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ANE URDANGARIN
Jueves, 23 de noviembre 2006, 01:58
Niños que agreden a otros niños, chavales que golpean a sus profesores, a sus padres... En unos tiempos en los que cada vez se asocia más el término violencia a los adolescentes, el educador José Miguel León propone una reflexión de toda la sociedad «para ver de qué manera estamos violentado a los jóvenes». Mañana hablará de ello en una charla organizada por el Ayuntamiento de San Sebastián dentro del ciclo Infancia y adolescencia en la actualidad.
- Usted hablará de la violencia en la adolescencia, un tema que no es nuevo pero que últimamente está mostrando su cara más cruda.
- Algunas cosas que vemos y oímos sí son diferentes a otras épocas, pero otras ya ocurrían hace tiempo. Lo cierto es que hemos cambiado la mirada sobre la infancia y la adolescencia. Hemos colocado al niño como parangón de nuestra sociedad, como aquel que hay que proteger al máximo. Y en ese punto también los hemos empujado hacia lo peor, porque los tenemos como en una urna, protegidos de todo, casi hasta de vivir, y además cualquier cosa que hace un niño es como una caja de resonancia que va más allá de lo que haga un adulto.
- Cada vez se habla más de la violencia que ejercen los menores, del 'bullying', por ejemplo, o de alumnos que agreden a profesores.
- Creo que asistimos a la punta del iceberg y tenemos que encontrar la manera de leer lo que le está pasando a nuestra sociedad en general. Ya no sólo tenemos que escandalizarnos ante lo que ocurre, sino que tenemos que pasar de preocuparnos a ocuparnos.
- ¿Y cómo lo hacemos?
- Estamos leyendo muchas de las situaciones actuales desde una clave sancionadora. Estamos desbordados por lo que ocurre, lo queremos normativizar todo, legislarlo y se está intentado buscar sistemas que funcionen como recetas para cualquier escuela o instituto. Una única manera de funcionar para todo el mundo no sirve. Las respuestas las tiene que generar cada centro. Creo que estamos un poco parados, horrorizados, y no digo que sea fácil encontrar la respuesta, pero cada escuela tiene que preguntarse sobre lo que está pasando y responder a eso sin esperar a que nadie nos diga lo que tenemos que hacer. Hay experiencias desgarradoras que llegan a sacudir a toda una comunidad y ahora buscamos un tratamiento en plan receta que vamos a dar a esos chicos. Tratar a todos de la misma manera es una de las formas en las que se genera violencia. No hay que olvidar que el trabajo educativo es el trabajo del uno por uno. De lo particular. Y en cambio articulamos unas propuestas homogéneas para todos.
- Defiende que no es hora de buscar culpables, sino que todos, padres, profesores y la sociedad en general trabajen juntos. Pero, ¿cómo calificaría a los padres de los chavales a los que atiende?
- Hay de todo: muy responsables, poco responsables y nada responsables. Pero es cierto que, en general, en nuestra sociedad la figura de la disciplina ha caído. La idea del trabajo y de la exigencia como valores a transmitir están de capa caída. A los adultos nos cuesta mucho situarnos, ya sea en relación a nuestros hijos y también al resto de los chicos. En otras épocas cualquier adulto de nuestra sociedad se autorizaba a reprender a un chico si no estaba comportándose como debía. En cambio ahora no nos autorizamos. Y en esto hay algo que corresponde no sólo a los padres, sino a toda la ciudadanía, que tiene también una parte de responsabilidad sobre esas personas que están en proceso educativo.
Falta de responsabilidad
- Quizá sea la pescadilla que se muerda la cola, pero si hoy un adulto reprende a un chaval en la calle es posible que éste le responda.
- No sólo que le responda, quizá reciba una denuncia. El problema es grave, porque estamos buscando un otro que solucione las cosas. Ahora buscamos a un tercero, la justicia, para que regule situaciones de la vida cotidiana que antes se resolvían mediante el diálogo. Es la consecuencia de una sociedad que adolece de una falta de responsabilidad importante y se enfrenta a algo inaudito: estamos ante las primeras generaciones con las que no se tiene tan claro que su porvenir vaya a ser mejor que el actual. Y además con la paradoja de la urna, donde están protegidos hasta los 16 años y luego salen a un futuro totalmente incierto. Y en algún punto se pueden sentir estafados.
- ¿Por qué?
- Los enfoques educativos actuales en vez de reforzar la formación y la transmisión de saberes hacen hincapié en cómo deben vivir los chicos, de qué manera deben circular por la sociedad. Es paradójico que en nombre de su bien tengan que estar hasta los 16 años en una institución educativa.
- ¿Está en contra de la educación obligatoria?
- El problema no es que sea obligatoria o no, sino que sólo haya una vía. Hay chicos que estudian hasta los 16 años y no pasa nada, porque les va muy bien, pero hay otros que con su aburrimiento y sus protestas nos están diciendo algo. Las escuelas no están preparadas para ser flexibles, cuando en realidad la institución debería reinventarse con cada chico que entra por la puerta.
- ¿Los profesores tiran la toalla?
- En muchos casos se enfrentan a encargos imposibles. Tenemos una institución muy burocratizada donde las normativas, los horarios... ocupan un papel preponderante y el trabajo educativo queda relegado. Es difícil introducir cualquier novedad o cambio si los profesores están desarmados. Es cierto que hay maestros que dimiten, pero otros intentan hacer bien su trabajo y si se juntan varios, los cambios se ven. No hablo de grandes cambios, sino del día a día con cada chico: ver cómo se articula con el profesor de al lado para hacer un desdoblamiento, para poder hacer una salida, para poder hacer atenciones individualizadas... Hoy en día hay experiencias interesantes, como la tutoría compartida, en la que todos los profesores de instituto, además de su clase, se hacen de cargo de otros cuatro o cinco chicos. Hay una corresponsabilización de todos.
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