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Txillarre es un caserío escondido entre montes. Enclavado en el valle de Sallobente, se encuentra al final de una pista rural que conecta con una serpenteante subida de varios kilómetros desde Elgoibar. No es de extrañar que sudaran tinta para encontrarlo los espías del CNI que se jugaban el físico subiéndose a los nevados árboles para identificar las siluetas que se reunían en la casa. Hasta la vecina del caserío de al lado acabó ‘pillando’ a un individuo que se había colado en su huerta para investigar quiénes eran esos hombres que cada día llegaban a esa morada por un camino distinto. Tiempo después se desveló que eran Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi, aunque «Rubalcaba estuvo una vez a punto de venir, pero le hicieron ministro y...», recuerda el dueño del baserri, Peio Rubio.
El entonces presidente del PSE-EE y el líder de Batasuna fueron los protagonistas entre 2000 y 2006 de aquel diálogo en la trastienda para tejer un método para el final de ETA. No llegaron a la meta pero reivindican que crearon unas condiciones que allanaron el posterior cese definitivo de la violencia en 2011. «Aquí se hizo política con mayúsculas, conectando con lo que quería la gente», defiende Otegi. «Txillarre contrasta con la actual incapacidad de acuerdo, por ejemplo en Cataluña», añade Eguiguren. Aquellas conversaciones al calor del fuego de la chimenea fueron difíciles, salpicadas de asesinatos y detenciones, pero han unido a estos dos interlocutores. De hecho, ambos desvelan que siguen reuniéndose en privado en Txillarre. Ambos recrean uno de estos encuentros para DV.
-¿Por qué han decidido continuar reuniéndose periódicamente en este simbólico lugar?
-Arnaldo Otegi: Nuestros encuentros emiten una señal al país. La de que puedes ser compañero y hasta amigo de todo el mundo, pese a las diferencias políticas.
-Jesús Eguiguren: Estas reuniones no pretenden dar ejemplo, pero que dos que llevamos muchos años en la política, sin pasiones o sectarismos juveniles, se puedan llevar bien es un reflejo pequeño de lo que debe ocurrir en el País Vasco.
Otegi, vecino de Elgoibar, tiene el lugar más a mano que un Eguiguren que debe desplazarse desde San Sebastián. El exdirigente socialista vive alejado de la vorágine política, por lo que es el coordinador general de EH Bildu, con una agenda bastante cargada, quien marca las fechas de las citas. Suelen sumarse el exdirigente de Batasuna Pernando Barrena y el exconsejero vasco del PSE-EE Francisco Egea, también de Elgoibar y amigo personal de Rubio, un antiguo trabajador de la máquina herramienta que dio un giro a su vida dedicándose a las labores del caserío. Fue Egea quien en el año 2000, en plena ofensiva de ETA, comenzó a reunirse con Otegi y propuso el nombre de Eguiguren para fraguar unos diálogos secretos que acabaron por construir unas bases para un proceso de paz. La inesperada llegada al poder en 2004 del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, tras el 11-M, completó el puzle y los socialistas se embarcaron en el proceso de paz de 2006. El compromiso escrito de no levantarse de la mesa pasara lo que pasara permitió mantener las reuniones, aunque el atentado de ETA en la T-4 obligó a ambos a verse las caras en un último encuentro en Txillarre en el que Eguiguren dio todo por perdido.
-El cese definitivo de ETA no llegaría hasta 2011, en un proceso posterior. ¿Tuvieron aquellas reuniones de Txillarre alguna influencia?
-A. O.: Sin Jesús Eguiguren no estaríamos en esta situación, pese a que otros se arrogan este logro.
-J. E.: A mí me pusieron a parir pero ahora en el partido, sobre todo las bases, reconocen que lo que hice contribuyó a la paz. Y hasta Rubalcaba, que me confesó que si llega a saber de qué hablábamos no me hubiera dejado venir, me ha admitido hace poco la validez de este envoltorio.
El histórico dirigente socialista vasco recibió muchas críticas provenientes de determinados sectores del PP y de víctimas del terrorismo. No le eximió estar volcado con los asesinados por ETA desde los ochenta, cuando los muertos no tenían apenas apoyo social e institucional. El dirigente de Batasuna, por su parte, revela que empezó las reuniones «por mi cuenta», sin informar a su partido. Y evoca a Nelson Mandela, «que cuando fue invitado a negociar por el Gobierno no se lo dijo ni a sus compañeros de celda. Porque si se lo dices, no empiezas».
Eguiguren reivindica también el papel de su interlocutor: «A Arnaldo le siguen poniendo a parir determinados sectores y yo pienso para mí: joder, una persona que apostó, trabajó y dedicó todos aquellos años a abrir una vía para la paz, que consiguió que la izquierda abertzale se replanteara su política etcétera..., de ser un personaje de una cierta notoriedad histórica por lo que hizo, no entiendo que se le trate con tanto desprecio o críticas».
El debate se va animando en este típico caserío de estilo vasco, cuyo nombre en castellano significa ‘brezo’. Tiene dos plantas y un acogedor salón lleno de cuadros y recuerdos, como las txapelas que le proclaman ganador de varios concursos agrícolas. En su interior huele a madera y destacan la mesa de roble junto a la ventana y, frente a la chimenea, dos sofás individuales en los que Eguiguren y Otegi se sentaban con los pies posados encima de la mesa, «al estilo Aznar-Bush en Texas», recuerda entre risas Rubio. Por allí también pasaron ocasionalmente el líder del PSE-EE Patxi López, en una alubiada antes de ser lehendakari, el socialista Rodolfo Ares o el dirigente de la izquierda abertzale Rufi Etxeberria. Acudió, asimismo, el socialista vascofrancés Frantxua Maitia, en la que fue la única reunión íntegramente en euskera. Lograron mantener las citas en secreto, mudándose a veces a otro caserío de una zona más alta, en Larraskanda, para despistar. Hasta que el 2 de mayo de 2005 una revista desveló la vía Txillarre. Rubio guarda aquel ejemplar que dificultó el diálogo al reabrir las «presiones» por parte de los partidos, aunque los interlocutores supieron abstraerse.
Fue clave la buena sintonía entre Eguiguren y Otegi, pese a encontrarse ideológicamente en las antípodas. El socialista no tiene complejo en declararse «español, españolista y constitucionalista» ante un dirigente de EH Bildu convertido en un icono histórico del independentismo vasco. El expresidente del PSE-EE ha vivido toda la vida escoltado y fue amenazado de muerte cara a cara por el exdirigente de ETA ‘Thierry’ en las negociaciones de 2006. De hecho, dos años después la banda asesinó a Isaías Carrasco, un amigo de su mujer. El exlíder de Batasuna, por su parte, pasó seis años y medio de prisión tras la ruptura del proceso de paz, en una decisión judicial aplaudida por el Gobierno del PSOE. Por no coincidir, pese a ser guipuzcoanos, no comparten ni sus gustos deportivos, con un Otegi que simpatiza con la Real, mientras a Eguiguren siempre le tiró más el Athletic, aunque «en Txillarre no hablamos de fútbol», precisan.
-¿Cuál es la clave de su buena relación?
-J. E.: Aceptar nuestras diferencias. Ya sé que no voy a conseguir hacer a Arnaldo del PSOE. Pero se trata de tener seguridad en lo que piensas y eso te permite dialogar con el que piensa diferente.
-A. O.: Si tienes argumentos, no hay problema. Porque yo hable con Confebask o el párroco de Elgoibar no me convierte en neoliberal o en creyente.
Al ambiente distendido ayudan los seis años transcurridos desde el cese de la violencia ETA. La desaparición definitiva de la banda, que se prevé para antes del verano, puede suponer un cierre de ciclo histórico.
-¿Creen que llegará la desaparición o disolución de ETA?
-A. O.: Es un acontecimiento que va a ocurrir y en ello ha influido mucho lo que en su día se hizo aquí.
-J. E.: La disolución está al caer, aunque el PP no la admitirá porque ETA lo hará con sus esquemas y terminología, pero la disolución es prácticamente un hecho y al que mejor le va a venir que desaparezca es a la izquierda abertzale, para que los demás no tengan ya excusas.
Otegi asiente con la cabeza ante esta última aseveración. Al coordinador de EH Bildu no le importan tanto las fechas como «el trasfondo» de esa desaparición. Pero «el problema es que al Gobierno le da igual lo que haga ETA, porque siempre pedirán algo más, pedirán que nos declaremos ‘buenos españoles’. No tiene agenda para este asunto que le da miedo en términos electorales», denuncia.
El reloj corre y el sol se esconde entre los montes. Salen a relucir temas como el relato del pasado o la memoria.
-¿La izquierda abertzale debe hacer una mayor autocrítica sobre el pasado, como le exige el resto de partidos, por ejemplo?
-J. E.: No tengo rencor ni me recreo en lo mal que lo he pasado. Sí que la memoria tiene que existir y yo me acuerdo hasta del más mínimo detalle. Pero la reconciliación es relativamente sencilla: reconocer cada uno de dónde viene y saber que tienes que convivir, porque al final vamos a los mismos bares, escuelas o fábricas. El País Vasco tiene cierta capacidad histórica, desde las guerras carlistas, para olvidar sin dejar de recordar. Está bien todo lo que haga la izquierda abertzale en el sentido de abjurar del pasado pero es una tarea de ellos.
-A. O.: Yo comparto con Jesús que el rencor no te deja vivir, no quiero vivir en el odio. Lo que ocurre es que hay determinada instrumentalización en términos políticos por el PP de hacer ver que aquí seguimos igual que antes. Si se abandonara esa instrumentalización y se dejara de buscar nuestra humillación política, todo sería más fácil. Jesús y yo sabemos lo que hemos pasado solo con mirarnos, pero no tenemos inconveniente en saber que tenemos que compartir el futuro. Un futuro que precisa una solución integral sobre presos, víctimas y memoria.
Con ese empeño siguen reuniéndose y no renuncian a que «por Txillarre pasen también dirigentes de otros partidos. También del PP».
-¿Lo ven posible?
-A. O.: Deberían venir para conocer la experiencia. Yo en el Parlamento tuve una relación civilizada con gente del PP, incluso en los años duros, aunque no voy a decir su nombre para que no lo manden a Melilla.
-J. E.: Yo con el PP me he llevado bien, aunque me han puesto a parir.
Ellos dos sí seguirán visitando Txillarre. Ya no necesitan acudir de incógnito ni tienen a personas extrañas pisándoles los talones. Las reuniones no son tensas sino distendidas y prevén quedar próximamente para celebrar nuevos acontecimientos señalados. En el libro de la historia del final de ETA ambos han quedado unidos para siempre por este bucólico lugar.
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