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A.U.
Martes, 17 de junio 2014, 07:31
Aitor Peñagarikano es, desde enero, el presidente de Beroa (calor en euskera), la asociación que desde 1999 viene agrupando a las familias acogedores de Gipuzkoa. Tomó el relevo de Izaskun Ugarte, que estuvo tres años en el cargo, periodo en el que la sede se trasladó de la Avenida de Madrid a Etxegorria, en Ategorrieta, donde cuentan con once salas para que los menores se encuentren con sus familias biológicas en un entorno acogedor.
Allí se encuentran también las dos trabajadoras sociales dispuestas a ayudar a los asociados, unos 80. Ampliar esa cifra es uno de los objetivos que se ha marcado Peñagarikano. «Me gustaría aglutinar a todas las familias de acogida de Gipuzkoa en la asociación, que para mí es como un barco. Aquí entramos todos, remamos todos y nos ayudamos todos. Y si alguno se marea siempre hay alguien que te da una pastilla o unos igurtzis. Cuantos más estemos, más podremos colaborar y más fuerza tendremos».
Otra de las metas que se ha planteado es que la sociedad guipuzcoana conozca más a la asociación. «Cada vez se sabe más acerca de las familias de acogida, pero todavía hay quien lo confunde con la adopción, o el acogimiento de niños saharauis, ucranianos... Y no es eso».
Peñagarikano, que es de Urretxu, y su mujer, barajaban una adopción internacional cuando se les planteó la posibilidad del acogimiento. «Al principio no le hicimos mucho caso, hasta que poco después leímos en el periódico un artículo sobre el tema». Hace 15 años Adirane, que es Adriana en euskera, llegó a su casa. Tenía siete meses. En estos casos, entre que les comunicaron que eran una familia «apta» para el acogimiento y la acogida en sí, «vivimos lo que yo llamo un embarazo exprés». Dos años después acogieron a María.
¿Y si os lo quitan?
Como en el caso de muchos familias acogedoras, sus allegados reaccionaron con un «¿sabéis dónde os habéis metido? ¿Os lo habéis pensado bien?». Luego está el sempiterno «¿y si os lo quitan?». Durante los dos primeros años los acogimientos se denominan simples y de ahí pasan a permanentes hasta los 18 años, cuando a los chavales se les ofrece la posibilidad de ir a un piso de emancipación, durante unos cinco años, o permanecer con la familia, la opción, con diferencia, mayoritaria. Por supuesto, también se consulta la opinión de la familia acogedora. «Solemos decir que no te quitan nada, porque no eres propietario de nada. No se es propietario de ese niño. Y también hay que decir que es muy difícil que ese niño vuelva, de la noche a la mañana, con su familia biológica».
Peñagarikano reconoce que el acogimiento no es un camino de rosas. «Dificultades hay, pero también muchos ánimos para superarlas». Es, además, «una experiencia enriquecedora para nosotros. Estás ayudando a niños que, de lo contrario, no hubiesen tenido la opción de conocer un entorno familiar normalizado. Muchas veces es más lo que recibes que lo que das».
Por ello, el presidente entrante como su predecesora hacen un llamamiento para que las familias guipuzcoanas se animen a acoger a estos menores. «Hay que vaciar los pisos. Esta en nuestras manos ofrecer a estos niños una segunda oportunidad. ¡Hagámoslo!», anima Ugarte.
Beroa lleva años organizando un sinfín de actividades, como jornadas de convivencia, programas respiro con colonias, acciones recreativas, campañas de difusión o programas de información. La labor de la asociación ha sido destacada con la Placa de Oro de la Diputación, que recibieron en un acto institucional el pasado jueves.
Apoyo psicológico
Beroa forma parte de Aseaf, la asociación estatal que reúne a las familias acogedoras y en la que Izaskun Ugarte ejerce de secretaria. Vista la realidad de otras comunidades, aseguran que el funcionamiento del acogimiento en Gipuzkoa es «ejemplar». «A mí me sucedió estar en un encuentro estatal con un señor de Girona y cuando les conté nuestra realidad dijo que por favor dejara de ironizar. No se creía cómo estamos aquí», asegura el presidente de Beroa, que se refiere, por ejemplo, a los 600 euros mensuales de ayuda que reciben las familias, «cuando en otras comunidades rondan los 100». También valora la asistencia continua de un equipo de psicólogos «que no solo se ocupan de que los niños estén bien, sino también de nosotros», y el hilo directo que tienen con la Diputación. Además, en esta periodo de crisis, las instituciones «no nos han recortado un céntimo y hay un compromiso mantener las ayudas. Y eso es muy importante».
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