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ARANTXA ALDAZ
Domingo, 5 de marzo 2017, 10:09
Más de 500 familias, víctimas de acoso escolar sufrido en primera persona o en la piel de sus hijos menores, han dado un paso adelante para dar la cara contra esta forma de violencia física y verbal que sufren un 13% de los escolares vascos. La plataforma TAVE (Terminemos con el Acoso y la Violencia Escolar) planta batalla al 'bullying' desde el terreno de lo personal, con las heridas aún abiertas, un peaje que están dispuestos a pagar con tal de contribuir a que desaparezca el acoso de los colegios. «El daño está hecho, no tenemos nada que perder. Por fin no estamos solas», se alientan unas a otras, un vínculo que empezó a tejerse en las redes sociales y que ya ha puesto en contacto a 549 personas en todo el Estado.
El sufrimiento impregna las palabras de Natalia y Sonia, dos de las integrantes de la plataforma en Gipuzkoa. Son la muestra de las graves secuelas que deja el acoso escolar en un hogar: depresiones, aislamiento, bajas laborales y, en el extremo, intentos de suicidio. Familias y vidas rotas, en definitiva. Cuenta Natalia que fue una chica de Sevilla de 24 años, que había sufrido acoso en la adolescencia, la que tuvo la idea de agruparse. «Teníamos que hacer algo para terminar con esto. Desde luego, no quedarnos de brazos cruzados. Queremos que se nos escuche, que ningún niño o niña vaya al colegio con miedo», reivindica esta vecina de Andoain, que ejerce de portavoz.
La plataforma reclama más apoyo público, «para poder ofrecer respuestas de prevención, y reparación a la violencia escolar, dotar a las víctimas de medios que les devuelvan la dignidad, medios para que los acosadores puedan reparar los daños causados y su reeducación, así como medios para la sensibilización de los espectadores pasivos», recogen las familias en su presentación. Piden un espacio educativo «que asegure la convivencia pacífica y respetuosa». Condenan el maltrato en todas sus formas, pero también «la indiferencia y la frialdad» ante las situaciones de acoso. Por eso rompen el silencio.
Hace un mes, Natalia recibió la llamada de Sonia Vegas, cuyo hijo que ahora tiene 15 años ha pasado por un calvario de vejaciones y agresiones en los últimos siete años, denuncian. Después de cambiar de colegio dos veces, por orden de inspección de Educación del Gobierno Vasco, es ahora, desde que arrancó el curso el pasado septiembre, cuando ha empezado a vivir la vida de cualquier estudiante de la ESO y no la de una víctima del 'bullying'.
Decir que han pasado página al acoso sería mentir.
La pasión de Ion es bailar. Con cinco años empezó a hacer sus pinitos con el estilo contemporáneo. Tres años más tarde, lo dejó. «En el colegio me llamaban marica, me decían que era una nenaza, o que era un puto enfermo», relata sin que le tiemble la voz, aunque da la sensación de que se guarda para sí buena parte de esas vejaciones.
No crecía al ritmo del resto de sus compañeros por un problema de la hormona del crecimiento, lo que siempre le ha dado un aspecto más aniñado. Los acosadores se agarraron a esa diferencia para apartarle, cuenta. Solo tenía ocho años. «Empezaron con insultos y luego fue a más», relata el chaval hasta detenerse en el episodio que propició la confesión a sus padres. «Después de deporte, nos duchábamos en el vestuario. Cuando me metí en la ducha, me dejaron en una esquina. Cada vez que intentaba entrar, me empujaban con el brazo y me amenazaban: 'O te vas a la esquina, o si no...'».
Al escuchar aquello de boca de su hijo, Sonia rompió a llorar y no tardó en plantarse en el colegio, el centro Landaberri. Las agresiones fueron escalando de grado. «Era un 27 de noviembre. Tenía once años», dice su madre con la fecha grabada en sus ojos. «Yo tenía un amigo, que era como mi hermano. Pero se pasó al bando de los agresores. Un día, me dio un golpe y me lanzó por los aires como si fuera un muñeco. Caí y me clavé una piedra». Sufre una lesión en la pelvis. Fue la primera intervención del inspector de Educación, como confirma el Departamento de Educación del Gobierno Vasco, que se ciñe a ratificar que los hechos fueron puestos en conocimiento de Inspección para tomar medidas.
La familia del chico refiere agresiones y vejaciones diarias. Acudió a la Fiscalía de Gipuzkoa. Pero en todo este tiempo, quieren subrayar, solo se han sentido apoyados por el inspector del departamento, que activó el protocolo contra el acoso escolar , confirma Educación, y dictaminó que el menor debía cambiar de colegio. En el instituto Sasoeta no cambiaron las cosas. «Eran amigos de los que me acosaban. Y empezaron con lo mismo, con los insultos. Me pedían dinero y si no se lo daba me pegaban».
Entre tanto, la situación psicológica del chico fue empeorando, con ataques de ansiedad frecuentes. El 24 de diciembre de 2015, no pudo más. «Me dijo que ya no quería seguir viviendo, que se quería morir», lamenta su madre.
Empezar de cero
Sonia corrió al ambulatorio. El chaval tenía ya 14 años y le atendió un médico de Atención Primaria, que le diagnóstico una depresión «de caballo» y le derivó al centro de salud. Estuvo varios meses bajo tratamiento farmacológico y todavía hoy continúa con las consultas al psiquiatra una vez cada dos meses. Su familia también está siendo atendida. «Decidieron que el chaval continuara en el colegio hasta final de curso, porque nos decían que sacarlo de clase sería aislarle». En septiembre, también bajo el amparo de Educación, inició su nueva vida en el colegio La Salle de Andoain. «Empezar de cero, con compañeros nuevos, le ha servido para mostrarse como es, sin etiquetas. De verle bajar como si fuera un apestado a verle salir ahora del colegio junto al resto de compañeros, es la noche y el día», llora su familia.
Ion sigue con el baile. Ya ha elegido estudiar la rama de salud en Bachiller. «Me gustaría estudiar Química Ambiental. Si no me sale lo del baile, me dedicaré a eso», sueña por fin el chaval con su futuro.
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