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RICARDO ALDARONDO
Lunes, 30 de octubre 2006, 10:09
El realizador checo Jan Svankmajer recibió ayer con mucho gusto el premio especial de la Semana de Terror, que le fue entregado por el escritor y crítico cinematográfico Jesús Palacios. Considera que para dar un premio a una obra habría que esperar cien años, pero también confiesa que «soy vanidoso como todos, y por eso me hace mucha ilusión el premio». Uno de los triunfos de esta edición de la Semana de Terror ha sido traer por fin a Jan Svankmajer, hombre de larga trayectoria, fundamental en el fantástico y la animación de la Europa del Este y creador de una obra que no se limita al lenguaje del cine. A sus 72 años presentó ayer en Donostia su última película, Silení, continuando una obra que incluye cortos legendarios como Johann Sebastian Bach: Fantasia G-moll y largos tan personales como Los conspiradores del placer.
- En su nueva película, 'Silení', los actores conviven con la animación, y aparecen obvias relaciones con la pintura o la literatura. ¿Por qué ha mezclado todo eso?
- Con esta película he querido hacer algo así como un ajuste de cuentas con el arte actual. Yo me siento aparte del arte de hoy, no tengo una relación estrecha con él, porque lo que a mí me interesa es la imaginación, y la imaginación forma sólo una pequeña parte del arte de hoy. Yo escojo del arte en general sólo a algunos nombres, o algunas obras que yo considero que están en la cúspide de la imaginación, que no tiene por qué ser representada sólo por el arte, porque la imaginación también está en la naturaleza, por ejemplo. Veo que el arte actual, y sobre todo el cine, es una sucesión de ideas, más relacionado con la publicidad que con otra cosa, como si fuera un anuncio de su autor o de un actor. Pero la imaginación no se puede reducir a una idea. Si no tiene como base una vivencia, no funciona.
- Su prestigio se ha basado en buena parte en la animación, pero cada vez se dedica más a la imagen real.
- Es que no me he considerado nunca un director de cine de animación, ni siquiera me veo como un director de cine en el sentido clásico. Aparte del cine, yo me he dedicado a diseñar objetos, a hacer obra gráfica, collage, y otro tipo de formas de trabajar con la imaginación. Durante siete años, entre 1973 y 1980, me impidieron en mi país dirigir películas, pero eso no fue para mí nada trágico, porque dediqué mi energía a otros campos.
- ¿Cómo cree que está influyendo el cine de animación en el de imagen real?
- No lo sé muy bien, lo que sí sé es que para mí la creación es una forma de autoterapia y que lo que quiero sobre todo es ser auténtico, ser yo mismo. No me paro a pensar en qué impacto puede tener mi obra en la de otros, porque además no me veo como un cineasta. Considero que la animación es una forma de expresión, nada más. Con la llegada del ordenador nos puede dar la impresión de que la animación es algo nuevo que ha entrado con mucha fuerza, pero habrá que ver si tienen una vigencia posterior las cosas que se están haciendo ahora en animación.
- ¿Y cuáles son los cineastas que le interesan actualmente?
- No se puede decir que tenga unos cineastas favoritos, porque yo busco en la poesía, en la pintura, y no sólo en el cine. Eso se puede ver en mis películas, que contienen referencias a Max Ernst o Arcimboldo. Pero si tuviera que elegir a algunos directores contemporáneos, los que siento más cercanos son los hermanos Quay y, por supuesto, David Lynch.
- En 'Silení' sigue conservando el componente subversivo que siempre ha tenido su cine.
- Con la caída del comunismo yo no he cambiado los temas de mis películas, porque creo que la represión no ha desaparecido de la sociedad. Considero que la sociedad sigue estando tan manipulada o más que en la época comunista. Entonces la manipulación era más primitiva, ahora es más sofisticada.
- En su película conviven cosas de la actualidad con otras del pasado.
- Quería liberarme de los anacronismos, porque creo que aunque el teatro ya ha conseguido librarse de los anacronismos, el cine actual no lo ha hecho. Y quiero que los anacronismos se puedan utilizar libremente sin que el espectador se sienta molesto por ellos, sin que le resulten chocantes. Silení es una película sobre la libertad en todas sus facetas, porque la libertad es el único tema por el que merece la pena escribir o hacer cine.
- En los años 60 y 70, en Checoslovaquia hubo una gran creatividad en el campo de la animación. Ahora parece que no es así.
- En la época del régimen totalitario en Checoslovaquia, la animación era un oasis dentro del cine, porque no había tanta vigilancia como en otros campos y había grandes personalidades como Jirí Trnka o Karel Zeman. El cine de animación checo era estatal, había varios estudios y mucho apoyo para los autores que empezaban. No todos los guiones conseguían pasar la criba ideológica, pero la animación no estaba vigilada como el resto del cine. En la Checoslovaquia totalitaria, el cine de animación era un escaparate del país, y los festivales eran una ocasión para presentar con orgullo la cultura checa. Esto cambió en 1989 con la caída del régimen, se llevó a cabo la privatización de los estudios, que no funcionó, y algunos tuvieron que cerrar, como el dedicado a los cortometrajes. Ahora se hacen muy pocas películas de animación, y lo que se conocía como la escuela de animación checa, ya no existe.
- ¿En el cine de animación había más libertad porque se consideraba que sólo iba a ser visto por niños?
- Las películas de animación no tenían tanto impacto como las películas con actores. Y lo curioso era que el gobierno llevaba a cabo una política dual: presentaban mis películas en los festivales y se vendían al extranjero, pero en mi país estaban prohibidas y no se veían. El comunismo duró muchísimos años y a veces en Occidente se cree que aquello era siempre como el libro 1984 de George Orwell. Pero había diferentes oleadas de represión, y a un periodo de represión le seguía otro de mayor libertad. En una de esas épocas más abiertas surgió el movimiento del Nuevo Cine checo, pero también viví la represión total en los siete años en que me impidieron rodar. Esas épocas un poco más libres eran estupendas, porque el Estado financiaba películas que atacaban al propio Estado.
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