 24 y 25) a las 19.00.
«Pensábamos que el tema conectaría bien con el público, pero no imaginábamos que la exposición encontraría este eco», dice Alberto Fernández d'Arlas, comisario junto a Eneko Oronoz de la muestra, promovida por la plataforma en defensa del patrimonio Áncora. «Lo más interesante es ver las reacciones del público: hay gente que llora al ver edificios vinculados a su propia vida, otros protestan ante lo que consideran desastres urbanísticos realizados en San Sebastián y también hay gente más joven que mira con curiosidad cómo se ha transformado la ciudad».
En Áncora quieren que la exposición sea «más de denuncia que de nostalgia». Por eso tras el recorrido por los edificios desaparecidos se plantea un último capítulo enfocado al futuro y los debates ahora abiertos en la conservación urbana. «Queremos que los ciudadanos opinen sobre las llamadas 'fachadas ventiladas', los posibles derribos o el mantenimiento de piezas ornamentales y los portales», especifica el comisario.
En teoría la exposición está abierta hasta finales de enero, pero Áncora ha pedido a la dirección de la Bienal que se prolongue unas semanas más de febrero. «Los días de apertura son pocos y tememos que mucha gente se quede sin ver una exposición que tiene un elevado componente autobiográfico para muchos», dice Fernández d'Arlas.
El director de la Bienal de Arquitectura, Pedro Astigarraga, no se muestra tan sorprendido por el éxito de la muestra. «Sabemos que los donostiarras somos muy aficionados a mirarnos el ombligo y una exposición así tiene un público seguro», bromea. Astigarraga engloba 'la ciudad que perdimos' en el carácter «plural y transversal» de Mugak. «Desde el principio dijimos que era una Bienal abierta a todos, con espacio para las más modernas teorías de la profesión o para este recordatorio de lo que fuimos, aunque como organización no siempre estemos de acuerdo con todo».
El director de la Bienal destaca que «en esta exposición se ha reunido un material muy interesante sobre el pasado de la ciudad, y la gente lo disfruta». Al mismo tiempo recuerda que «estamos encantados porque prácticamente todas las propuestas de la Bienal han tenido un gran eco, entre los especialistas y entre el público».
En ese sentido Astigarraga apunta el éxito de la exposición dedicada al estudio gerundense RCR en el Palacio de Miramar. «Más de 8.000 personas han pasado ya por esa excelente propuesta que enseña cómo trabaja el estudio de arquitectura catalán que ganó el premio Pritzker. Yo me atrevería a decir que no ha habido nunca en San Sebastián una muestra sobre arquitectura con tal acogida de público».
Pero volvamos a Santa Teresa y este paseo por la Donostia «tal como éramos». El público de mayor edad domina entre los visitantes de una exposición que presenta mucho material en el espacio no demasiado amplio cedido a la muestra. El recorrido está estructurado por barrios, de modo que cada uno puede dirigirse directamente a la zona preferida. Y tres puntos resultan los más populares: el área donde puede verse cómo cambió la fachada marítima de San Sebastián, el viejo Kursaal y el entorno de la plaza de toros del Chofre y el viejo Gros. La nostalgia, la indignación, la resignación o simplemente la curiosidad son las cuatro sensaciones que dominan entre los espectadores.
«La semana del 15 de enero presentaremos el libro editado por Gráficas Michelena que recoge el material de la exposición», dice Alberto Fernández D'Arlas. Los beneficios de la venta se destinarán a la ONG apadrinada por el Padre Olaran. También en los próximos días se completará la muestra de Santa Teresa con un audiovisual que recoge «imágenes de impacto, como un pequeño video de la demolición del Kursaal».
La muestra arranca en 1950 como referencia cronológica porque, según los comisarios, «es el año en que comenzó un desarrollismo que iría devorando edificios de San Sebastián». Fue entonces cuando se redactó el primer Plan General de San Sebastián, que no llegó a entrar en vigencia pero apuntaba lo que iba a ocurrir, tanto en Donostia como en otras ciudades.
Comenzaron las desapariciones que se retratan en la exposición y que el público comenta, en muchos casos, desde su propia peripecia vital. El centro, con sus viejos hoteles Continental o Biarritz, los mercados derruidos, las villas destruidas en Ategorrieta, Ondarreta o Martutene, el nacimiento del barrio de Amara, toda la extensión de la ciudad hacia el Antiguo e Ibaeta...
Es material lejano en el tiempo, pero también cercano porque algunos derribos son incluso del año pasado, como es el caso del restaurante Chomin y otra villa de Ondarreta. Las fotografías mostradas corresponden a la Fototeca de Kutxa, el Archivo Municipal, el de la Diputación y el de El Diario Vasco, y se completan con planos originales de los edificios. En algunos paneles se compara «el antes y después».
«Para nosotros el elemento de denuncia es fundamental», dicen en Áncora. «No se trata solo de contar cosas que se han hecho mal, sino de avisar de los peligros que acechan», añaden. El público ha respondido y se estudia ya cómo ampliar horarios o prolongar las fechas de la exposición. Es una forma de ganar, o al menos empatar, «la ciudad que perdimos».
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