Joxepa, sentada, rodeada de su hija Maritxu, a su izquierda; su nieta Koro, detrás; y su bisnieta Amaia, con sus hijos Eneko y Sara.

Cuatro amatxos para cinco generaciones

Joxepa tiene 103 años y su tataranieta Sara 4 meses

ANE URDANGARIN

Domingo, 7 de mayo 2017, 08:21

Son las dos de la tarde y Joxepa está sentada junto a una ventana que permite observar cómo discurre la vida de un tranquilo martes en Zaldibia. Ha comido sopa de pescado con un huevo «que le pasamos por el turmix, ya toma todo en puré», y que acompaña con el 'basoerdi' que no perdona ni un día. Apenas bebe agua, prefiere ese pequeño vaso de vino. Por la noche cenará un café con leche, lo mismo que en el desayuno. «¿Pastillas? Ni una. Una vez al año el médico viene a tomarle la tensión. Este invierno, ni un catarro». Con 103 años, uno más en septiembre, lo más cercano a un tratamiento que toma es un preparado de arándanos que su nieta Koro le compra en la herboristería para las infecciones de orina y unas gotas para dormir.

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Oye poco, y tiene días mejores y peores, pero Joxepa todavía es capaz de caminar, como demuestra cuando, al acabar la sesión de fotografías para este reportaje, pide ir a descansar. Con ayuda, 'poliki-poliki', va a su cuarto, a acostarse en la cama que su difunto marido carpintero, Iñaxio, construyó hace años. La misma cama en la que dio a luz a sus cuatro hijos. Su hija Maritxu, de 82 años, también alumbró en casa a Koro. Pero ésta se convirtió en madre en un hospital cuando nació Amaia quien, a su vez, hace cuatro meses dio a su hijo Eneko una hermana, Sara. La quinta de una generación de mujeres que ha venido a hacer realidad aquella idea que barruntaba en la cabeza de Amaia niña.

«Recuerdo que hace años estábamos tomando el sol aquí atrás, cuando aún estaba la serrería. Amaia estaba en esa fase de los niños que preguntan sobre la muerte. Y luego, de repente, preguntó en qué se convertiría la abuela Joxepa si ella tuviese un hijo. Yo le dije que en tatarabuela, algo que no era imposible pero sí muy difícil. Y mira, se ha cumplido», comenta Koro Garmendia, la nieta que a sus 53 años se ocupa con una sonrisa, «porque tengo tiempo», de su abuela Joxepa, - «además, cuando siempre has vivido con ella es distinto»- y ejerce a su vez de abuela de sus adorados nietos. Una situación poco común la de esta mujer, que muchos recordarán al frente del restaurante Zubi-Ondo de Zaldibia, un clásico que llegó a dar 120 comidas diarias y 40 cenas cuando la vecina Bilore, ahora reducida a una inmensa fábrica en ruinas, funcionaba a pleno rendimiento, como otras empresas. «Entonces era diferente». Ahora está cerrado el que ha sido uno de los establecimientos hosteleros más antiguos de Gipuzkoa, un comedor y bar centenarios al que Joxepa llegó de 'neskame'. DV visita allí a estas cuatro madres y cinco mujeres, cinco generaciones de una familia que representan la evolución de la maternidad a lo largo de un siglo. Ellas son nuestras protagonistas con motivo del Día de la Madre.

De 'neskame'

Esta historia empieza con Joxepa Etxeberria, que nació en el caserío Okobio de Lazkaomendi. A los 16 años fue a trabajar de sirvienta a Zubi-Ondo, entonces conocido como 'Martinarotzane', porque había una carpintería. Con 19 años se casó con el hijo de la casa, Iñaxio, más conocido como 'Xipri', carpintero y acordeonista y cuyo retrato con el eskusoinu sigue presidiendo el bar ahora clausurado para el público pero no para la familia. Tuvo tres hijas, que aún viven, y un hijo que nació con más de diez años de diferencia. «Le dio de mamar hasta los seis años», recuerda su hija Maritxu Irastorza, que goza de buena salud, «aunque tengo dos prótesis y me han puesto un marcapasos nuevo».

A Joxepa se le conoce en Zaldibia como 'la abuela del milagro' porque hace medio siglo, más o menos, fue operada de una hernia y sufrió una perforación del apéndice. «Estuvo muy mal, la curaron con emplastos». También se la conoce, además de por ser el primer eslabón de una familia trabajadora que sacó adelante el negocio con los de casa, por su generosidad: esta mujer, que jamás ha ido al ginecólogo, no solo amamantó a sus hijos, sino también a otros niños del pueblo que sus madres no podían alimentar adecuadamente.

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Este gesto solidario da pie a hablar sobre la lactancia, una de las caras de la poliédrica experiencia que supone la maternidad y que ha ido variando con el tiempo. Koro, por ejemplo, como otras mujeres trabajadoras por cuenta propia, apenas pudo dar el pecho durante un mes. Aunque su parto también estuvo muy ligado al trabajo. Salía de cuentas un 20 de julio pero ella siguió cogiendo reservas para el día 24, víspera de Santiago, día grande de la vecina Ordizia. Aquella mañana comenzó a sentir las contracciones, pero sirvió las comidas. Por la tarde, su recordado hermano insistió para que fuese al hospital. «Yo quería dar las cenas». Pero tras llamar al ginecólogo y explicarle la situación, éste les dijo que urgía que salieran hacia el hospital. «Recuerdo que fuimos a las siete y media de la tarde». Amaia nació a las nueve de la noche en Policlínica.

Ese agosto, mes de vacaciones, Koro se pudo volcar en su niña, una atención casi imposible cuando la rutina de las comidas, cenas y el animado bar volvió a Zubi-Ondo. «En septiembre regresé al trabajo y fui al pediatra». De vuelta del médico, Joxepa le preguntó qué le había dicho. «Le dije que me habían dado pastillas para cortar la leche, porque con el trabajo era casi imposible la lactancia. Mi madre me echó la bronca, pero la abuela casi me mata. 'Con la niña tan bonita que tenemos, y ahora que no le vas a dar...', me decía. Yo le pregunté a ella cómo se arreglaba con el bar. Me dijo que tuvo una mastitis y fue al médico. ¿Y sabes qué le dijo? Que cerrara el bar. Claro, estamos hablando de hace 83 años, entonces era todo distinto, esto debía ser una especie de sidrería».

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Los tiempos cambian. Koro recuerda cómo su amona Joxepa le decía, refiriéndose a un estilo de vida que se ha ido imponiendo en las últimas décadas: «Me dais una pena, tenéis coches, casas... ¡Pero cómo vivís! Nunca coméis o cenáis juntos. Y es verdad, porque mi marido siempre ha andado fuera por trabajo, yo ocupada en el bar...».

Ahora, su hija Amaia, de 29 años, es la que practica esos hábitos comunes entre los jóvenes que, sin embargo, siguen chocando a los mayores. Como irse de vacaciones. «¡Nola jungo zea oporretara ume txikikin! Umek hazi arte etxen...». Esta frase de su amona Maritxu, gran aficionada a la pelota, sobre todo a Abel Barriola, aunque la que cuelga del bar es una dedicatoria del goierritarra Iker Irribarria, a quien también admira y sigue, se repite en no pocas casas donde las generaciones más longevas no entienden eso de salir de casa con niños pequeños.

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«Yo no le digo nada porque sé que va a ir -dice Koro-, pero su abuela sí, y la mía porque no puede porque de lo contrario le echaría una bronca... Pero entiendo que es joven y salga, yo también lo haría», reconoce la mujer que supone el punto de inflexión intergeneracional. «Ahora los hijos se crían de otra manera, se vive de otra manera. Se alterna más, por ejemplo». Cosa que sus antecesoras nunca hicieron.

«¿Cómo sabéis que es niña?»

Pero hay cosas que no cambian. Como las hijas quejándose a sus madres «porque no me dejas hacer nada» o el «te preocupas demasiado. Luego piensas que ellas van a ser madres distintas con sus hijos, pero no, la historia siempre se repite».

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Los avances tecnológicos sí han sido espectaculares a lo largo de las cinco generaciones de esta familia. Por ejemplo, cuando a Joxepa le decían que Amaia iba a tener un niño, no se lo creía. «¿Cómo lo sabes? ¡Si eso no lo sabe nadie!». En su época fértil no existían las ecografías ni otras pruebas que se están poniendo a la orden del día. Tampoco cámaras vigilabebés. Su tataranieta Amaia compró una cuando nació Eneko. «Ahora usamos la cámara con la abuela», cuenta Koro.

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