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BOTÁNICA

El párroco de las mil plantas

José María de Lacoizqueta, cura de Narbarte, recopiló uno de los mejores herbarios de su tiempo pese a la incompresión de sus vecinos, que le tenían por chiflado y quemaron sus papeles a su muerte

FELIX IBARGUTXI

Sábado, 1 de abril 2006, 02:00

SAN SEBASTIÁN. DV. Si José María de Lacoizqueta estuviera vivo andaría muy atareado estos primeros días de primavera, buscando plantas y flores nuevas, para asombro de los vecinos. Este sacerdote, que falleció en 1889, fue autor de un completo herbario (recopilación de plantas) de la zona en la que vivió, el valle de Bertizarana, en el norte de Navarra. Ese herbario ha ido a parar al Museo de Ciencias Naturales de Álava, donde reposa junto a otros dos. Esos tesoros históricos no son expuestos al público, pues al entrar en contacto con la luz enseguida se decoloran.

Pedro María Uribe-Echebarria es el botánico encargado de revisar e informatizar el herbario. Califica de «rocambolescos» los derroteros de esta colección de plantas: «El herbario estuvo durante mucho tiempo en la casa de Lacoizqueta. Luego, hace unos cien años, los herederos lo donaron al colegio de Lekaroz, de los frailes capuchinos. Pero cuando se cerró, en 2002, las carpetas volvieron a la casa del botánico. Y al año siguiente, una de las herederas, Lourdes Argain, a instancias del escritor y biógrafo de Lacoizqueta Eduardo Gil Bera, donó el herbario al Museo de Ciencias Naturales de Álava. Al llegar a nuestras manos echamos en falta algunas de las carpetas; faltaban la mayor parte de las colecciones de musgos. Hay otros botánicos involucrados. Esperemos que aparezcan algún día. El herbario ha llegado de milagro hasta nuestros días. Después de salir de Lekaroz, en el poco tiempo que volvió a estar en Narbarte sufrió el acoso de los ratones. Cuando recibimos las carpetas hubo que retira bastantes deyecciones de roedores».

«Etiquetas maravillosas»

Lacoizqueta aportó ejemplares de 800 especies, y a esas hay que añadir otras 1.000 que se corresponden a los intercambios que tenía con otros botánicos europeos. «Las etiquetas son manuscritas. Una maravilla. Todo estaba perfectamente fichado, y mi trabajo ha sido informatizar esas etiquetas -prosigue Uribe-Echebaria-. La sorpresa más grande que me he llevado ha sido comprobar la enorme labor que realizó otro botánico francés, Michel Gandoger. Algunas veces metió la pata, por lo que su prestigio no era excesivo, pero en el herbario de Lacoizqueta han aparecido 600 plantas de Gandoger, lo que demuestra que trabajaba muchísimo y repartía plantas por varias sociedades de Europa. Llegó a completar un millón de pliegos».

Entre los papeles y carpetas de Lacoizqueta han aparecido los nombres de otros 87 botánicos. Hay que tener en cuenta que eran muy frecuentes los intercambios de ejemplares, en muchas ocasiones a través de la sociedad botánica de Barcelona.

Al ser sacerdote no tenía mucho tiempo para hacer sus investigaciones botánicas. Se dedicó a estos menesteres entre 1871 y 1884. «Ese periodo, en nuestro tiempo, sería solamente como para empezar a rodarse. Pero Lacoizqueta fue lejos, fue un precursor y él mismo se puso el listón».

En la época de Lacoizqueta, las últimas décadas del siglo XIX, hicieron sus trabajos de campo varios botánicos muy laboriosos. Juan Ruiz Casaviella, de Caparroso, trabajó en la zona de La Ribera, e Ildefonso Zubia, que también era sacerdote, en La Rioja.

Eduardo Gil Bera es una persona clave en la historia de la recuperación de Lacoizqueta. Fue este escritor quien animó a los herederos a donar el herbario al museo vitoriano. Escribe así Gil Bera, afincado en una casa a pocos kilómetros de la mansión del botánico: «Ese ser veleidoso que es -y ahora somos- la posteridad tampoco se ha portado con justicia con José María de Lacoizqueta, el botánico de Narbarte. Los botánicos debieran tener en él al precursor y pionero que, además de formarse a sí mismo, abrió camino en el difícil campo de la taxonomía de las criptógamas. Los lingüistas, por su parte, a alguien que hizo una aportación inestimable a la lexicografía vasca. y, en general, hay que decir que las estrellas oficiales de nuestra cultura no son tantas ni tan refulgentes como para que en su ilustre firmamento no haya un sitio para un hombre como él».

Con estas palabras abre Gil Bera la introducción a la reedición de una de las obras escritas de Lacoizqueta, que vio la luz por vez primera en 1888: Diccionario de los nombres euskaros de las plantas en correspondencia con los vulgares, castellanos y franceses y científicos latinos. La otra obra impresa del botánico, publicada entre 1884 y 1885, fue el Catálogo de las plantas que espontáneamente crecen en el valle de Vertizarana.

Párroco en Narbarte

José María de Lacoizqueta nació en Narbarte el 2 de febrero de 1831 y falleció en Elbete (Baztan) en 1889. Inició sus estudios de Segunda Enseñanza en Pamplona, en el Instituto Provincial, ingresando posteriormente en el Seminario Conciliar Diocesano. Fue ordenado sacerdote a principios de junio de 1855 y comenzó su labor pastoral trabajando con enfermos del cólera en Elgorriaga (Malerreka). Dos años después, en 1857, fue nombrado párroco de Narbarte, su pueblo natal, al frente de cuya parroquia permaneció durante 31 años, hasta 1888, año en que se retiró, enfermo, al palacio de Jarola, en Elbete, en el que vivía su hermana y en el que falleció al año siguiente.

Finalmente fue enterrado en el camposanto de Narbarte. Años después, en 1924, su labor era reconocida por la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza, que colocó una placa conmemorativa en el caserío. Escrita en euskera, reza así: Etxe ontako seme zen Lakoizketa jauna, landare jakintzan euskaldun nagusiena. Euskaldunak zor diogun aipamenaz jasotako oroitarria.

En el texto introductorio, muy completo y detallado, Gil Bera se extiende también en disertaciones sobre el caserío del botánico: «Estuvo reputada como la mejor casa de labranza desde Bayona hasta Pamplona. La primera parte del nombre (lako-) significa lagar; en este caso, no de uva y vino, sino de manzana y sidra. Efectivamente, hasta principios de este siglo, allí se hacía sidra; una sidra de muy singular calidad que consiguió medallas y menciones. La última, en la Exposition International du Travail de 1902, en París, a la que acudió Francisco Lacoizqueta, el hermano del botánico».

Hoy, el caserío Lakoizketa es una casa de labranza dedicada principalmente a la cría de terneros y vacas para carne. Vive allí Jesús Mari Argain -biznieto del hermano menor del botánico- con su esposa Conchi Bergara -hermana de los conocidos pelotaris- y la hija, que es la que dirige ahora la explotación ganadera.

Gracias a la reedición del Diccionario llevada a cabo por el Gobierno de Navarra hace unos pocos años, la figura de Lacoizqueta llegó a bastantes hogares. Así, el botánico picó la curiosidad del escritor euskérico Hasier Etxeberria, quien lo convirtió en trasfondo de su última novela, Mutuaren hitzak (1995).

Los antecesores del botánico fueron gentes ilustres, que destacaron con la pluma y con el sable. José María era el primogénito y lo mandaron a hacer el bachillerato al Instituto de Pamplona. Después estudió para cura y, cuando se ordenó, su primer destino fue Elgorriaga, a cuatro kilómetros de su casa natal; además con carácter urgente: acababan de morir de cólera el vicario y el coadjutor.

Como recuerda Eduardo Gil Bera en su estudio, fue precisamente su vocación sacerdotal la que le encaminó hacia los estudios botánicos, ya que los momentos de tiempo libre que le dejaban sus trabajos parroquiales los dedicó al «estudio y contemplación de las prodigiosas maravillas de la Naturaleza», en las que es «donde principalmente se admira la inconmensurable Providencia de su divino Autor y la infinita sabiduría de un Dios omnipotente».

Aquel ímpetu no fue muy bien entendido por sus convecinos. Lo tomaron por un chiflado. Cuando se murió, sus libros y papeles fueron a parar al fuego. Pero, curiosamente, y asombrosamente, el herbario sobrevivió.

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