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A. GONZÁLEZ EGAÑA
Sábado, 4 de febrero 2017, 09:01
El 11 de febrero de 1997, el empresario Patxi Arratibel paseaba, en plenos Carnavales de Tolosa, en compañía de su hijo Borja, de 12 años, y un cuñado, cuando dos terroristas de ETA disfrazados con chilaba, peluca y gorro árabe se acercaron por detrás y uno de ellos le descerrajó un tiro en la cabeza. Su viuda, Susana Ezkurra, recuerda, 20 años después, aquel martes de invierno en el que se despidió de su marido, muy de mañana, y ya no volvió a verle con vida. Si tuviera delante al asesino, le gustaría preguntarle «¿para qué?». «¿Para qué ha valido tanta desgracia y tanto dolor?», se lamenta. El de Patxi Arratibel es uno de los más de 300 asesinatos de ETA sin resolver. En junio de ese año, se dictó sobreseimiento provisional y se indicaba que estaba pendiente de diligencias. En el sumario del caso no se hace referencia hasta 2013 a un atestado de la Ertzaintza que recoge otra línea de investigación, obtenida en mayo de 1999, cuando la Ertzaintza halló en un piso de Andoain armas, material explosivo y dos pelucas.
-En 2014, usted se empeñó en que la justicia volviera a tomar cartas en el asunto y puso el tema en manos de Covite. ¿Ha habido avances?
-El asunto se está tramitando en el despacho de abogados Milans del Bosch. Están presentando escritos para que se pueda reabrir el caso. Se va a hacer todo lo posible para que se encuentre al culpable. No se puede quedar impune.
-¿Cómo se encuentra 20 años después del asesinato de su marido?
-Tranquila. Después de tanto tiempo, lo tengo asumido.
-¿Ha hablado estos días con sus hijos de aquel 11 de febrero?
-No. Es que no hemos hablado nunca. Cuando eran pequeños íbamos a misa por la tarde el día del aniversario, discretamente, con algunas amigas. Luego, lo fuimos dejando pasar. La verdad es que me preocupa que mis hijos se puedan agobiar, que empiecen a recordar otra vez que pasó aquel día... Sobre todo por Borja, para que no reviva aquel momento. Hay veces que deseo que se le olvide, aunque no creo que pueda hacerlo... Es un sentimiento contradictorio.
-¿Se autoimpone usted esa precaución para proteger a sus hijos?
-Es algo así. Nos acordamos a nuestra manera. Con naturalidad. Él no está, pero sigue aquí. Es su padre, es mi marido y en la casa se le palpa en mil cosas, en montones de fotos, recuerdos... Veinte años son muchos, más de los que ha estado con ellos y casi conmigo porque llevábamos 18 años casados.
-¿Cuándo se conocieron?
-Yo tenía 21 años. Le conocí en Zarautz, un poco por casualidad. Una amiga tenía un hermano en la cuadrilla de Patxi. Él se iba a casar, tenía su novia, el piso y todo... Nos conocimos ese verano y nos casamos al año siguiente. Yo nací en Bilbao, pero vivía en Madrid y él en Tolosa. En su casa fue un poco follón. En un pueblo como Tolosa y encima con una de Madrid. Mi madre también flipaba. Me dijo: «No te metas en líos, si tiene novia, déjale», pero yo le expliqué: «que no, que quiere conmigo...»
-¿Cómo era, por qué se fijó en Patxi?
-No es porque fuera mi marido, pero es que era alto, moreno, guapo y el don de gentes que tenía... También tenía carácter, pero era súper espléndido, el típico 'don juan', generoso, divertido, simpático... Se iba a Tolosa a Carnavales y desaparecía.
-¿Recuerda cuándo fue la última vez que habló con él?
-Aquel día por la mañana. Eran las seis y se iba con Borja a los Carnavales. El martes, la txaranga Kabila era oficial y salía a a primera hora, para el 'toro del aguardiente'. Se pusieron la camisa blanca, el pantalón blanco y las zapatillas. Me levanté un poco a organizarles. Nos dijimos lo de siempre. «Venga tened cuidado, luego vamos». Iñigo tenía un examen y se quedó refunfuñando... La idea era que después del cole fuéramos para allí. Pero ya nada, luego fuimos, pero de otra manera.
-¿En qué momentos le echan más de menos?
-He soñado y sigo soñando muchas veces con él. De repente le veo, pero en situaciones de ahora. Es que además el pequeño es clavado a su padre. ¡Madre mía! Es idéntico. Le he echado muchísimo de menos en los momentos de agobio con los niños. Le decía muchas veces: «Patxi, tío, ayúdame...».
-Usted no trabajaba en aquel momento, ¿cómo salió adelante?
-El catering me lo quedé yo. Él dejó el bolígrafo encima de la mesa y desapareció. Teníamos bodas contratadas para ese verano y para en el mismo mes de marzo. La gente llamaba porque se había enterado del atentado y preguntaba por lo suyo.
-¿Quién le avisó de que había sido víctima de un atentado?
-No me llamó nadie en realidad. Ese día fui a ver a mi cuñada Mari Carmen a la 'Resi'. Alguien debió enterarse por la radio. Todo era muy confuso. Me fui a casa. Mi preocupación era Borja. «Y mi hijo? ¡Madre mía! ¿pero, dónde está, con quién está?», pensaba. A las horas nos encontramos en casa de mi suegra. Al llegar a mi casa llamé a mis padres. Me dijeron: «Tranquila Susa, que ya vamos para allá, que yo me encargo de todo...». No sé qué me decía del funeral. Y yo: «¿Pero de qué me estás hablando si está en el hospital?». Mi madre me repetía: «Que no Susa, que ha muerto». No acababa de creerlo. Con una amiga fuimos a Tolosa. Conseguimos llegar a la clínica y no había nadie. Se lo habían llevado a Polloe. De ahí nos fuimos al colegio a buscar a Iñigo. Estaba en una salita. Le vi por un cristal y pensé: ¿ahora cómo se lo digo? «Tú tranquila, siéntate aquí y toma un poco de agua» me decían, pero yo solo quería irme a mi casa y estar con mis hijos.
-¿De dónde sacó fuerzas para contárselo?
-En el coche le dije: «Iñigo, te tengo que decir una cosa, sin rodeos hijo, han matado al aita. Borja estaba delante y tenemos que ser muy fuertes porque el que peor trago se ha llevado es tu hermano». Iñigo dijo algún taco y traté de hacerle ver que él era, a partir de ese momento, el que nos representaba. Fue a alguna manifestación, más que nosotros porque yo me quedaba con Borja. Aquellos días yo estaba abrumada, ni lloraba. Casi no he llorado.
-¿...? ¿No podía llorar?
-De cara al público, no. No fui al entierro ni mis hijos tampoco. Me parecía tan duro, que no teníamos necesidad. Pensé que mis hijos no tenían que ver a su padre metido en una caja, echarle tierra y dejarle allí. Eso me parecía lo peor. Yo sí he ido luego al cementerio de Andoain, me he sentado en su tumba y he hablado con él. Entonces he llorado y le he dicho: «Joe Patxi, ¿qué ha pasado? ¡Qué faena, qué pena que te pierdas tus hijos...!».
-¿Sus hijos nunca han compartido con usted los detalles de aquellas horas?
-De ese día y de ese momento, no. Lo que hemos sentido cada uno, lo hemos tapado un poco. Borja los primeros días me decía: «Es que se me queda una cosa en el estómago...» Él no sabía que eso era angustia, la misma que tenía yo. Tenía una pena que no podía y una congoja, pero no podía llorar. Me ha pasado siempre así, quizás soy más fría en ese sentido, pero luego acaba doliendo la barriga.
-¿Se ha sentido arropada en todo este tiempo como víctima del terrorismo?
-Desde el principio. Yo me he considerado privilegiada porque siempre nos han llamado y nos han ayudado.
-¿Se ha sentido alguna vez rechazada o ha notado alguna mala mirada por ser víctima de ETA?
-No. Es que tampoco lo hubiéramos consentido. No me entra en la cabeza. No me puedo imaginar que alguien me mirara mal por eso. Ahí la boca sí que me hubiera perdido.
-¿Le gustaría dar su testimonio en las aulas como ya han hecho otras víctimas?
-A veces he pensado que si alguien pasa por lo mismo que yo, podría contarle que se sale, que se puede salir, que se puede volver a tener ganas de vivir. Es un drama, pero no puedes cargar con la pena toda la vida porque tienes unos hijos a los que atender. Siempre pensé que si yo me caía, ellos también. En mi familia somos más de avanzar, no de quedarnos parados a ver qué pasa. Y mira que nos han puesto zancadillitas...
-¿A qué se refiere?
-A algunas cosas que han pasado, porque yo también tenía una familia política que tampoco nos ha hecho mucho caso. Al final la historia se escribe así y sales adelante tú sola.
-Viven en Madrid desde 2003. ¿En qué momento decidió regresar?
-Hay un momento en que el catering se hace obsoleto, hay que hacer reformas, cambiar de local y eso cuesta mucho dinero. En Madrid me salió un trabajo parecido a lo mío y decidí marcharme. Hoy sigo en ese mismo trabajo.
-¿Han pensado que le diría al asesino de su marido si le tuviera delante?
-Al etarra que disparó a Patxi me gustaría preguntarle para qué ha valido tanta desgracia y tanto dolor, pero sé que no tiene respuestas. Alguna vez lo he hablado con gente del mundo de Batasuna y no saben qué decir. Es que es un absurdo. ¿Para qué? Igual de absurdo que un policía o un guardia civil se haya cargado a uno de los otros. ¿Para qué vale?
-¿Sería capaz de perdonar?
-No. Se perdona a alguien que te explica por qué ha hecho algo. Pero, como nadie me explica por qué. Eso lo tengo súper claro, ¿Perdonar? ¿Por qué tengo que perdonar? No. Si no te han dado una explicación de nada, cuando le ha pegado un tiro un tío... ¡Es que nos has destrozado la vida, chaval! Y sobre todo a mis hijos que es lo que yo más quiero. La faena que les han hecho a mis hijos no se puede perdonar. Eso sí, lo que no he hecho nunca es educar a mis hijos en el odio. Les he dicho que ellos tienen la fuerza y que contra eso no puedes hacer nada.
-¿Ha temido que les afectara en su vida personal?
-Interiormente seguro que nos ha marcado a todos, pero ninguno lo hemos confesado. En eso Borja es como yo. Iñigo como mucho alguna vez, cuando tenía 17 años, me ha echado en cara eso de ¿tú cómo puedes estar tan pancha? Ahí está lo difícil, tener que contenerte porque realmente te gustaría rebelarte, y por no hacerlo, encima tu hijo te lo eche en cara. Las madres hemos tenido un papelón ahí de tratar de evitar que los hijos salgan a la calle como locos y haya más desgracias.
-¿Qué relato cree que debería quedar de tantos años de violencia?
-Yo siempre digo que por qué y para qué. Al final, ¿la conclusión cuál ha sido? ¿Que al final se han rendido? ¿En qué ha quedado todo? ¿El País Vasco es independiente? No. ¿Qué ha pasado con el euskera? Pues que todo el mundo queremos hablar euskera. ¿La ikurriña? La defendemos todos ahora, unos y otros, porque es nuestra bandera... ¿Y toda la gente que ha caído por el camino, para qué? Además, nos hemos cargado el turismo, la industria...
-¿Qué opina sobre las reivindicaciones de los presos que piden el acercamiento y que se respeten sus derechos?
-Que se acerquen por qué, es que no sé, te ha tocado ir ahí, pues... Los castigos hay que cumplirlos. No haberlo hecho.
-¿No comparte que el acercamiento a cárceles vascas ayudaría en la construcción de la convivencia?
-¿Pero a cambio de qué? Ellos no ponen nada de su parte. Han hecho lo que les ha dado la gana, han matado, han secuestrado, nos han fastidiado la industria, el turismo, cantidad de gente se ha tenido que marchar...
-¿Cree que tendrían que poner más de su parte?
-Es que ya es tarde. ¿Qué van a poner? ¿A mí por ejemplo, qué me dicen? ¿Que se ha confundido? ¿Y qué? Pues lo siento. No haberte confundido. Es que no tienen nada que ofrecer. No te pueden devolver la vida de la gente. Otra cosa sería que ellos tuvieran presos a nuestros maridos, ¿pero tú que me ofreces a cambio, que te has arrepentido? No chico, haberte arrepentido antes de disparar. Ahora ya es tarde.
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