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RICARDO ALDARONDO
Viernes, 17 de noviembre 2006, 10:19
De pronto, Sacha Baron Cohen se ha convertido en el gran fenómeno. Humorista chusco habitual de la MTV y clips televisivos de constante difusión en internet, tenía sus adeptos. Pero con Borat arrasa en medio mundo. Ya se sabe que no hay nada más infalible que hacer chistes sobre cuestiones escatológicas o ridiculizar lo prohibido para hacer reir. Y a Sacha Baron Cohen le funciona en un mundo siempre dispuesto a buscar el nuevo rey friki, aunque algunos preferimos a los frikis que tengan algo que decir y se enfrenten de verdad a lo convencional y no a un tío que no sabe ni hacer comedia (que no es lo mismo que provocar risas) ni remover nada interesante, más que las ganas (muy lógicas) de partile la cara de muchos de los que se encuentran con él. Lo que hace Sacha Baron Cohen es faltar al respeto a todo, que no es lo mismo que ser políticamente incorrecto. Haciéndose pasar por delirante pueblerino de Kazajistán, presenta en el inicio a los habitantes del país, compuesto según él por violadores, putas incestuosas, niños armados y anormales diversos. Sacha Baron Cohen no sabe utilizar la ironía, ni la crítica: es un puro insulto porque sí. Pero eso es sólo el principio. Luego va a Estados Unidos para, supuestamente, aprender de los americanos y retratar su sociedad.
Se ha comparado Borat con películas como Jackass, Torrente y las de Michael Moore. Los de Jackass al menos arriesgan su pellejo y no implican en sus idioteces más que a ellos mismos. Torrente es un personaje de moral deleznable, pero que no pretende representar a ninguna sociedad y Santiago Segura es gracioso, sabe crear situaciones de comedia y se trabaja los guiones. Y la comparación con Michael Moore no viene a cuento. Porque Borat no es un documental, sino un falso documental, como se encargan de aclarar sus propios creadores. La mayor parte de sus situaciones están montadas ex profeso, no son auténticas. Por eso sorprende que se haya recibido Borat como el gran desenmascaramiento de la sociedad americana. Borat, cinematográficamente cutre hasta la desesperación, no destapa nada más que su propia insustancialidad, porque no es auténtica y va a lo facilón: provocar que el típico tejano retrógrado diga que hay que cargarse a los homosexuales, y cosas así. O asistir a una reunión de fanáticos religiosos y hacer un par de tonterías con ellos. Y las reacciones de la gente ante el supuesto extranjero (lo del metro o lo de de la cena) no son propias de la hipocresía americana, sino lógicas en cualquier ciudadano del mundo con legítimo sentido de la defensa propia.
Michael Moore será manipulador (como cualquiera que hace un documental), pero trabaja con situaciones reales y va hasta el fondo con ellas. En cambio Sacha Baron Cohen como artista, con su actitud, con sus insultos constantes a los kazajos, los gitanos, los judíos (aunque él lo sea) y los gordos ycon su repetición hasta la saciedad de escatologías, se parece muchísimo a ese sector social retrógrado, fachoso y cazurro al que supuestamente pretende denunciar.
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