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CLAUDIA URBIZU
Sábado, 20 de agosto 2016, 14:54
Pocas cosas hay que duelan más que calzarse unas zapatillas de trekking sobre unos pies magullados y llenos de ampollas. Sin embargo, el camino que ellos recorren debe tener un efecto placebo sobre tanta herida. Eso es lo que dicen todos los peregrinos que este verano se dirigen hacia Santiago con la mochila a sus espaldas.
Un pelotón de aventureros espera a las tres de la tarde en la puerta del albergue donostiarra de Mariaren Bihotza, impacientes por conseguir una de las sesenta camas disponibles sobre la que descansar para seguir al día siguiente su andadura. Cada uno con su historia particular: anécdotas, motivaciones y kilómetros a las espaldas.
«Venimos desde Berlín, así que imagínate cuánto llevamos andando. Los pies ya se han hecho a la zapatilla y nosotros al dolor. ¡El dolor es psicológico!», asegura Lars, un alemán que viaja con otros dos amigos y con la intención de llegar hasta Santiago. En su credencial compostelana apenas queda espacio para más sellos. Los tres son unos de los afortunados que han conseguido un cómodo colchón sobre el que reponer fuerzas esta noche. «Muchos se quedan sin sitio. Al fin y al cabo, esto es un servicio gratuito y solo disponemos de sesenta camas. Aun así, estos días estamos acogiendo a unos cuantos más. Les buscamos un hueco donde extienden su esterilla y, mal que bien, duermen bajo un techo», explica Gema Clemente mientras apunta los datos de quienes van pasando por la entrada. Reconoce que un día llegaron «a acoger a cien».
David Gil es un burgalés de 23 años que ya ha hecho el camino tres veces, aunque todas ellas sobre una bicicleta. «Este año lo hago a pie junto a mis amigos Miguel, Ángela y Luis. Hemos elegido la ruta del norte porque nos dijeron que el paisaje era muy bonito», comenta. Estos amigos que iniciaron su andadura en Irun caminarán durante dos semanas hasta llegar a Santander, donde tomarán un tren de vuelta.
Elena cumple sus 32 años en Donostia, donde tomará unas cervezas con sus amigos para celebrarlo. No es la primera vez que esta italiana de Padua hace el Camino de Santiago. «El año pasado lo hice en solitario. Empecé en Saint Jean Pied de Port y llegué hasta Finisterre, después de pasar por la capital gallega. Me llevó 28 días y recorrí 775 kilómetros», explica mientras se señala el tatuaje de la pierna donde grabó su experiencia. Este año la repite acompañada de sus amigos Nicola y Laura, aunque solo harán el camino que une Irun con Santander.
El camino más internacional
Hasta el momento, este albergue situado en el barrio de Gros ha acogido a 2.531 peregrinos desde el 1 de julio. Aquí les dan alojamiento por una noche y les facilitan información sobre el camino. Todo ello a cambio de un donativo que, en la mayoría de los casos, se salda con diez euros. El 31 de agosto cerrará sus puertas hasta el próximo verano. Mientras tanto seguirán recibiendo visitantes, algunos de los cuales «piden cosas como bolsas de agua caliente o planchas de pelo. Hay quienes no saben muy bien qué es lo que han venido a hacer», sentencia la encargada.
Clemente es, además, la mujer del presidente de la asociación Amigos del Camino de Santiago de Gipuzkoa, por lo que conoce muy bien el perfil de los peregrinos que atraviesan la capital guipuzcoana para alcanzar su meta. «Durante el año son básicamente extranjeros. Diría que el 90%. Ahora, en verano ya es otra cosa. Hay bastante gente joven y mayores de cincuenta que también eligen esta opción para sus vacaciones», aclara. Se muestra crítica con parte de la juventud a la que prefiere llamar «'turigrinos', porque en realidad no es el camino lo que les gusta, sino disfrutar de unas vacaciones baratas. Van de Irun a Zumaia, pasan cuatro días y diría que lo único en lo que gastan es en cerveza».
Aunque muchos peregrinos viajan en grupo o en pareja, hay quienes prefieren hacerlo solos. O incluso hacer algo intermedio. Es el caso de Wanda, una holandesa de 24 años que empezó su aventura en Irun acompañada de Jesse, de 26 años. «Me acompañará un par de semanas más, hasta donde lleguemos. Y después seguiré sola, hasta llegar a Santiago», comenta ilusionada.
Pocos de estos viajeros alegan que sea por motivos religiosos por lo que han decidido sumergirse en esta experiencia. «¡Si ya no creemos en nada!», se queja Clemente. Por lo demás, afirma que «todo está yendo bien» y espera que así sea hasta el final de mes.
Intentarán dar cobijo siempre al máximo de gente posible, tal como ocurrió hace unas semanas cuando una joven aporreó la puerta a las once y media de la noche. «Somos humanos y, por supuesto, le dejamos pasar», porque si en algo se basa el Camino de Santiago es en ayudar, compartir y disfrutar.
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