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POR ÁNGEL L. ARBONIESINVESTIGADOR PRINCIPAL MIK MPHIL EN MANGEMENT OF INNOVATION
Domingo, 26 de noviembre 2006, 03:48
El término 'disciplina' tiene dos acepciones básicas en el diccionario. Por un lado, recoge el sentido de las normas o reglas cuyo cumplimiento constante conduce a un cierto resultado, que en el caso de la innovación sería el logro de la misma. Por otro lado, responde al conjunto de reglas y comportamientos para mantener el orden entre los miembros de un cuerpo o una colectividad en una profesión, que en este caso sería la profesión del 'gestor de la innovación' si se nos permite usar una expresión que ya acuñó en su día la Unión Europea.
La cuestión es que no existe una disciplina aceptada para la innovación como materia de gestión, aunque el recientemente fallecido Drucker -quién si no- planteó la idea de la innovación no como un evento discreto, sino como una disciplina más de la gestión empresarial. En el sentido que le quiso dar el maestro, disciplina apuntaba a la idea de que las actividades de la innovación fueran ordenadas, sistemáticas y monitorizadas. Gestionadas, en una palabra.
Muchas empresas están sistematizando el proceso de innovación. Sin embargo, esto no es suficiente. Nuestra experiencia nos indica que, en general, las empresas ven en la innovación precisamente lo contrario a una gestión que planifica y busca resultados. Se contempla, la mayoría de las veces, como una reacción ante acontecimientos externos, descansando en la imitación o en una estrategia reactiva de «segundo, pero mejor».
La cuestión es que parece que, dadas las importantes presiones competitivas a las que están sometidas nuestras compañías, nos ha llegado el momento de innovar, por supuesto. Pero, sobre todo, nos ha llegado el momento de profesionalizar la innovación; es decir, generar un conjunto de prácticas y reglas que formen parte del cometido profesional del que hemos llamado «gestor de innovación». Los gestores de innovación, por cierto, cubren una función que no cubren los innovadores, los inventores, los emprendedores, los creativos, los ingenieros, los técnicos u otros agentes que intervienen en la innovación. Son los que gestionan -¿o sería mejor decir facilitan la gestión?- la complejidad del proceso innovador.
Si tomamos la segunda acepción del diccionario, nos preguntamos: ¿da la innovación para ser una disciplina en sí misma y tener carta de naturaleza propia?
Una buena ocasión para debatir al respecto ha sido la visita de Larry Keeley al congreso eBusiness Global Conference celebrado en Bilbao recientemente. La pregunta central del debate es: si la innovación es una disciplina, ¿cuáles son sus asignaturas? ¿Tiene materias propias o es una gestión similar a la de otros contenidos del 'management'? Esta pregunta que persigue a Larry, me persigue a mí también desde que organizamos un Master en Gestión de la Innovación promovido por el Departamento de Promoción Económica de la Diputación Foral de Bizkaia, hace ya 14 años. Otra prueba de esta persecución fue igualmente el intento de generalizar una curricula sobre innovación en las universidades vascas, promoviendo desde el Cluster del Conocimiento un grupo de trabajo con un éxito ciertamente escaso. Y ello, a pesar de que el estudio inicial nos dio abundantes muestras de la existencia de masters, programas de Gestión de la Innovación en numerosas universidades y escuelas de negocio en todo el mundo. Claro que la dificultad era diferenciar o unir, según los casos, gestión de la tecnología y de la innovación. El tema no es baladí porque en la prestigiosa Science Policy Research Unit de la Universidad de Sussex, dudaban, con cierta polémica, y pasión poco británica, si llamar al master que seguíamos Management of Technology o Management of Innovation. Los conciliadores, eclécticos ellos, abogaban por denominarlo Management of Technology and Innovation.
Hay que admitir que hasta ahora -y eso es muy notorio en los programas de promoción de la innovación públicos- pocas veces se encuentra contenido a la innovación fuera de la tecnología. Como mucho, se plantea la idea de la creatividad y la cultura innovadora, pero apenas si se va más allá de las buenas intenciones y del discurso. Aparentemente, pues, la disciplina de la innovación, cuando aparece en cursos y seminarios, no es más que un conjunto de materias prestadas por otras disciplinas, y es básicamente una consecuencia de la tecnología. Ése es el estado de la cuestión.
Parece que no existe una ciencia de la innovación que no este ligada a la gestión de la tecnología. Sin embargo. Larry Keeley defiende lo contrario. Sostiene que la innovación no es casi nunca una invención tecnológica. Incluso, afirmó en su conferencia en el Palacio Euskalduna que raras veces es en esencia una innovación tecnológica, tampoco es creatividad, y mucho menos se limita a ser un proceso ordenado de Investigación y Desarrollo. Y es especialmente provocativo cuando dice que a veces no es ni siquiera una novedad. Entonces ¿qué es innovación? Para Keeley, la innovación es una la creación de un negocio viable. Desde ahí sugiere construir la ciencia de la innovación huyendo de tópicos.
¿Es posible generar un núcleo central propio que permita formar a los profesionales de la gestión de la innovación? Parece cuando menos que algo hay que hacer: sobre todo, si vemos los datos escalofriantes que presentó Larry: solo un 4% de innovaciones tienen éxito. Hace muchos años el Boston Consulting Group decía algo parecido y Christensen afirma, también con rotundidad, que estamos con respecto a la innovación como estábamos con la calidad hace 25 años.
Parece sugerente, pero sobre todo necesario, a la vista de los datos, pensar en una disciplina propia, en una ciencia de la innovación que tenga su propio cuerpo doctrinal, seguida de modelos y herramientas que conduzcan a mejores ratios de éxito en las empresas. Si el ratio de fracaso persiste, nadie va a querer innovar. Por eso, la disciplina de la innovación empezaremos a verla como materia propia en las escuelas de negocios en los próximos años, porque es evidente que la innovación en general no se gestiona y es más un ejercicio de voluntarismo.
Mientras decidimos lo que es innovación, y para eso pensamos utilizar estas páginas, podemos ir señalando lo que no es innovación. Porque la disciplina emergerá si conseguimos despegarla de adhesiones y asimilaciones interesadas. Es como si tratáramos con una persona adolescente, que debe caminar sola, sin olvidar los conocimientos de sus antepasados, sin olvidar las materias que caminan a su lado; en este caso, tecnología, creatividad, gestión de equipos, gestión del conocimiento, marketing, finanzas, etc. pero que no son su esencia. No puede tampoco la innovació olvidar a sus autores seminales, sus lecciones, pero a su vez debe buscar su propio tiempo, el siglo XXI, si no quiere correr el riesgo de ser engullida y quedar como un discurso teórico de buenas intenciones.
La esencia de la innovación está en la gestión de la incertidumbre y de las oportunidades frente a la gestión de los recursos clásica de los administradores. Y son dos gestiones muy diferentes. Una busca la supervivencia, la otra, la optimización, y los dos objetivos solo coinciden en el largo plazo. Para innovar, deberemos construir desde presupuestos diferentes a la economía de los recursos y la ingeniería de producción basada en las leyes de la escasez, y quizás debemos inspirarnos en la biología, en las ciencias de la vida y en los sistemas complejos.
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