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«No querer ver la realidad es una constante en nuestras vidas»
«No querer ver la realidad es una constante en nuestras vidas»
JUAN VELÁZQUEZ ESCRITOR

«No querer ver la realidad es una constante en nuestras vidas»

El profesor de la UPV y presentador de Teledonosti se estrena en la literatura con una recopilación de relatos

ALBERTO MOYANO

Miércoles, 3 de mayo 2006, 02:00

Profesor de la UPV y presentador del programa de debate La ciudad se mueve de Teledonosti, Juan Velázquez (San Sebastián, 1964) publica Secundarios de lujo (Editorial Erein), una colección de relatos breves en los que el horror cotidiano sirve para ilustrar la conocida sentencia de Jean Paul Sartre «el infierno son los otros».

- Pocas veces el título de un libro de relatos se ajusta tanto al perfil de cada uno de los personajes que los pueblan. ¿Por qué ha escogido a estos personajes sin brillo para protagonizar sus historias?

- Me interesan los personajes reales que se enfrentan a la vida todos los días y salen mejor o peor parados. Vivir y responder a las urgencias cotidianas es un asunto que nos lleva mucho tiempo y en el que quedan de manifiesto nuestras buenas y malas cualidades. No soy original, ha habido muchos antes que ya han fijado su atención en personas que no habían llenado hasta entonces las páginas de la literatura. La frase de John Cheever -«Mi único objetivo fue el de contar historias que consiguieran integrar mi historia con la historia del mundo»- que encabeza el libro puede ser también una explicación de lo que viene después. En cuanto al brillo, todos hemos tenido nuestros momentos, breves quizás, de esplendor auque no hayamos sido muy conscientes de ello.

- ¿Es una especie de reivindicación de 'perdedor', un término tan devaluado por el cine de Hollywood?

- Todos somos perdedores y ganadores -a ratos- desde que nacemos hasta que morimos. Hay algunos que tienen más suerte que otros porque nacen ya en posicón de ventaja o porque saben jugar mejor sus cartas pero a la inmensa mayoría nos interesan las mismas cosas, nos acechan los mismos miedos (el principal: miedo a morirnos) disfrutamos con las mismas fantasías, nos atormentan parecidas envidias y nos movemos en ese claroscuro de penas y alegrías que es la vida. No quiero relativizar tontamente pero la mayoría de la gente es así. El cine, o la mayoría de él, desde algún tiempo, ofrece mucho ser de cartón pìedra, personajes irreales para adolescentes que no han querido crecer; héroes que sólo están en la pantalla pero que no nos cruzaremos nunca por la calle. No todo el cine es así y sobre todo no siempre ha sido así pero no querer ver la realidad es una constante en nuestras vidas.

- El libro recorre buena parte de la gama de conflictos de pareja y entre padre e hijos. ¿Es la familia el primer foco de tensiones?

- La mayor parte de la gente vive en pareja y, al margen de que se considere feliz o viva frustrado, su existencia queda marcada por esa relación que uno libremente ha escogido. Es un espacio donde es muy fácil fijarse a la hora de escribir un relato porque además supone entrar en lo íntimo sin haber sido invitado, construyendo a tientas un espacio que no se conoce con certeza pero se intuye. Es atractivo porque puede ser un remanso de paz o un infierno del que no podamos huir, además en relación a la pareja es donde surge la infidelidad que también es muy literaria y muy real a tenor de las estadísticas.

- Las viejas amistades que arrastran cuentas pendientes por resolver es otro tema recurrente.

- Sí, por un lado está la envidia -tan humana- al comprobar que a otros les han ido mejor las cosas que a nosotros, como es el caso de Pobres Diablos donde intenté desrrollar un poema de Karmelo C. Iribarren titulado así. Otra idea que me resulta atractiva es el recuerdo de la infancia o la adolescencia que muchas veces nos persigue a lo largo de nuestra vida: hay muchas personas que viven con el recuerdo de sus tiempos de colegio y siguen viendo a otros adultos casi como los veían en esa época. Por supuesto también está la educación rígida y católica que padecimos muchos de los que nacimos en torno a los sesenta y que hace que el vínculo con ese tiempo sea algo desagradable, mal digerido e incluso deje un sabor de revancha.

- Buena parte de las historias carece de referencias temporales o locales. ¿Prefiere no dar pistas al lector?

- No es algo voluntario. En cuanto a la geografía he ubicado algún relato en esta zona porque era necesario hacerlo (El último trayecto), en otros son historias que podrían surgir en cualquier ciudad. No obstante -eso lo dirán los lectores-, la mayoría de los protagonistas han vivido los setenta y sus historias transcurren en ciudades como la nuestra.

- ¿Sigue alguna pauta fija a la hora de escribir sus relatos o se deja llevar por la intuición?

- Hay historias que me resultan atractivas de contar y lo intento, a veces consigo desarrollarlas y otras no. En ocasiones como he dicho se trata de un poema que traslado al formato de relato, otras es una frase, un recuerdo, algo que me llama la atención y que lo veo terriblemente real y conocido. También hay relatos que parten de algo que me contaron y lo he completado a mi manera hasta que surge la historia final. Intento escribir de cosas que me importan, que me interesan, que afectan a la mayoría de la gente. Supongo que, como decía Scott Fitzgerald, «la mayoría de los escritores nos repetimos y contamos dos o tres historias -cada vez disfrazadas de una manera- puede que diez veces, o cien, tantas como la gente quiera escucharlas».

- ¿Estaría de acuerdo en situar sus relatos bajo la etiqueta de ese realismo sucio que inventaron los escritores estadounidenses de los ochenta, con Raymond Carver al frente?

- La realidad es grosera y vulgar la mayoría de las veces. Sin embargo, creo que vivir esta vida ya tiene de por sí algo de heroico. Por eso lo de realismo sucio, aunque es sólo una etiqueta literaria, esconde esa épica que impregna nuestra vida cotidiana, esas batallas que hay que librar antes de apagar la luz por las noches y después de que suene el despertador por la mañana. El realismo siempre tiene algo de sucio pero creo que no hay realismo limpio. Si es limpio y reluciente estaremos huyendo de la vida. Raymond Carver me parece por otra parte un grandísimo escritor así como los otros tres que llevo citados en la entrevista y que se podrían situar en una órbita similar. Quiero que mis relatos sean realistas, que yo me los crea y me imagino que será inevitable que se califiquen de realismo sucio, lo cual, hecha la aclaración inicial, no me importa.

- ¿Qué opina de los talleres de escritura literaria?

- Yo no he estado en ninguno. Siempre es bueno hacer partícipes a personas de confianza que te sugieran ideas y formas de contar mejor aquello que quieres contar.

- Se nota que está cómodo en el género del relato breve, pero ¿no se siente tentado por la novela?

- Por un lado, el relato tiene una fuerza especial, hay historias que sólo se pueden contar en forma de relato como creo que hay otras que sólo cabe expresarlas en un poema. No he intentado la novela, pero nunca se sabe. En mi contra está que puedo trabajar un relato sin necesidad de estar sentado en una mesa y puedo construir el armazón en un tiempo razonable aunque luego invierta tiempo en armarlo y pulirlo. Una novela exige, creo, una concentración mayor en una misma historia y al mismo tiempo permite una relajación mayor. Un error en un relato y, no digamos, en un poema destroza el resto, en una novela no sucede eso. Carver creo que decía que dada su situación familiar (hijos, etc...) no tenía tiempo de escribir una novela, puede que a mí me suceda por ahora algo parecido.

- Los tres últimos relatos difieren en el tono del resto de los cuentos y conforman una breve saga negra en torno al personaje de Ramiro. ¿Tendrá continuidad esta serie?

- Sí, he escrito algo más con ese personaje. Surgió en la idea de que en estos tiempos cabe la posibilidad de que existan personas que hagan trabajos sucios que otros no quieren hacer, gente que domina el uso de la violencia y que por un precio presiona a otras para que actúen de una forma determinada. Las veo muy propias de estos tiempos. Hay una novela con un personaje similar, se titula Hit man de Lawrence Block donde un tipo en apariencia muy normal trabaja de asesion a sueldo. Sería algo parecido. También está mi atracción hacia la novela negra clásica, en concreto hacia los personajes de D.Hammett

- ¿Qué influencia ha tenido su labor como periodista en Teledonosti en la escritura de estos relatos?

- Creo que no demasiada. Colaborar en un medio de comunicación te ofrece la posibilidad de conocer a mucha gente y confirmar que todos nos movemos por pasiones similares y nos vemos sometidos a situaciones parecidas, pero en cuanto a inspiración no he encontrado demasiada, por lo menos de forma consciente. Las situaciones que desarrollan estos relatos las he encontrado en otros lugares.

- ¿Por qué cree que el género corto no termina de asentarse entre los lectores de este país?

- No estoy muy seguro. En Estados Unidos hay revistas literarias -siempre han existido- que dan espacio al relato, esto hace que muchos escritores célebres por sus novelas hayan comenzado por este género que nunca han abandonado del todo. Incluso existe tradición de revistas no literarias (el Play Boy, por ejemplo) que han incluido relatos de grandes ecritores entre sus páginas. No sé cual es la razón, por aquí no hay muchas revistas literarias que hagan eso y tampoco sé si la gente las leería. Quizás no sería una mala idea incluir relatos en revistas del corazón o de otras que se leen por ejemplo en la peluquería. Si el relato es bueno y engancha cualquier lugar es el idóneo. El autor comenta ocho de los dieciocho relatos que componen su libro. «Los he elegido al azar, no son los que considero mejores porque tampoco sabría decir cuáles son», advierte.

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