Cifuentes y el bipartidismo

No es que los alemanes tengan más ética. Lo que tienen son más controles externos. Lo que impera allí son los gobiernos de coalición y en ellos los partidos se vigilan unos a otros

Miércoles, 18 de abril 2018, 06:46

La polémica levantada en torno al máster de Cristina Cifuentes, al que ayer mismo renunció, ha logrado reverdecer de nuevo entre nosotros las comparaciones con Alemania. «¡Ahí dimiten por mucho menos!», exclaman muchos, señalando el modelo a seguir. Se airea con envidia el caso de Guttenberg, todopoderoso vicepresidente y delfín de Merkel, que dimitió en 2011 al descubrirse que había plagiado ciertas partes de su tesis doctoral. Y, la verdad, tenemos muchísimo que aprender de Alemania, pero no sé si estamos mirando la luna o el dedo.

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Muchos caen en una interpretación 'cultural' de la corrupción. Según afirman, en Alemania, en Suecia o en Estados Unidos dimiten «porque son más honrados», «porque el corrupto está desprestigiado socialmente» o «porque su moral es puritana». Se trata siempre de razones considerablemente abstractas que suponen, en esencia, que ellos son diferentes a nosotros, como de otra pasta. Pero no es cierto.

La gran diferencia entre Guttenberg y Cifuentes no radica en la ética, o algo así. No es algo que tenga que ver con la integridad interna de los sujetos en cuestión, sino más bien con la situación externa que se genera alrededor de los mismos. Una atmósfera institucional -no moral- en la que tienen que desenvolverse por obligación y que les empuja a dimitir contra su voluntad. No es que ellos tengan más ética. Lo que tienen son más controles externos. Dos, básicamente.

El primero es sencillo: muchos partidos y, por tanto, gobiernos de coalición. En Europa está prácticamente desterrado ese poder omnímodo -profundamente iliberal- que supone un partido con mayoría absoluta. Lo que impera allí son gobiernos de coalición, y en ellos los partidos se vigilan unos a otros. Si aparece alguna manzana podrida, las otras formaciones obligan a extirparla. Hay menos corrupción, y cuando la hay se dimite más.

Este primer control lo logramos, en mayor o menor medida, hace unos años. Parece que no, pero en este país han pasado muchas cosas desde el 15-M, y la mejor manera de verlo es volver al pasado. Supongamos que no hubo crisis, ni 15-M, ni Podemos, ni Ciudadanos, ni nada. Supongamos que esto de Cifuentes estalla en la dinámica anterior, en la atmósfera del bipartidismo. Solo PP y PSOE, y una IU más o menos testimonial. ¿Qué hubiera pasado? Es evidente que Cifuentes ni se plantearía dimitir.

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¿Por qué ahora sí que suenan tambores de dimisión? No porque en el PP sean, repentinamente, por algún tipo de cambio moral, más 'alemanes', claro. Esos tambores suenan solo porque Ciudadanos existe. Y Ciudadanos es un control externo. Ahora tienen que responder a cosas que no son únicamente «la integridad moral» de Cifuentes.

El segundo control institucional está, todavía, por llegar. Se trata de la libertad de expresión y de crítica en el interior de los propios partidos. El caso Guttenberg es, de hecho, el mejor ejemplo. A los seis días de estallar lo de su tesis, la ministra de Educación de su Gobierno, Annette Schavan, declaró a la prensa que «no creía que el asunto fuera una minucia», «que el robo intelectual es algo serio», y que «proteger la propiedad intelectual tiene un enorme valor». Unos días más tarde fue todavía más dura: «Yo me doctoré hace 31 años y he trabajado desde entonces con muchísimos estudiantes de doctorado. Estoy avergonzada, y no solo privadamente».

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Repito: eso lo dijo su compañera de partido y de gobierno… así que supongan lo que diría la oposición. ¿Se imaginan ustedes a nuestro ministro de Educación diciendo eso de Cifuentes? Nuestro problema es que nadie dice nada ni remotamente similar no ya en el Gobierno, sino en todo el Partido Popular. Silencio estremecedor. Aquí, de nuevo, hay diferencias considerables entre los partidos. El PP se lleva la palma… ¡La de veces que sus militantes y cuadros intermedios han tenido que aplaudir en congresos a la búlgara a personajes corruptos sabiendo que lo eran! La lista es interminable. Pero en el PSOE también padecen ese mal, que es fruto de la edad y de la inercia. Ciudadanos y Podemos mejoran, pero a años luz todavía de Europa.

Para esta dolencia existen también, por supuesto, remedios cuya eficacia está bastante contrastada: desbloquear las listas, poner a competir a los candidatos de un mismo partido entre sí, primarias obligatorias, congresos cada dos años por ley, etc. Eso, en fin, tan estupendo y tan olímpicamente despreciado que dice la Constitución de que el funcionamiento interno de los partidos «deberá ser democrático». Algo que nuestros dos grandes partidos «constitucionalistas» llevan cuarenta años pisoteando.

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Déjenme que les cuente, como remate final para mi tesis, el desenlace de la historia de Guttenberg. Resulta que, transcurridos dos años desde aquel affaire, la ministra de Educación, aquella que fue con él tan implacable, tuvo que dimitir. ¿Saben por qué? Adivinen… ¡también había copiado partes de su tesis, 31 años ha! ¿Y nosotros somos los pícaros?

Mejor no equivocarse. La famosa picaresca hispana es más bien picaresca humana y, sin las precauciones adecuadas, aparecerá por igual urbi et orbe. Nada mejor para prevenirla que instalar unos buenos controles. Lo más triste es que, aunque nuestra Constitución ya trae, como de serie, los dos más eficaces -voto igual y proporcionalidad, por un lado, y democracia interna en los partidos, por otro- nuestros dos partidos «constitucionalistas» (¿?) se han encargado a conciencia de desactivarlos durante cuarenta años. Es tan grotesco como saber que Cifuentes sigue siendo, a día de hoy, la responsable política de todo el sistema universitario madrileño. Lo de siempre: el zorro vigilando las gallinas, y multitud de apicultores todavía aplaudiendo.

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