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El último revolucionario
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ALTO DEBA

El último revolucionario

El pasado marzo fallecía en Uruguay, a los 98 años, Jesús Trincado, participante en la Revolución de Octubre. Con él desaparece el último testigo de las muertes de Oreja y Resusta

KEPA OLIDEN

Domingo, 30 de abril 2006, 02:00

ARRASATE. DV. El pasado mes de marzo fallecía en Montevideo (Uruguay), a los 98 años, el último exiliado mondragonés de la guerra de 1936. Jesús Trincado, militante ugetista que emprendió el exilio tras la derrota republicana, era, además, el último participante y testigo directo de la fracasada revolución de octubre de 1934, que se saldó con las sonadas muertes de Marcelino Oreja y Dagoberto Resusta y la proclamación de una efímera República Socialista en Mondragón.

Jesús Trincado se ha llevado a la tumba uno de los secretos mejor guardados en la historia reciente de Mondragón: ¿quién mató a los tres rehenes -Marcelino Oreja, Dagoberto Resusta y Ricardo Azcoaga- que los socialistas revolucionarios mantenían en la Casa del Pueblo?

En ese local de la calle Maalako Errabala (donde actualmente se halla Benetton) tenía su sede el Comité Revolucionario de Mondragón, y allí se gestó la revolución al estilo bolchevique que se apoderaría de la villa cerrajera -con la excepción del cuartel de la Guardia Civil- durante la jornada del 5 de octubre de 1934.

La insurrección fue desencadenada por el PSOE y la UGT en respuesta a la entrada de las derechas (CEDA, cuyo líder José María Gil Robles, era llamado el 'Hitler español') en el gobierno de la República.

La señal para los revolucionarios mondragoneses llegó de Eibar a la una de la madrugada del día 5. Tal y como estaba dispuesto, un grupo de enlaces fue despertando casa por casa a los participantes en la sublevación.

Jesús Trincado, a la sazón un joven de 26 años, recuerda en la obra biográfica Bizi izan juat (Arrasateko Udala, 2000) escrita por Josemari Velez de Mendizabal, que percibió los primeros indicios de lo que se avecinaba la víspera, cuando, de regreso con su novia del cine, se topó con compañeros del sindicato UGT. Pero él no se incorporaría a la revolución hasta que fue despertado por las primeras explosiones hacia las seis de la mañana. «Estaban arrojando bombas de fabricación casera contra el cuartel de la Guardia Civil desde el tejado de una edificio próximo» atestigua en el libro de Velez.

Para cuando Trincado se presentó en la Casa del Pueblo, cuartel general revolucionario, los insurgentes socialistas ya habían tomado todo el pueblo; habían sido desarmados y detenidos serenos, miqueletes, alguaciles y guardas de fábricas, ocupados el ferrocarril, la central de teléfonos y las dos armerías, y requisado panaderías, carnicerías, el economato de la Cerrajera y hasta las caseras que venían con la leche. Sólo faltaba por rendir el cuartelillo de la Guardia Civil (objetivo que al final no lograrían), y en ello estaban a bombazo limpio cuando Trincado entró en la Casa del Pueblo y descubrió que «tenían allí encerrados a un montón de carlistas para evitar que tomaran las armas».

En el interior de la sede socialista se escuchó de pronto un disparo, «y nada más entrar me encontré con Celestino Uriarte, a quien se le había disparado la escopeta porque no sabía manejar un arma.

Pese a su nula experiencia militar, Celestino Uriarte Bedia era el cabecilla del Comité Revolucionario integrado por Pedro Ruiz de Alegría, Víctor Berecíbar Ormazábal, José Aguirregomezcorta Echevarría, Francisco Azconaga rana, Ismael Díez Fernández, Jaime Uriarte Cestona, Guillermo Lasagabaster Gorosábel y Marcos Vitoria Goitia.

Tras el disparo accidental, Celestino «me entregó su escopeta y me envió a montar guardia en la plaza del Ayuntamiento». Apostado allí, con la escopeta en ristre, Trincado vio llegar a su antiguo compañero de escuela y amigo Pedro Azkarraga, militante carlista y por tanto acérrimo enemigo político. Azkarraga se dirigía a la sede del Círculo Tradicionalista. Trincado le informó de la situación y le aconsejó que regresara a casa. «Y eso hizo después de que nos despidiéramos con un abrazo».

A por Marcelino Oreja

Trincado se mantuvo en su puesto en la plaza hasta que fue relevado a las 8.00 horas. De regreso a la Casa del Pueblo, le encomendaron la misión de ir a detener a Marcelino Oreja Elósegi, ingeniero de caminos, presidente del Consejo de Administración de Unión Cerrajera y diputado a Cortes por Acción Católica.

Trincado y otros revolucionarios, armados con escopetas y pistolas, fueron a casa de 'El jabalí', como apodaban a Oreja, con los ánimos bastante calientes después de haberle escuchado pocas semanas antes decir que «los de la UGT comeríamos hierba». Pese al temor que les inspiraba 'El jabalí', «tras descender por las escaleras acompañado de su esposa, casi nos convenció que era un angelote gordo e inofensivo».

Más tarde se enteraría Trincado de que, además de a Oreja, habían apresado también a Dagoberto Resusta, diputado provincial y consejero de UCEM, y a Ricarco Azcoaga, jefe administrativo de UCEM y antiguo alcalde. A éste le habían detenido en su chalé situado frente al cuartel de la Guardia Civil. A Dagoberto Resusta no le fueron a buscar. Al parecer salió de su domicilio en Villa Amparo «inquieto por la suerte que podía haber corrido su yerno Azurza, otro alto cargo de la Cerrajera. Llegó sin problemas hasta el domicilio de Azurza, en la calle Iturriotz, y supo por su hija que se lo habían llevado. Sin pensárselo dos veces, fue en su rescate a la Casa del Pueblo, pero la guardia de la puerta no le dejó entrar a entrevistarse con el Comité Revolucionario, como era su intención, y le dijeron que se marchara a casa, que estaba prohibida la circulación y que no había nada contra él. Dagoberto insistió, el incidente acabó en alboroto y Resusta acompañando a Oreja y Resusta en el salón del primer piso de la Casa del Pueblo» (Arrasate 1936. Una generación cortada. Oktubre Taldea).

Los revolucionarios también fueron a casa de Ignacio Chacón, el ingeniero jefe de UCEM, pero éste tuvo la prudencia huir para esconderse en casa de un amigo.

Trincado señala en la biografía escrita por Vélez de Mendizabal que se «asustó al ver a Resusta y a Azcoaga junto con el director Oreja, pues allí podía ocurrir cualquier cosa». Por ese motivo, le aconsejó a Celestino Uriarte que encerrara a los tres por separado. Celestino accedió a su propuesta, y le ordenó a Trincado que se llevara a Resusta y Azcoaga a otro sitio. Cuando se disponía a hacer lo que le había mandado Uriarte, a eso de las dos de la tarde, «apareció Juanito 'Sanverde' Mendizabal alertando de que llegaban tres camiones con soldados procedentes de Vitoria».

Ante tan alarmante noticia, «algunos comenzaron a organizar una especie de defensa, volcando un camión frente a la Casa del Pueblo, para atrincherarse en su interior. No se daban cuenta de que, de esa manera, nos estábamos metiendo en una ratonera», rememora Trincado.

Un fanático

En medio de aquel revuelo «apareció el peligroso fanático (Trincado no identifica a esta persona) que traía a los tres detenidos, y le preguntó a Celestino: '¿oneikin zeinbiejuau?' (¿qué hacemos con estos?); a lo que el líder revolucionario Uriarte le contesta: 'erueizak ostera ta ' (llévalos detrás y )».

A modo exculpatorio, Trincado asegura que «Celes no sabía nada de estrategia militar, pues ni siquiera había cumplido el servicio militar».

Según el relato recabado por el colectivo Oktubre Taldea y que se puede leer en el libro Arrasate 1936. Una generación cortada, sacaron a Oreja, Resusta y Azcoaga por la trasera de la Casa del Pueblo, hacia las huertas; las cruzaron hasta llegar a un pequeño murete, de poco más de un metro de altura, que separa dichas huertas del antiguo camino que llevaba al Ferixaleku, junto al puente (antes bar Txoko). Azcoaga trepó el muro y se volvió para ayudar a Marcelino Oreja a hacer lo propio, que con su gordura andaba bastante torpe. Dagoberto venía detrás. Entonces sonaron las descargas».

Ricardo Azcoaga, herido en un pie, saltó al camino, de ahí al río Aramaio, y corriendo aguas arriba, salió a la calle Olarte por el cantón existente entre las tienda de Markiegi y Uriarte Sport, con tan buena fortuna que se topó con los tres camiones militares procedentes de Vitoria. Los detuvo y puso al mando de esta compañía de infantería al corriente de lo sucedido. El oficial le contestó que tenían orden de dirigirse a Eibar, y no tenían conocimiento de que en Arrasate se hubieran producido disturbios porque el teléfono estaba ocupado por los revolucionarios. Los militares, de camino a Eibar, condujeron a Azcoaga hasta un médico de Bergara.

Junto al muro que no pudo escalar yacía el cuerpo de Marcelino Oreja Elósegui, con los brazos abiertos en cruz. El cadáver presentaba 4 heridas: un tiro de pistola en la columna vertebral, otro en la cabeza, un tercero en la mano y el cuarto de escopeta en el brazo derecho. El cuerpo de Dagoberto Resusta permanecía unos metros más allá, junto a la pared del frontón del Batzoki (posteriormente Cine Gurea).

Huida y regreso

Los revolucionarios socialistas vieron ambos cadáveres en su huida hacia el monte por Altamira. Pero cuando se percataron de que las tropas proseguían su camino hacia Eibar, sin detenerse en Mondragón, volvieron a bajar a la ca- lle, y se encontraron con que todos sus prisioneros habían huido.

Repuesta la calma, el Comité Revolucionario emitió un nuevo bando prohibiendo la circulación de viandantes a partir de las seis. Una hora más tarde, dos compañías de infantería al mando del comandante Camilo Alonso Vega, hacían su entrada en la villa. Se produjeron algunos tiroteos y dos soldados resultaron heridos en la parte alta de Erdikokale.

Los militares pusieron a la Casa del Pueblo durante toda la noche, rodeándola por Maalako Errabala, el cantón de Olatxo y las huertas traseras. Al amanecer tomaron el edificio sin resistencia. No había nadie dentro.

Según las crónicas de la época, el registro efectuado dio como resultado el hallazgo de 11 botellas de líquido inflamable; 41 granadas, 244 cajas de cartuchos, 13 sacos de perdigón, una pistola, 1 revólver y 13 escopetas de caza.

Jesús Trincado fue uno de los 110 jóvenes arrasatearras detenidos a raíz de estos hechos. El protagonista de la biografía escrita por Velez no tiene reparos en calificar de «crimen repugnante» lo sucedido en la trasera de la Casa del Pueblo. «Cuando supe lo que había ocurrido me sentí desesperado, mudo; para mí estaba claro que con aquella acción no íbamos a ningún lado».

«Sentí la muerte de Dagoberto Resusta en lo más profundo; mis recuerdos de Dago me llevaban hasta mi Primera Comunión, pues él era el autor de la única fotografía que me hicieron ese día».

Respecto a Marcelino Oreja, Trincado confiesa que aquella muerte «no se me hizo tan dura, porque siempre había actuado en contra de los trabajadores, y desde mi afiliación en la UGT no podía aceptar su actitud despreciable». Trincado asegura que «me alegré mucho cuando me enteré de que Ricarco Azcoaga había conseguido salvar la vida. Creo que Azcoaga me apreciaba, y, si no me equivoco, fue él quien en el seno del Consejo de Administración de UCEM habló favorablemente de mí, defendiendo que yo estaba capacitado para ocupar nuevas y más importantes responsabilidades en la fábrica».

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