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MIKEL MADINABEITIA
Miércoles, 30 de agosto 2006, 02:00
SAN SEBASTIÁN. DV. Vicente Ibarretxe arribó al campo de concentración de Gurs en el verano de 1939, apenas dos meses después de su apertura. Nacido en Arrigorriaga, tenía 36 años cuando fue encerrado en el campo de refugiados. Por aquel entonces, Ibarretxe militaba en el batallón Aristimuño defendiendo los intereses republicanos durante la Guerra Civil. Un día, mientras trataba de huir de las tropas franquistas, lo atraparon y pasó a formar parte del horror de Gurs, junto a otras muchas personas.
Ibarretxe se comunicaba con sus familiares mediante cartas; mandó seis en el periodo que estuvo en Gurs -que se alargó hasta noviembre de 1941-. En una de ellas, fechada en esos días de otoño y cargada de ironía, relataba su estancia junto a los demás refugiados de modo agradable, y se aventuraba a afirmar que llegaría a su localidad natal para disfrutar de la navidad junto a sus allegados. Ésa fue la última noticia que se supo de Vicente Ibarretxe. Muchos años después, sus familiares todavía se preguntan qué pudo pasar.
Gurs es una localidad francesa que está situada a 50 kilómetros de Pau y 60 de Bayona. Durante el periodo comprendido entre 1939 y 1945, albergó un campo de concentración que acogió, en total, a 60.550 personas. En el primer periodo de este campo, que según los expertos se alarga desde el 5 abril hasta el 30 de abril de 1940, 6.255 vascos se refugiaron en sus precarias instalaciones.
El historiador francés Claude Laharie se muestra convencido de que se puede volver a construir parte de la historia de Europa a través de las experiencias recogidas en Gurs, y destaca con vehemencia la presencia de los vascos durante dos años en el campo de concentración. Laharie defendió con convicción estas ideas en la conferencia que pronunció ayer en San Sebastián, bajo el título 'El campo de concentración de Gurs. El campo de los vascos', con motivo de los cursos de verano que acoge el Palacio de Miramar.
El historiador francés, que publicó un libro sobre este campo de refugiados en 1993 titulado Le camp de Gurs (El campo de Gurs), aseguró que «éste es el que más tiempo duró en Francia, ya que su estancia se prolongó, desgraciadamente, durante más de seis años». Añadió que «todos sabemos que existieron otros mucho más crueles -en alusión al campo de concentración de Mau- thausen en Austria o al de Auschwitz en Polonia-, pero Gurs es un mal recuerdo para nuestro país».
Origen
El historiador francés afirmó que, en su origen, el campo de concentración de Gurs estaba destinado sólo a acoger a vascos, dada su próxima ubicación a Euskadi -Gurs se encuentra a 120 kilómetros de San Sebastián-. Sin embargo, las autoridades francesas decidieron cambiar de opinión y Gurs comenzó a albergar a personas de otros orígenes. «Sin duda las grandes dimensiones del recinto -1.400 metros de largo por 200 de ancho- provocaron esa decisión», aseveró Laharie, que citó a catalanes, judíos, alemanes, austriacos o franceses entre otros prisioneros.
Los primeros presos provinieron del campo de concentración de Argeles Gazost, localidad situada en el pirineo francés y cerca del santuario de Lourdes, y eran naturales de Gernika. «Aquel campo se les quedó pequeño y tuvieron que trasladar a 590 personas», señaló Laharie.
El historiador francés elaboró durante su intervención una exhaustiva descripción de las entrañas de Gurs. El campo de concentración abarcaba una superficie de 28 hectáreas. Una sola calle lo atravesaba de largo, a cuyos lados se construyeron unas parcelas de 200 metros de largo y 100 de ancho. Estas parcelas, llamadas ilots (islotes), estaban separadas de la calle y entre sí por alambradas.
En cada parcela se montaron 30 barracones, que en total fueron 382. Estos barracones, inventados por el ejército francés durante la Primera Guerra Mundial, estaban construidos con delgadas tablas de madera y cubiertos con una fina tela. No estaban provistos de ventanas ni de otro tipo de ventilación. «El frío no era tan intenso como en Argeles -matizó Laharie-, pero era también considerable». Cada uno de los barracones tenía una superficie de 25 metros cuadrados y, en ocasiones de máxima ocupación, en cada uno llegaron a alojarse más de 60 personas.
La comida era escasa y pésima; no había servicios sanitarios, ni existía agua corriente ni saneamiento. El campo no estaba drenado. El historiador francés apuntó que «la zona, debido a la cercanía del Atlántico, recibe mucha lluvia, lo que hacía que el campo arcilloso fuese, exceptuando los meses de verano, un permanente barrizal». En cada ilot existían rudimentarios aseos, no muy distintos de los abrevaderos para animales, y un tablado de dos metros de altura, a los que se accedía mediante peldaños y sobre los que estaban construidos los retretes. Debajo del tablado estaban colocados grandes recipientes que recogían los excrementos. Una vez llenos, eran transportados en carros fuera del campo.
Resistencia
Laharie destacó la importancia que tuvieron los prisioneros vascos en el campo de concentración de Gurs, sobre todo por «su innovación». El historiador manifestó que «los vascos ejercieron un papel esencial en Gurs; fueron sinónimo de progreso y resistencia». La proximidad de sus tierras natales favorecía muchos contactos a los exiliados vascos, y esta oportunidad la aprovecharon para tratar de mejorar la calidad de vida del campo de concentración.
Al cabo de un año de la apertura del campo, los presos provenientes de otros lugares trajeron consigo enfermedades. Laharie anunció que fueron los vascos quienes organizaron un pequeño hospital en las instalaciones de Gurs. «Los contactos que disponían en las inmediaciones de Gurs les proporcionaban comida y, además, fabricaron muchos utensilios para ello», aseguró el historiador francés, que añadió que todo ello provocó el recelo de los administradores franceses, «ya que no veían con buenos ojos tanto progreso».
Por este motivo, el 1 de septiembre de 1939 la mitad de los prisioneros vascos -3.100 aproximadamente- fueron obligados a abandonar Gurs bajo una orden del Gobierno francés 'de repatriación', a lo que Laharie añadió que «esta repatriación no fue aceptada por ninguno de los vascos, ya que ellos se lo tomaron como una expulsión por tanta innovación creada». El resto de los presos fueron enviados a trabajar a diferentes 'compañías' -fábricas- francesas.
Los gobernadores franceses aludieron a términos como 'revolucionarios' a la hora de dirigirse al papel de los vascos en Gurs, pero Laharie no comparte del todo esta afirmación. Según él, «está claro que los mandatarios franceses de la época no se encontraban cómodos con tanto adelanto, pero de ahí a catalogarlos como revolucionarios existe un gran salto». Laharie aclaró que los internados vascos «no eran peligrosos políticamente, ya que pertenecían al PNV, que era considerado un partido demócrata cristiano y moderado».
El campo de concentración de Gurs cerró definitivamente sus puertas el 31 de diciembre de 1945. Desde 1985 existe un monumento dedicado a los fallecidos republicanos, que están enterrados en un sector especial del cementerio que se había construido unos años antes. Ése fue el destino final de Gurs, una localidad francesa que albergó a 63.929 prisioneros en seis años. Entre ellos, a uno del que nunca se supo nada: Vicente Ibarretxe.
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